Los últimos compases de un éxito cualquiera de algún grupo de pop olvidado sonaban y la gente aplaudía, eufórica por el alcohol. Una muchacha le pasaba el micrófono a un hombre de mediana edad que sostenía un bourbon en la otra mano. La letra de una canción de Carl Perkins empezaba a colorearse de azul celeste a medida que el hombre intentaba acercarse lo máximo posible al acento del rockabilly de Tennessee.
Era una noche cualquiera de alas rotas y losers variados en el karaoke.
Tres divas, con pinta de vivir del famoseo y tan explosivas como ordinarias, entraban en el local. Se pavoneaban, conscientes de su estatus y saboreaban un extraño tipo de decadencia del que ellas nunca serían si quiera conscientes.
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Un grupo de chavales se daba codazos entre sí, puesto que un par habían conocido a una de las chicas. Dos chicos más, procedentes del baño, se unían al grupo frotándose ostensiblemente la nariz. Todos ellos reían y se abrazaban brindando con sus copas, tatuándose en el corazón cada minuto de aquellos años.
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El hombre del escenario, seguía desgañitándose penosamente y pensando interiormente en terminar lo antes posible la canción para volver a su rincón oscuro y poder volver a rumiar sus pensamientos. ¿Un divorcio?, ¿un embargo?, ¿un fallecimiento?, ¿un despido? Solo él lo sabía.
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Un grupo de alemanes con pinta de jugadores de rugby se empujaban ruidosamente al fondo del local, entre grandes risotadas y jarras de cerveza. Coreaban lagas frases que solo ellos entendían y por momentos sus voces vencían al equipo de sonido del local ahogando la voz del voluntarioso hombre del escenario.
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El camarero se movía por la barra absolutamente indiferente al escenario y lo que allí sucedía. La expresión de su cara parecía decir “ojalá pudiera meterme unas agujas de ganchillo en los oídos”.
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En otro lado del local un hombre con una gorra de color gris hacía air guitar ajeno a cualquier tipo de vergüenza ajena. En su cabeza bordaba el tema principal de Rocky.
Era una noche cualquiera de alas rotas y losers variados en el karaoke.
Aquel callejón no tenía salida.
No había genio de la lámpara.
Naciste siendo rata callejera y morirás siendo rata callejera.
Y solo tus piojos te echarán de menos.
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