"Al envejecer, los hombres lloran. Era cierto. Quizá llorasen todo lo que no habían llorado en su vida; era el castigo de los hombres duros. Pero él sólo tenía cincuenta y dos años. Cuando la tormenta se disipó dentro de él, esa pena de viejo dejó curiosamente de inquietarlo y acabó incluso por darle serenidad, no en cuanto a su condición de hombre, ni en cuanto a cualquier revelación sobre su capacidad para sentir una emoción, sino en cuanto a la idea de que seguramente se aproximaba el fin."
Portada de Al envejecer, los hombres lloran
Estamos a 9 de julio de 1961 en una pequeña población rural francesa cercana a una importante industria de neumáticos. Es un día importante, va a llegar el primer televisor a ese pequeño enclave. La familia Chassing se prepara para recibir ese moderno aparato y sobre todo para ver en él las imágenes del hijo mayor destinado a la guerra de Argelia. Seremos testigos del transcurrir de ese día por los diferentes miembros de esta familia, y de cómo la irrupción de la historia con mayúsculas a través de los rayos catódicos, termina por desbaratar la historia con minúsculas de nuestros protagonistas."Fue la primera imagen de guerra que entró en una casa que no estaba en guerra."La novela arranca con Albert, el padre, tendido desnudo en la cama. Albert, que despierta con unas sorprendentes ganas de llorar. A su lado, sobre el mismo colchón, una extraña, su mujer, Suzanne. Sufro un flechazo con Albert. Un flecha lanzada directamente hacia mí desde las primeras páginas de este libro. Ese presentimiento no se desvanece, al contrario, se afianza frase a frase, capítulo a capítulo. Porque Jean-Luc Seigle, autor de esta historia, sigue lanzándome flechas, a mí. Sus frases me explotan por dentro, me dicen tanto con tan poco... Cada mirada de sus personajes, cada gesto, cada pensamiento, contiene una pequeña historia. Y Seigle monta con ellas unas escenas maravillosas. Escenas que vienen de los recuerdos de sus personajes, escenas que conforman ese día que es esta novela.
"Entonces, cuando el cerezo que su abuelo había plantado se cubrió de cerezas en dos semanas hasta el extremo de saturar a hombres y a pájaros, Albert fue el único en comprender que el árbol no tardaría en morir."
Eugenie Grandet. Foto de Chris Drumm
Me llevo a Albert conmigo, sí, se queda conmigo para siempre. Y también a Gilles, su hijo menor. Gilles es hijo de su padre y Henri, el mayor, el que está en Argelia, es hijo de su madre. Porque es así, hay hijos que son de ambos progenitores, pero también hay hijos que son sólo de los padres e hijos que son sólo de las madres. Gilles es en parte un misterio para Albert, pero nuestro HOMBRE (así es como hay que escribirlo, con mayúsculas) hace alarde de una generosidad y valentía que pocas veces se ven en los padres (y madres). Y me conmueve. Mucho. Vosotros también amaréis a Gilles. Lo sé. ¿Sabéis por qué? Porque sois lectores. Y Gilles también lo es. Gilles es un niño que empieza a mirar la vida a través de los libros y a comprender los libros observando la vida. Cuánta latente sensibilidad y sabiduría en ese pequeño cuerpo de diez años."Ella, a la que nadie había traído al mundo, había engendrado al hombre de su vida."Tenemos también a Suzanne, la madre. Ella no se ha quedado instalada en mis entrañas pero no hay que menospreciarla como personaje. Es fascinante y está llena de recovecos. Ay, esa escena junto al estanque. Y por si fuera poco el autor francés nos regala también un ramillete de personajes secundarios. Todos justos y medidos, todos imprescindibles y bordando su papel en esta historia. La madre de Albert, con su fortaleza ancestral y su mente cada vez más lejana pero que aún es capaz de regresar un instante para agarrarte al pasado y a la vida. Y la vieja viuda Morvandieux. La odiaréis, sufriréis un rechazo visceral hacia ella por todo lo que representa, pero es que es maravillosa; esas perlas que suelta, justo en el momento propicio, sin ni siquiera ser ella consciente de que las llevaba dentro. Ay.
"Suzanne no podía comprender la mirada que su marido le echó, porque no podía imaginar que la sesión de intimidad con el cuerpo de su madre había inoculado en él una tristeza particular, la que, en el fragmento de un segundo, permite desgarrar la membrana que a menudo nos separa de la verdad sobre nosotros mismos o sobre los demás, y nos obliga a observar sin concesiones al pequeño mundo que nos rodea."
Soap bubles. Fotografía de the Italian voice
Esta es una historia de continuidad y contraste. Henri en la guerra, como lo estuvo antes su padre en otra guerra, como lo estuvo antes el padre de su padre. Albert, que vive anclado a la tierra de sus antepasados pero que deja su sudor y sus días fundidos a la goma de los neumáticos que ayuda a fabricar. Otra vez Albert, que tiene alma de campesino, y Suzanne, que abraza cada avance que huele a modernidad. La televisión, que iba a traer alegría pero arroja sin concesiones la implacable y oculta realidad. Todo fluye en esta historia con la que nos obsequia Seigle. Magnífico, poético, soberbio. Lo pequeño que se entreteje y crece y crece y se vuelve enorme. Ay, ay, ay Y se encuentra con lo grande y choca y explota. Explota porque la mecha ya estaba ahí, añeja y expectante para cumplir su misión. Ay."No me gusta quien soy. No me gusta esta vida, no soy de esta vida, soy de otro tiempo que no he sabido conservar."Tan sólo puedo ponerle un pero a esta novela. Me sobran sus últimas páginas. Las agradezco, por ofrecerme un capítulo de la historia de Francia que desconocía, pero para mí no aportan nada a la novela. Entiendo lo que nos quiere contar el autor con ellas, considero justa su reivindicación, pero creo que debería de haberlas integrado en el resto y no hacer ese aparte final. Me saca de la magia creada. Pero no importa. Yo tengo muy claro cuál es el punto final de esta historia.
"El cuerpo íntimo de su padre se reveló de una suavidad extrañamente femenina en oposición a su fuerza física, que se le antojó de repente como algo muy ajeno."El punto final es el fin de las lágrimas de Albert. Las mías siguen, aunque esté en una época de aparente y falsa sequía. Las lágrimas son imprevisibles y asaltan a traición. Pero a mí todavía me queda cuerda, tan sólo es que a veces la vida cansa. Le daría un abrazo a Albert si pudiera. Uno de los de verdad, de los que envuelven y confortan, de los que dan y quitan. Abrazo a Gilles en su lugar, porque sé que en ese abrazo los abarco a los dos. Maravilloso "Al envejecer, los hombres lloran". Maravilloso libro en el que encontrarse y descansar.
"Nunca había deseado llorar tanto como esta noche, porque no eran lágrimas de tristeza, ni de alegría, sino sólo la expresión de algo que le era desconocido, de una increíble pureza que lo lavaba todo."
a double flowering cherry tree_35. Fotografía de ajari
Ficha del libro:Título: Al envejecer, los hombres lloran
Autor: Jean-Luc Seigle
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 2013
Nº de páginas: 240
Primeras páginas
Os dejo a continuación el enlace al inicio de esta novela.
Primeras páginas de "Al envejecer, los hombres lloran"