Ya he comentado en el blog dos novelas de Alberto Olmos (Segovia, 1975), y ya he escrito aquí que he leído prácticamente casi todo lo que ha escrito, y que empecé con él en 1999 con A bordo del naufragio. En la reseña de Ejército enemigo escribí una larga introducción sobre mi relación con la obra de Olmos (ver AQUÍ). En esta reseña también apuntaba que lo conozco en persona. Sin ir más lejos, el mismo día en que acabé de leer Alabanza –en el autobús que por las mañanas me lleva al colegio donde trabajo–, quedé a tomar algo con él. En un bar de la calle del Pez, él pidió… (no, es broma; que luego me dice que escribo unas reseñas muy indiscretas).
Como le ocurre al personaje de Alabanza, al propio Olmos no le gusta hablar de lo que está escribiendo; pero, gracias a alguna conversación, yo sabía que en los últimos tiempos estaba enfrascado en la escritura de su novela más larga hasta la fecha y que el tema podía ser rural. Durante estas vacaciones de Semana Santa me acerqué a la Fnac de Callao y compré Alabanza, que he leído con la calma de las vacaciones, dedicándole a la lectura más tiempo que el que habitualmente me puedo permitir.
La novela comienza cuando la pareja protagonista, Sebastian Bel y Claudia, se acercan en coche hasta el pequeño pueblo de Castilla en el que han decidido pasar sus vacaciones de verano, un pueblo sin conexión a internet y con una población de unas veinte personas (según la agencia que les ha alquilado la casa). Sebastian ha alcanzado un acotado prestigio como escritor de cuentos, pero cuanto más prestigio tenía (concedido por el todopoderoso crítico Roberto Alamañac), menos parecía vender. Un día, acuciado por la falta de dinero, decide escribir, al fin, una novela comercial, titulada El misterio del mapa o algo parecido. En la novela se juega a la desmemoria de Sebastian sobre el título de su propia novela, a la que secretamente desprecia: se trata de una novela sin alma literaria, un artefacto narrativo diseñado para satisfacer el gusto popular y que se convierte, de forma inmediata, en un best seller, que le dará dinero y fama. El crítico Alamañac ataca este cambio en la escritura de Sebastian, que –al revés que le ocurría antes– parece ganar lectores según pierde prestigio. La novela está ambientada en el futuro inmediato de 2019, un mundo en el que ha desaparecido la Literatura Tal y Como se Conocía Hasta 2013. La literatura ha muerto por la ausencia de lectores y porque los escritores, asimismo, decidieron claudicar a favor del best seller. Quizás, se culpa Sebastian, la literatura murió después de la escritura de El misterio del mapa (o un título similar). El verano en el pueblo castellano le va a servir a Sebastian para dos cosas: escribir un nuevo libro de cuentos, tratando de redimirse como autor literario, cuando lo lógico sería escribir una segunda parte de su best seller; y mantenerse alejado de internet, donde suele ser el blanco de dolorosos ataques.
La estructura de Alabanza está muy cuidada: La ida, con la llegada en coche de la pareja al pueblo, sirve de prefacio de lo que se va a desarrollar después; y el final, La vuelta, sirve de conclusión, mientras los protagonistas dejan el pueblo. En medio hay tres partes –Broma, Prejuicio, Mentira– de una extensión similar. La novela está escrita en tercera persona y se sirve del estilo indirecto libre para acercarse al punto de vista de los personajes (aunque serán más las páginas que se ocupen de Sebastian que las que se dedican a Claudia). En Broma, Sebastian se ha propuesto no salir de la casa alquilada hasta que no escriba un buen cuento. Quiere escribir un libro de cuentos titulado Las amadas, y en cada uno de los cuentos hablará de la relación con las mujeres con las que se ha acostado (de nuevo, el interés de Olmos por el sexo). Sebastian irá fracasando en sus intentos de escritura, pero el lector podrá acercarse al fantasma de ese libro no escrito. Mientras, Claudia deambula por el pueblo, que parece habitado sólo por unas antipáticas viudas. A Claudia comenzará a fascinarle un pequeño misterio: el incendio de la principal iglesia del pueblo. Esto dará pie a una pequeña trama, la esperanza de resolución de un pequeño misterio.
