Al tercer óle, un bostezo

Por Antoniodiaz

Sandra Carbonero. Burladero


Toros de Daniel Ruiz, inválidos, de escasa presencia y descastados. Devueltos primero y tercero por tullidos, como también debió serlo el cuarto. Sobreros de Parladé y Montealto, de similar trapío y comportamiento. Sebastian Castella: estocada caída (silencio). Pinchazo y estocada casi entera (ovación con saludos). Cayetano Rivera: estocada desprendida (saluda ovación desde el tercio). Dos pinchazos y estocada (aviso y silencio). Daniel Luque: bajonazo (silencio). Pinchazo y media lagartijera (silencio).
Libramos, nunca mejor dicho, la tarde de Torreherberos y Torrehandilla, ante el escaso interés de los toros -alguien tendrá que aclararnos los méritos de este hierro para estar anunciado en Sevilla y Pamplona-, y de los matadores, a pesar del respeto, sacrosanto, que en esta casa se le guarda al Cid. Lo mejor, o lo peor, que se puede decir es que cumplieron todos con lo esperado: toros flojos, nobles y sospechosamente escobillados (esto sin esperarse del todo, tampoco sorprende) con un Paquirri bullidor, la sombra del Cid y Fandi, variado, espectacular e insustancial como tantas veces.
Por no pecar de cansinos -por desgracia las cuatro líneas que aquí juntamos con escasa gracia y aún menos objetividad, se parecen demasiado un día tras otro, de manera análoga a toros que salen cuarto de hora tras cuarto de hora por gateras: todos iguales- se pueden resumir las seis faenas de muleta y las ocho lidias, con verbos y conjugaciones que están más indicados para los manuales de geriatría y obstetricia que para la crítica taurómaca: cuidar, mantener, aliviar, administrar, medir, sostener, sujetar, aguantar, consolidar y un largo etcétera que convierte al toro bravo en un animal que al aficionado solo puede dar vergüenza ajena. Ni la extraña, ni la propia, la vergüenza digo, impidió al señorito Daniel Ruiz enviar a Sevilla una corrida que bien podría haber acabado como casquería en el muladar para buitres de Valderrobles. Y fijo que estas aves carroñeras, una vez dada cuenta de las canales aguadas de estos torillos hubieran pedido el libro de reclamaciones a los taurinos: "sois unos buitres".
Tanta porquería cuatreña deambulando de aquí para allá como zombies con hierro y divisa, acabó hipnotizando al público, incapaz de distinguir un puyazo a ley, de un simulacro; un muletazo templando de un pase acompañando; una faena rendonda, ligada y estructurada, de un batiburrillo de mantazos a ver lo que sale; y la ejecución de la suerte de matar, en sus diferentes formas, del trompazo que se pegan finado y matador, como un par de feriantes en los coches de choque. En este punto de ingenuidad, apatía o ignorancia taurina, los aficionados que llenaban la plaza dispensaron algunos óles cuando el toreador era capaz de dar tres pases ligados, sin cuestionar el poder del toro, la verdad del cite ni la pureza del lance. Una de esas muchas tardes en las que el público pone el piloto automático de aficionado, como si solo se debiese a unos derechos, que pasan por fiarse de los estamentos taurinos y hacer gala de una santa paciencia, en espera de que suene la flauta y fulanito de tal quiera tener su día; mismo público que suele dimitir de sus obligaciones, que van más allá de ser el primo paganini de los mercedes de Canorea y las americanas de Curro Vázquez, olvidando que el único salvaguarda de la autenticidad de la Fiesta.
Castella aburrió como siempre, Cayetano hastió como Castella y Luque empachó como Cayetano. En el saco artístico de la tarde incluímos un pasodoble durante la faena al cuarto, que sólo perdió las manos tres veces mientras el señor Tristán pegaba batutazos como un luis cobos sevillí, acaso para que el público no bostezara después del tercer óle. No le funcionó.