La razón, que nunca ha sido perfecta, salvo en las teorías de los "perfectos" racionalistas, lejos de apresar lo salvaje, también es salvaje. Ahora resulta que racionalistas e irracionalistas estaban equivocados, pues ambos se decantaban por un lado de la balanza cuando nunca ha habido balanza. Y es que lo civilizado es otra forma de manifestarse lo salvaje, u otra forma de huir de lo salvaje, o de ahuyentarlo, o de buscarlo. Utilizando la metáfora del juego, diríamos que lo civilizado es el movimiento de la cometa y lo salvaje el viento que la mueve. La ilusión es creer que el niño dirige algo, como si el viento fuera un medio o un recurso servil. Todo lo contrario: la voluntad es sólo ocasión para que el viento se manifieste salvajemente, en forma de balanceo, o de remolino, o de nada.
¿Estamos entonces a tiempo de desilusionarnos? ¿Podemos mirar todavía ahí lo salvaje? La respuesta de Snyder apunta, más bien, a un ideario ético: "Más difícil es imaginar una civilización que lo salvaje pueda soportar, aunque esto sea, justamente, nuestra obligación. Lo salvaje no es solo la "preservación del mundo", es el mundo. Todas las civilizaciones, ya sean orientales u occidentales, hace tiempo que siguen un rumbo de colisión con la naturaleza salvaje, y hoy existen naciones desarrolladas que tienen el insensato poder de erradicar de la faz de la tierra no solo seres, sino especies y procesos completos. Necesitamos una civilización que pueda convivir entera y creativamente con lo salvaje. Y debemos comenzar a hacerla crecer aquí, en el Nuevo Mundo."
(Ángel de la muerte, Evelyn de Morgan)
Desoír lo salvaje que yace ahí es como desoírnos a nosotros mismos. No hablar su lenguaje, la mayor de las osadías.