Hace un año la posición era radicalmente distinta. Así lo hizo constar en su última visita a África, cuando rechazó el uso del condón como forma para evitar el contagio del SIDA, para el disgusto de miles de trabajadores sanitarios y cooperantes que trabajan en África tratando de frenar la apisonadora de este virus que tiene a varios países del continente en verdadera alerta.
Demos al César lo que es del César. Benedicto XVI es el líder y guía espiritual de millones de personas en todo el mundo, así que todo lo que diga importa. Aplaudimos este cambio realmente inesperado, pero nos gustaría ver un pasó más: que cada uno haga el trabajo para el que está capacitado.
Por ejemplo, ¿Es el máximo pontífice el que tiene que decir si el uso del preservativo es o no la “verdadera” manera para combatir el sida? Yo preferiría saber la opinión de los médicos y expertos en la enfermedad. También sería más apropiado que de educación sexual hablaran personas expertas -psicólogos, sexólogos, educadores, etc.- con conocimiento de causa. Escuchar del Papa conceptos como la “humanización de la sexualidad”, da qué pensar sobre su especialización en el tema. Porque, precisamente, pocas cosas hay tan humanas como la sexualidad. Y prohibirla, seguro que no surte efecto.