Bueno. Me consta que ni al MOC (Movimiento de Objeción de Conciencia) ni a mi tampoco nos invitaron y mira que me considero tan protagonista de aquél evento como el inefable viva honduras. Y no tanto porque las medallitas del decreto se las quieran apuntar ahora unos y otros, en un ejercicio de cinismo propio de la caradura que se gastan los dos partidos, sino porque yo, junto con miles de ciudadanos que nos declaramos insumisos en aquellos inciertos días, obligamos a acabar con el servicio militar obligatorio, algo que al parecer se le ha olvidado en su amnesia selectiva a la triste ministra.
Y he querido recalcar el partido de la señora ministra, porque fuimos unos cuantos los que en aquellos tiempos, sufrimos como ese partido legislaba para privarnos de libertad por defender el derecho a la objeción de conciencia, por ejercer un derecho reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Algunos, cierto, sólo fuimos a un calabozo un ratito. Otros más, mucho más.. Pero quiero recordar que se legisló para reprimir de forma muy dura, con penas de cárcel de dos años, cuatro meses y un día, a los que nos oponíamos a realizar la prestación social sustitutoria, cuando por negarte a realizar el servicio militar era de un año y que hasta el siempre incalificable por aquél entonces ministro de justicia (modo sarcasmo) Sr. Mújica, perdía la vergüenza (todavía no la ha encontrado, conste) y nos acusaba de «utilizar la objeción de conciencia para desestabilizar el Estado democrático y estar apoyados por los radicales y violentos» y les advierte de que «todo el peso de la ley» caería sobre ellos.
Así que ya ven. Mi celebración ahora es otra. Tampoco hubiera ido a los canapés de ayer porque, al parecer, se trataba de que algunos contaran historias de la puta mili, y mi historia es tan corta como lo que duró mi cartilla militar en arder en una hoguera colectiva.
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