Al monte se va con botas. Cómo no enseñar Filosofía.

Por José Luis Ferreira

Leo en un libro de Filosofía de 1º de Bachillerato (Bien Pensado, ed. Alhambra):
"Las ciencias naturales incurren a veces en errores lógicos: argumentos incorrectos desde el punto de vista de la lógica.
"El esquema de argumentación que utiliza la verificación de una hipótesis es lógicamente incorrecto pues incurre en una falacia de afirmación del consecuente. Veámoslo con un ejemplo:
"1. Si llueve, las calles están mojadas.
"2. Las calles están mojadas.
"3. Por lo tanto, ha llovido."
Y el autor, Javier Pérez Carrasco, se queda tan campante.
Uno puede decir que las afirmaciones de la ciencia, siendo que dependen de la verificación empírica, no pueden ser nunca deducidas lógicamente. Nos referimos a las afirmaciones acerca de los hechos o de las leyes y teorías científicas. Nadie nunca ha negado tal cosa. Pero esto dista mucho de ser una falacia lógica, pues nunca se hace la afirmación que critica JPC.
Tal vez lo que se quiere decir es que las hipótesis que concuerdan con los observables se aceptan con mayor probabilidad que las que no concuerdan (si las calles están mojadas la hipótesis de que haya llovido gana puntos frente a la alternativa de que no haya llovido, siempre a la espera de dar o quitar puntos según tengamos más información). Pero esto no se dice. Ni una palabra acerca de la inferencia estadística, que es un modelo formal en el que se muestra la lógica escrupulosa y nada falaz de este tipo de afirmaciones, que son las científicas.
Un profesor quiere hablar de validación de hipótesis sin hablar (¿sin saber?) de inferencia estadística. Eso es echarse al monte sin botas.
¿Cuándo ocurrió que la filosofía quedó en manos de la gente de letras? La filosofía, desde sus inicios ha sido siempre una disciplina de ciencias (que no entre aquí el que no sepa geometría). En algún momento, sobre todo en la Europa continental y, sobre todo, en España, quedó en manos de gente anumérica, salvo honrosas excepciones.
La filosofía debe plantear preguntas, cuestionar actitudes, proponer maneras de vivir, buscar hilos conductores en el pensamiento,... Muy poco de este quehacer se puede tratar sin la ciencia. Las preguntas corren el riesgo de ser ridículas y las críticas de caer, digamos, fuera de tiesto.