Al otro lado

Por Siempreenmedio @Siempreblog


Una de las actividades que propuso mi compañera de viaje (la verdad es que esta vez se había estudiado ella más el viaje que yo) era llegar a un islote pequeño que había frente a una de las costas de la isla en kayak. Había que llegar hasta un local (a pie de playa, hecho de maderas) en el que te alquilaban todo lo necesario para vivir tu aventura deportiva (ejem).

Yo, que estoy desentrenada y confío poco en mi resistencia, le dije que sí, que adelante, que no parecía que aquello estuviera muy lejos. Tras echar un vistazo, hablamos con las encargadas de los equipos, que nos dieron instrucciones muy claras de qué había que hacer, porque todo dependía de las corrientes (si había mucha no dejaban salir a la gente, obviamente).

Nos verían fornidas y jóvenes (mi compi más que yo) y nos dieron toda la paranernalia para lanzarnos al mar, remar a brazo partido (nunca mejor dicho) y llegar hasta el islote donde un pedazo de imbécil nos fastidió durante un rato la visita porque no se le ocurrió manera más patética de impresionar a su novia que llevar una moto de agua y pasarse el rato haciéndose selfis mientras hacía el gilipollas (lamentablemente, hay gente así). Lo más triste es que ella le hacía fotos todo el rato a él. No creo que ella saliera en ninguna. (Igual era una sesión de fotos profesional y ella era la fotógrafa... aunque no creo). No se imaginan el ruido que retumbaba en toda la zona (y el susto de meterse bajo el agua y que el mastuerzo este te diera con la moto... en fin).

Bueno, superado el episodio del imbécil, que tras su sesión de fotos se marchó (sin ver nada del islote... WHAT? Pues eso), nos quedamos mi colega y yo con un grupo de jóvenes que habían venido, al igual que nosotras, en canoa. El sonido del mar. Es tan embriagador que hipnotiza. Allí, en silencio, escuchando el mar. He de decir que al llegar, como estaba fresca y no notaba cansancio en los brazos, me envalentoné y propuse darle la vuelta completa al islote. Muy sabia, mi amiga me dijo que veía unas corrientes fuertes en uno de los lados. Menos mal...

Estuvimos un rato allí, sentadas en la arena. Luego paseamos un poco por la breve costa, observando las peculiaridades de aquel entorno, hasta que decidimos volver. Ahí sí noté el cansancio de los brazos, pero no solo por mi flojera, sino porque la corriente nos desviaba constantemente y teníamos que corregir la dirección a cada golpe de remo. Íbamos un poco más lentas que a la ida. El mar se volvía oscuro con el paso de algunas nubes. Era un cielo cambiante. El viento soplaba ligeramente. Los brazos se hacían cada vez más pesados. La costa no parecía estar más cerca. (Quién me manda a mí...).

Y, de repente, ahí estaba, una tortuga que sacó la cabeza para respirar, en mitad del mar, iluminada por un rayito de sol que se coló entre las nubes... recogimos los remos. Pasamos, flotando despacio, cerca de ella. Respiró. Se volvió a sumergir. Seguimos nuestro rumbo hacia la costa.

Ay.

Hasta que llegamos al otro lado.

Sonriendo.