“Quién necesita pies, cuando ya tiene un par de alas”
Me
“De haber sabido, yo habría seguido, cualquier pista que dejaras, algún rastro de tu cara, pa’ encontrarme de una vez con tu mirada…
De haber sabido, me habría perdido, siguiendo el aire que agitaba el movimiento de tus alas, ya ves que ángeles y humanos sí se aman.
Habría dejado una canción sin escribir, tendría guardado algún pretexto para hacernos coincidir, ya no quiero imaginar lo que pude hacer sin ti, porque tengo este presente tan feliz… ya ves, mi amor, te conocí.
Yo no quiero imaginarme sin tener tus besos, no quisiera despertarme si esto fuera un sueño, me da igual que sea verano o que sea invierno, mientras que estemos viviendo en tu universo.
Dos almas que se están amando sin ponerse freno, nuestras almas las que están volando, las que están viviendo, todo puede convertirse en magia cuando amas sin miedos, si tan solo alguien me hubiera dicho que iba a ser perfecto, de haber sabido que eras tú.”
Lo que acabamos de leer es una carta que jamás fue leída por la persona a quién estaba dirigida, se quedó atorada entre las manos de su escritor enamorado y la rendija bajo la puerta de una casita con jardines de azucenas, la casita de marcos blancos y cornisas doradas donde vivía la dueña del corazón de un niño de 14 años, se quedó esperando el último empujón de los dedos entumidos de un jovencito que temblaba corazón adentro con solo escuchar la voz de una niña de trece de rizos caramelos y sonrisa de avellanas, se quedó derrotada por el miedo al rechazo, se quedó perdida en la soledad de los segundos que se detienen mientras el corazón se desboca en la ansiedad de sus latidos. La puerta se abrió emitiendo un chirrido como un lamento de bisagras, y yo guardé la carta en el fondo de la mochila.
El asunto conmigo era que me había enamorado solito, me enamoré de la niña más linda de la calle, la más linda de la provincia… qué digo… la más linda del universo. Y en este bonito trance en el que estaba yo sumido, hasta llegué a creerme que también ella estaba enamorada de mi risa, de mis ojos y mis locuras, cuando solo era una niña que me conocía desde los doce, que me veía como un vecino y
amigo de la escuela y con tanta simpatía y dulzura en sus gestos que terminé creyendo que tenía alas y que sus labios serían mi cielo. Júrenme que a ustedes no les ha pasado nunca esta belleza.
No voy a extenderme mucho en este cuento porque ya me expuse por completo. Ese día fue mi última oportunidad para decirle a Haydi Lindsay Luna Naranjo lo que sentía, y volví a portarme como de costumbre, volví a portarme como un cobarde. Cuando la puerta se abrió y la vi resplandecer desde el fondo de aquella casa, supe que sería mejor no arruinar nuestro último día con mensajes de ese tipo, ponerla a leer una carta que yo escribí con tanta pasión, podía ser un poco injusto para la niña de los ojos grandes repletos de miel y caramelo, ponerla a tomar decisiones que incluían el corazón podía significar el sacrificio de los últimos minutos con ella riéndonos de todo, y esto sí que sería imperdonable. Han pasado ya 28 años desde aquella mañana y aún recuerdo su nombre.
Don Luis Luna se llevó a toda su familia a los Estados Unidos, abandonaron el país y jamás regresaron, doña Dunia, Haydi y Daniela, todos los miembros de la familia Luna Naranjo.
Haydi era mi sueño, la soñaba al dormir y la soñaba despierto, tenía catorce y jamás me había enamorado, hasta que llegamos a vivir a Turrúcares de Alajuela cuando tenía doce, ella vino a mi casa a dejarnos un pastel de bienvenida que doña Dunia le envió a mi mamá con mucho estilo, fue entonces cuando la vi a los ojos y escuché su voz, y jamás salió de mis anhelos.
Esa mañana nos despedimos como dos amigos, Haydi prometió jamás olvidarme, y yo no la he olvidado.
Luego de que tomaron su vuelo, se hizo de noche. Fue la primera noche del resto de mi vida sin ella, y la oscuridad se posó en mis alas, era la noche del adiós. Y no solo la música se moría, también se rendía mi corazón.
Después de ella ya no hubo cielo, solo unas alas rotas y un abismo de recuerdos. Así que tomé la carta y la disfracé de canción. Y por favor… jamás se lo vayan a decir.
“Para qué necesito piel, si lo que quiero es tocarte el alma”
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