Al otro lado de la linea

Por Noeargar
Nairobi, Kenia. 27 de junio 2011

Un enorme descampado rodeado por un frágil muro nos da la bienvenida. Da la equívoca sensación que la noche anterior, donde ahora transitan sin mucho orden vehículos y personas, se celebró un gran concierto al aire libre. Una pequeña placa maltratada y definitivamente oxidada nos informa que estamos pisando suelo propiedad de la Republica de Kenya. Resulta desconcertante observar como nadie se ha molestado ni tan siquiera en colocar una bandera bien visible que reclame la soberanía de tan desolado descampado. Nos encontramos en algún punto, para nosotros indefinido, de la línea recta que une el lago Victoria con el océano Índico, caprichosamente trazada, como si de un tablero de ajedrez se tratase, por alemanes y británicos en 1886 con el fin de delimitar sus posesiones en el África oriental.
A este lado de la línea la primera impresión es la de que pocas cosas han cambiado respecto del lado contrario. Un funcionario sin apenas pestañear nos reclama el pago del doble de la tasa del visado. De poco sirve poner el grito en el cielo o señalar con intensidad el papel desgastado que cuelga de la ventanilla con las tasas oficiales. No nos queda otra que transigir para recuperar nuestros pasaportes. Por suerte para nosotros aplican el mismo rigor a la hora de hacer el cambio de divisas y nos dan tantos dólares de más como la mafia policial se ha embolsado. Un completo desaguisado.
Avanzamos hacia el norte por los mismo paisajes donde vamos poco a poco advirtiendo ligeros cambios; edificios que se elevan más allá de las 3 plantas, algunos recubiertos de vidrio, impresionantes anuncios de enormes televisores de 72 pulgadas y carreteras, que sin llegar a ser gran cosa, presentan una mayor uniformidad.
Tras varias horas, ante nosotros aparece casi sin previo aviso, Nairobi, una ciudad decididamente más moderna, cosmopolita y contaminada que su opuesta Dar es Salaam. Grandes y desfasados rascacielos, enormes edificios administrativos y grandes parques legado del protectorado británico se levantan sobre un terreno que en 1899 tan solo era un cuartel general desde donde los ingenieros dirigían la construcción del tren que desde la costa se adentraba hasta Uganda. Situada a casi 1600 metros sobre el nivel del mar, con un clima más benigno, Nairobi pronto desbancó a Monbasa, mucho más alejada de la acción. Hoy Nairobi es un importante centro financiero donde pasean ejecutivos encorbatados y la gente viste a la moda no muy lejos de los barrios de chabolas, siempre en una extraña simbiosis entre decadencia y modernidad. Una ciudad sin apenas encanto con fama de insegura, que algunos han rebautizado con el mal nombre de Nairobbery y donde al pasear por sus calles uno tiene la impresión de encontrarse en un rincón anodino y desubicado, una ciudad que sueña equipararse a una grande europea sin mucha fortuna donde el principal peligro se presenta al respirar durante demasiado tiempo su aire sorprendentemente contaminado.
Nairobi se levanta moderna y vanidosa al Norte de la frontera, perfecto contrapunto a su antagónica del Sur, la caótica y auténtica Dar es Salaam. A un lado del descampado el dinero luce algo más lustroso con la cara del omnipresente Jomo Kenyatta, héroe de la independencia y eterno presidente, al otro lado los billetes apenas resisten desgastados y hechos jirones. A un lado y otro de la caprichosa línea trazada con regla.

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