Todo esto me ha hecho recordar cuando acababa de llegar a esta casa y también un medio día la alarma de incendios empezó a sonar. Estábamos Currita y yo solas. La pobre Currita dormía, y yo me asusté de verdad (no como ahora que me resbala). De repente me vi como en “El Coloso en llamas”, siendo salvada por un helicóptero después de haber estado a punto de morir a la parrilla… Pelín exagerada, vale.Salí por patas, cogí a Currita en brazos, y me dispuse a obedecer las ordenes que la encantadora señorita nos dabapor megafonía: salgan de sus casas, abandonen el edificio, no utilicen los ascensores, hay una alarma de incendios en el edificio.Este mensaje lo repetía una y otra vez en dos idiomas y con el sonido de una sirena de fondo. Para cagarte de miedo, os lo aseguro.
Al salir no olía a quemado ni pude ver humo, tampoco vi ningún vecino fuera. Pero yo, me dispuse a bajar las 24 plantas que me separaban de la salvación, andando. Así que empecé, un piso,y otro, y otro más, y otros 5 más, y otro más… De vez en cuando me asomaba a los ascensores por ver si veía a alguien, pero estaba más sola que la una. Sí, me mosqueaba pero yo tenía que llegar abajo y salvarnos. Las 10 últimas platas creí morir. Currita pesaba un huevo y medio y yo estaba bajo cero en forma física. Cuando por fin parece que llego al final, en la plata cuarta más o menos, vuelvo a escuchar a la encantadora señorita, esta vez con otro mensaje:- Ha sido una falsa alarma, pueden volver a sus casas.
Me senté en las escaleras, abracé a Currita y me sentí la mujer más gilipollas del mundo.Estoy segura que aquel día una servidora y su hija fueron las únicas que movieron el culo de su casa.Y os aseguro que desde aquella vez, si suena la alarma, (que suena una vez al mes mínimo), espero, espero, espero y al final siempre la encantadora señorita me dice que no haga ni puto caso. Y yo, obedezco.