Al otro lado -relatos cortos-

Por Orlando Tunnermann

Diría que se alió con las nubes y las estrellas para que las noches y los días fuesen mi guía cuando ella faltase. Diría que se convirtió en lucero para fulgir deslumbrante cuando el ocaso me recordara su ausencia. La última vez que vi a Matilde llevaba un vestido largo y rojo de terciopelo, el cabello largo, rubio platino, recogido en un moño victoriano. Sus ojos azules, dos piscinas olímpicas, rebosaban la acostumbrada alegría aquella mañana en que subimos a la garganta de Barrabás, una escarpadura escalonada al norte de Sanabria. Estábamos solos, por lo cual nadie fue testigo de tu alianza con el firmamento.
Nadie pudo ver cómo cruzabas al otro lado y desaparecías de mi vida para siempre. Desapareciste, así de simple, así de terrorífico e incomprensible. Cruzaste al otro lado de aquella ventana natural entre las rocas con forma de estrella celestial. Al otro lado no hay nada, salvo escalones de piedra y naturaleza salvaje que se pierde hacía ubérrimos valles que en primavera adoptan los colores de una pintura de Renoir.
Han pasado tres años desde que cruzaste al otro lado. Recuerdo, o acaso lo he imaginado, que cuando cruzaste al otro lado sonaba desde alguna parte una música distante y cadenciosa que sonaba a melodía de piano. Era una pieza que invitaba a la melancolía irremediable. Fueron apenas diez o veinte segundos. Después el viento se encargó de romper la ensoñacion. Aún subo los 355 escalones que llevan a la cima de la garganta de Barrabás, y te busco entre las rendijas de las rocas, los bolsillos etéreos de las nubes de algodón y las garras nudosas de los árboles. No estás ahí. Desapareciste cuando cruzaste al otro lado. Me han dicho tantas veces que te convertiste en ángel que ahora empiezo a creerlo. Me dicen que te uniste a un coro de querubines más allá del cielo conocido. Me dicen que tu misión en la Tierra había finalizado y que por eso marchaste, para reunirte con los ángeles, a tu hogar, más allá de donde mi pensamiento puede alcanzarte. Una amiga pitonisa me cuenta que no eras de este mundo, que sólo viniste para mostrarme el significado del amor verdadero. Lo que tú no sabías es que al enseñarme eso me arrebataste la vida y me enseñaste a despreciarla y a aborrecer el amor como si fuese éste el más potente de los venenos. Tu ausencia es ahora mi condena. Debiste dejarme ciego, sordo y mudo, en vez de amarme como el devoto ama a Dios y el astrónomo los colores de las galaxias en plena colisión. Me amaste para matarme en vida, y ahora ya no distingo entre el amor y el odio; me parecen la misma cosa cada vez que te recuerdo, cruzando al otro lado para reunirte con los ángeles del infierno.