En la segunda parte, Prejuicio, Sebastian, tras conseguir escribir lo que considera un buen cuento, sale a la calle. Los recuerdos le asaltan, ya que –descubre el lector– el pueblo castellano elegido no fue precisamente al azar, sino que es su pueblo de origen; ese del que renegó al huir a la ciudad y cambiar incluso de nombre.
En Mentira, otra vez se vuelven a entrecruzar el punto de vista de Claudia y el de Sebastian, y lo más destacable sería la rememoración de Sebastian de sus comienzos literarios. La crítica al sistema literario (con algunos personajes casi reconocibles) acaba siendo bastante ácida y divertida.
Alabanza recurre a la analepsis continuamente. El tiempo rememorado desde el verano del pueblo ocupa muchas más páginas que el presente. Y en cierto modo, cada una de las partes principales de la novela podría funcionar casi como una novela corta independiente; unidas, claro, porque lo contado atañe a distintos aspectos de la vida del protagonista: su relación con el sexo, con su pasado rural y con la literatura. El contrapunto de la mirada de Claudia y el pequeño misterio planteado en torno al incendio de la iglesia y a la muerte del padre de Sebastian completan la estructura argumental de la novela.
Alabanza está escrita con gran ambición literaria. El lenguaje podría ser el tercer protagonista de este libro, repleto de frases muy bellas, y que indaga no sólo en la búsqueda y el rescate de un vocabulario rural olvidado, sino simplemente en los entresijos del idioma. En las notas que tomo al leer han sido numerosas las palabras que he tenido que apuntar para consultar su significado (aproado, ancilar, esculcar, agiotista, nimbar, teratológico…, por poner algunos ejemplos). Me ha gustado el siguiente detalle: aunque la novela se inscribe en esta pequeña corriente de la literatura actual que manifiesta un interés por el mundo rural (Intemperie de Jesús Carrasco o Por si se va la luz de Lara Moreno), y que retoma uno de los temas más olvidados de las últimas décadas, al situar la novela en 2019 se introduce también algún elemento de ciencia ficción. Los móviles (en el caso de poder conectarse a internet), al enfocar su visor sobre algún objeto desconocido, pueden suministrar al usuario información sobre la realidad que está contemplando.
El día que acabé la novela, como ya he comentado, quedé a tomar algo con el propio Olmos. Hablando sobre la esencia de la verdadera literatura, de esa conjunción entre lenguaje y creación de trama y personajes, y de mi opinión sobre la novela, le comenté a su autor que, partiendo de que Alabanza me parece un gran libro, quizás podría haber tenido más fuerza si la historia narrada en el presente del verano del pueblo hubiera planteado un conflicto mayor entre la pareja protagonista. El conflicto existe, los protagonistas cambian levemente desde que comienza Alabanza, desde ese prefacio titulado La ida, hasta el final (muy Lars Von Trier) de La vuelta, pero este cambio está, en todo caso, más sugerido que mostrado. Aunque tal vez este pequeño reproche sea simplemente un intento por mi parte de emular al gran crítico Roberto Alamañac, una señal (puramente personal) del camino que considero que ha de tomar Olmos en el futuro para convertirse (si no lo es ya) en uno de los escritores referenciales de mi generación.
Sin duda, Alabanza es una gran novela, que indaga en los conflictos de las relaciones de pareja, la identidad, la esencia del arte y la vocación literaria; escrita bajo los planos de una arquitectura sólida y que hunde sus manos en una sentida indagación de la esencia metafórica y una riqueza del idioma que a veces olvidamos.
La mejor novela del autor hasta la fecha.