Al final, repetición de elecciones el próximo 10 de noviembre. Enésima campaña electoral (¿De dónde sacarán los partidos el dinero para financiar tantas campañas?), enésima presencia de loros repitiendo eslóganes, enésima confrontación y crispación entre candidatos y enésima tomadura de pelo a los votantes y enésima banalización de la democracia, la cual reducen a una simple papeleta y no a respetar sus resultados electorales. Y nada de pensar en los retos que, como país, tenemos encima, en los próximos meses: la sentencia del Supremo en el juicio a los políticos catalanes presos que podría provocar tensiones y movilizaciones; las consecuencias para España del Brexitsin acuerdo de Inglaterra, nuestro principal mercado para la exportación de bienes y servicios; los imprescindibles acuerdos que habrán de adoptarse para respaldar nuestras empresas en caso de que continúe la guerra comercial entre EE UU y China; la adopción de alternativas que garanticen nuestro abastecimiento energético en caso de agravamiento del conflicto en los países suministradores del Golfo Pérsico; las medidas necesarias para afrontar la desaceleración de la economía para que no afecte a la creación de empleo ni al bolsillo de los ciudadanos; y otros problemas de idéntica gravedad. Todo esto, al parecer, puede esperar, puede quedar relegado mientras los partidos, en vez de pensar en resolverlo, se dedican a echarse pulsos entre ellos, culpabilizarse mutuamente y tratar a los electores como menores de edad que no saben votar e insistir en que lo hagamos como a ellos convenga.
Al final, repetición de elecciones el próximo 10 de noviembre. Enésima campaña electoral (¿De dónde sacarán los partidos el dinero para financiar tantas campañas?), enésima presencia de loros repitiendo eslóganes, enésima confrontación y crispación entre candidatos y enésima tomadura de pelo a los votantes y enésima banalización de la democracia, la cual reducen a una simple papeleta y no a respetar sus resultados electorales. Y nada de pensar en los retos que, como país, tenemos encima, en los próximos meses: la sentencia del Supremo en el juicio a los políticos catalanes presos que podría provocar tensiones y movilizaciones; las consecuencias para España del Brexitsin acuerdo de Inglaterra, nuestro principal mercado para la exportación de bienes y servicios; los imprescindibles acuerdos que habrán de adoptarse para respaldar nuestras empresas en caso de que continúe la guerra comercial entre EE UU y China; la adopción de alternativas que garanticen nuestro abastecimiento energético en caso de agravamiento del conflicto en los países suministradores del Golfo Pérsico; las medidas necesarias para afrontar la desaceleración de la economía para que no afecte a la creación de empleo ni al bolsillo de los ciudadanos; y otros problemas de idéntica gravedad. Todo esto, al parecer, puede esperar, puede quedar relegado mientras los partidos, en vez de pensar en resolverlo, se dedican a echarse pulsos entre ellos, culpabilizarse mutuamente y tratar a los electores como menores de edad que no saben votar e insistir en que lo hagamos como a ellos convenga.