Le habían obligado tantas veces a hacerlo que creía haber perdido por completo su voluntad. En cuanto sentía las fuertes manos que la dominaban sin piedad, sólo deseaba que todo acabara rápidamente. Un frío momento de dolor daría paso nuevamente a la tranquilidad.
Pero en esta ocasión se negó. No podía hacerlo con un inocente joven.
De modo que hizo acopio de todas sus fuerzas consiguiendo desviar las manos que la sujetaban con firmeza.
Observó la cara aliviada del muchacho, aunque se perdió el asombro en el rostro del verdugo al ver como un hacha rebelde había cercenado su propio pie.