Al sur de granada (1957), de gerald brenan y de fernando colomo (2003). un inglés en la alpujarra.

Publicado el 30 octubre 2020 por Miguelmalaga
Existe algo especial en los libros de los ingleses que se enamoraron de nuestro país. Han escrito algunas de las mejores crónicas de nuestro pasado (entre ellas se encuentra El laberinto español, del mismo Gerald Brenan), quizá porque han podido establecer una mirada objetiva sobre la historia de España, aunque no exenta de pasión. Brenan llegó a España después de haber participado en la Primera Guerra Mundial. Su deseo adolescente de aventuras - se había escapado de la tutela familiar para recorrer Europa ya antes de la guerra - seguía intacto y nuestro país le pareció un destino lo suficientemente exótico y barato como para poder establecerse durante un periodo que acabarían siendo años. Al sur de Granada es el relato de esas experiencias, pero a la vez constituye un valioso manual de antropología e historia de un territorio que en aquella época era de los más primitivos de España, la Alpujarra. Sus intenciones al escribir el libro se resumen aquí:

"Me limito a escribir lo que recuerdo haber visto, y doy por supuesto que nadie va a encontrar en España un país modelo, como Suecia o Suiza, condicionado por el ritmo de sus máquinas, sino, por el contrario, un país que hasta la fecha ha insistido en conservar una cierta dosis de anarquía y rebeldía. Me es imposible decir hasta cuándo durará esta situación, pero es cierto que al sur de los Pirineos vive todavía una sociedad que antepone las más profundas necesidades del alma humana a la organización técnica necesaria para alcanzar un nivel de vida más alto. Es esta una tierra en la que crecen conjuntamente el sentido de la poesía y el sentido de la realidad. Ni uno ni otro engranan con la perspectiva utilitarista."

No me resisto a transcribir sus impresiones sobre Málaga, una de las primeras ciudades andaluzas que pudo visitar, donde puede apreciar una estricta división de clases sociales:

"Me pareció una ciudad de contrastes. En la cima de un desmoronado altozano devorado por la luz amarilla, en el castillo moro, pululaban mendigos y gitanos; habían excavado sus cuevas en los muros, y se dedicaban a despiojarse los unos a los otros, sentados al sol, envueltos en las tufaradas que desprendían los naranjos y los excrementos secos. Los chiquillos menores de doce años corrían desnudos. Luego, si uno bajaba hacia el Parque, a un tiro de piedra, la escena cambiaba por completo. Las victorias de la aristocracia madrileña paseaban arriba y abajo —por aquella época Málaga estaba de moda como estación de invierno— y los lustrosos y tintineantes caballos y las centelleantes ruedas correteaban bajo el entramado de los plátanos. Podía uno sentarse en cualquiera de los bancos de piedra y observar a los que pasaban. Las jóvenes de la clase media, tocadas con peinetas y mantillas de blonda negra, paseaban con andar de maniquí y recogían las admirativas miradas de los hombres con los que se cruzaban. El peinado podía resultar rústico o elegante, pero en todos los ojos había un brillo excitante y muchos de los rostros eran adorables."

Aunque a priori parecía difícil que un inglés educado y culto se integrara en una comunidad tradicional, con escasos contactos con el exterior, desde el primer momento Brenan apreció una especie de pureza vital en los habitantes de Yegen, el pueblo donde alquiló una casa durante muchos años. Allí podía dedicarse a sus principales aficiones: la lectura y las caminatas por el campo, que a veces le llevaron a puntos tan distantes como Murcia. Según observó Brenan, la educación no era imprescindible para que una comunidad funcionara razonablemente bien si las tradiciones eran respetadas. Bien es cierto que existían los caciques y las consiguientes desigualdades sociales, lo que repercutía en una pobreza muy acusada en la mayor parte de la población, aunque bien es cierto que nadie llegaba a pasar hambre. Entre otras cosas, la religión se vivía allí de un modo muy particular. Había cura e iglesia, pero las creencias populares se movían entre la doctrina católica y el paganismo, dando más importancia - como sigue sucediendo en buena parte de Andalucía - a las festividades marianas y sus procesiones que a la misma ceremonia de la misa. En cualquier caso, la peculiar forma de vida de Yegen podía dar lugar a episodios insólitos, como el que Brenan relata en este pasaje:

"Un día, en Yegen, fui a la tienda de la aldea a comprar algunos cigarrillos y al recoger la vuelta me encontré con algunas monedas desconocidas. Al examinarlas en casa vi que se trataba de monedas púnicas e íberas. Es decir, eran monedas de las ciudades púnicas e íberas, acuñadas bajo la república romana, y, por tanto, las primeras en acuñarse en España, si exceptuamos las de las ciudades griegas de Cataluña. Cuando regresé a la tienda y pregunté si tenían más, sacaron unas veinte o treinta. Una oferta de comprarlas a peseta la pieza dio lugar a que otras personas me ofrecieran veinte monedas más. Lo interesante de la cuestión era: ¿de dónde habían salido? ¿Habían circulado tranquilamente en las inmediaciones desde el momento en que fueron acuñadas o provenían de algún tesoro? Tras unas cuantas investigaciones topé con un hombre que recordaba que uno de sus antepasados, al morir, había dejado una colección de viejas monedas, y que su familia, al no saber qué hacer con ellas, decidió gastarlas."

Hay otros capítulos, como el dedicado a la vida en Almería a principios del siglo XX, tan evocadoramente escritos, que solo con leerlos nos hacemos una idea de la dura vida cotidiana en las urbes de la época sin tener que acudir a libros de historia más sesudos. Entre otras muchas cosas, Al sur de Granada nos recuerda que la felicidad vital no depende de los lujos de los que nos rodeemos, sino de necesitar poco para llevar una existencia razonablemente buena. La versión cinematográfica de Fernando Colomo adopta un acertado tono de comedia para acercarnos a la historia del encuentro entre integrantes de dos civilizaciones muy diferentes y la aceptación por parte de los habitantes de Yegen de las excéntricas costumbres del nuevo señorito inglés y de los amigos que van a visitarle. Además, tomándose muchas libertades, narra la historia de la criada de la que concibió una hija, un episodio por el que se pasa de puntillas en el libro. 

Pero lo verdaderamente importante de libro y película es el espíritu que las impregna, ese que dicta que cada cual ha de ser capaz de buscar la forma de habitar el mundo que más le conviene y que para muchos la serenidad es un valor mucho más valioso que el poder o el dinero:

"Porque la palabra era serenidad. Ni siquiera habían pasado veinticuatro horas cuando volvió a mí la vieja impresión de altura y de quietud, de campos de aire que se extendían ante mí y de torrentes de agua que caían a mi espalda, y me di cuenta que Yegen tenía algo que le diferenciaba de todo lo demás. El momento en que lo captaba mejor, y cuando se presentaba con mayor intensidad, eran las noches de luna llena. De pie sobre el terrado veía cómo la tierra se revelaba en fiesta por todas partes, y me parecía que navegaba en la proa de un barco en travesía por un océano petrificado. O que el barco se transformaba en un avión que se deslizaba sobre un caos negro y gris, hasta que al rozar quizá un diminuto jirón de nube, ponía rumbo a la estratosfera. Y, además, qué silencio; un silencio tan profundo, tan amplio que se medía por el sonido del agua que caía, o por un ocasional e incitante rasgueo de guitarra. Aparte de esto ninguna señal de vida humana, tan sólo las luces de los pueblos distantes —Jorairátar, Alcolea, Paterna, Mairena—, que yacían como constelaciones en la vaga inmensidad."