Posiblemente todo empezó antes, a finales del siglo XVII la economía catalana se expande sentando la base del importante crecimiento económico del siglo XVIII, se acentúa el contraste con el subdesarrollo de la España interior, se fortalece el sentimiento superior de pertenecer a un territorio que se industrializa en un país que permanece atrasado. La estabilidad política es pura apariencia, se vive en una situación transitoria. Las opciones son, o se va a un sistema de gobierno como el holandés o el inglés o a una monarquía absoluta al estilo borbónico francés; muchos catalanes pensaban que la segunda alternativa recaía en el nieto de Luis XIV, Felipe de Anjou convertido en rey de España. Hasta 1714, Cataluña conserva su estructura política independiente, tiene moneda, aduanas, sistema fiscal propio y, salvando la decadencia de la literatura culta, el catalán es la lengua oficial. Víctima del gran juego europeo, abandonada a su suerte por Inglaterra y Austria, Barcelona rinde el sitio ante las tropas hispano-francesas de Felipe V. Primera consecuencia de la derrota, invocando el derecho de conquista se liquidan las instituciones catalanas, comienza así un proceso de desnacionalización gradual. En una Cataluña en vías de expansión fabril y comercial donde las oportunidades profesionales son variadas, la participación de los catalanes en las instituciones del Estado son mínimas (entre otros factores, influye la falta de dominio del castellano). Desde el gobierno central se percibe a Cataluña como una provincia insumisa y desleal. El deseo frustrado de transformar España en una nación industrial moderna, lleva a la burguesía catalana a soñar con una nación catalana.
En 1870 nace en Barcelona la primera asociación patriótica catalanista, la Jove Catalunya, un club literario dedicado a la concienciación pero no a la política activa; su portavoz es la revista La Renaixença, publicación que bautiza al movimiento de restauración de la lengua catalana como idioma culto. Nadie discute la primogenitura de La Renaixença en los orígenes sociales del catalanismo. Mientras para otras nacionalidades la raza o la religión juegan el papel primordial de signos distintivos en la identidad colectiva, la lengua lo es en Cataluña. En el despegue y posterior desarrollo del incipiente catalanismo, la presencia de centros excursionistas, grupos sardanistas y asociaciones cívico-culturales de talante patriótico, alimentó la labor de forja de un frente catalán por encima de diferencias ideológicas, a fin de impulsar la regeneración de España. Aunque el catalanismo en esta fase natalicia no consiguió una base social suficiente para ser una fuerza política transformadora, la reina regente María Cristina, en el mensaje de 1888, al lado de la implícita fidelidad a la monarquía, sugería una solución hermana de la adoptada por su pariente el Emperador de Austria, que en 1867 concedió a Hungría una amplísima autonomía encajada dentro de una monarquía dual. Cuatro años más tarde, en 1892, en la segunda asamblea anual de la Unión Catalanista celebrada en Manresa, se aprueban las bases para la Constitución Regional Catalana, conocidas como las Bases de Manresa; recogen el primer proyecto de estatuto de autonomía para Cataluña. Al tiempo que en 1895 empieza a difundirse la definición de nación catalana; Cataluña es la única patria de los catalanes y España es solamente el estado al que pertenecen, se diferencian nación y estado. Sin embargo, este catalanismo entrado en fase nacionalista seguirá sin ser independentista. El predominio republicano federal en Cataluña se repartirá entre el catalanismo legítimo de la Unió Catalanista y el catalanismo conservador de la Lliga Regionalista. El 11 de febrero de 1906, se produce un fenómeno muy importante en el desarrollo histórico del movimiento nacional catalán, en Gerona se presenta la coalición electoral Solidaritat Catalana; por primera vez el catalanismo es ya un movimiento de masas. A pesar de sus holgados triunfos en las elecciones provinciales de 1907 y en las generales de abril del mismo año donde el éxito de Solidaritat fue todavía mayor (de los 44 escaños que los distritos catalanes tenían en el Congreso, 41 corresponden a la coalición), a corto plazo no consiguió ninguno de sus objetivos, se trataba de una formación excesivamente heterogénea, la Semana Trágica en julio de 1909 acabó definitivamente con ella. Avanzando en el tiempo, llegamos al 6 de abril de 1914 fecha en la que se constituye la Mancomunitat de Cataluña, regida por una Asamblea compuesta por la suma de los diputados de las cuatro diputaciones provinciales catalanas, siempre presentó una combinación multipartidista pero con dominio mayoritario del catalanismo. En el transcurso de los años siguientes las diputaciones fueron traspasando servicios, como el de carreteras y agricultura, hasta alcanzar la totalidad, y se puso la primera piedra del aparato educativo catalán. Aunque nunca se alcanzó la normalización lingüística, se debe a la Mancomunitat el reconocimiento de la lengua catalana como idioma público y administrativo. Coincide este período histórico con la I Guerra Mundial; la contienda bélica representa para la industria catalana una coyuntura de buenos negocios, y la esperanza de los nacionalistas que una victoria aliada influya favorablemente en el acceso de Cataluña a la autonomía. Restablecida la paz, a principios de 1919 nace la primera organización independentista, la Federació Democrática Nacionalista de Francesc Maciá; nos encontramos en el momento cumbre del movimiento nacional catalán del primer cuarto del siglo XX. En 1923 fruto de las presiones del grupo militar de Barcelona que sólo deseaba la Capitanía General como único poder en Cataluña, el Directorio militar presidido por Miguel Primo de Rivera (al que dieron pleno apoyo entidades patronales y burguesas catalanas, menos preocupadas por el futuro del catalanismo que por la desarticulación de la CNT y el fin del pistolerismo) prohibió, decretazos mediante, el uso público de la lengua y la bandera catalanas. La dictadura junto con la represión de los signos colectivos, supuso para el nacionalismo radical la demostración del fracaso de la vía política y legal hacia la autonomía bajo el régimen monárquico y justificó la exploración del camino hacia la insurrección separatista. Con el propósito de visitar los núcleos separatistas catalanes en varias capitales iberoamericanas, Maciá emprendió un viaje que culminó en octubre de 1928 con la asamblea independentista de la Habana, cuyo proyecto constitucional propugnaba vínculos simplemente confederales con el resto de España, manteniendo el derecho de separación. La bandera separatista de las cuatro barras con la estrella solitaria se inspira en la bandera cubana. Pero la aventura del Estat Catalá no tuvo repercusión en Cataluña, la línea insurreccional no encontró eco. Devueltas las libertades democráticas, mientras el catalanismo conservador se veía obligado a apoyar a la monarquía, las izquierdas catalanas, todavía muy fragmentadas, iban a pactar con los republicanos y socialistas españoles. La participación de los nacionalistas catalanes en el comité republicano se logró a cambio de prometer que en el caso de darse un futuro gobierno republicano, se concediera a Cataluña un estatuto de autonomía. En 1931 como resultado de la fusión del Partit Republicá Catalá de Companys, el Estat Catalá de Maciá y el grupo L´Opinió de Lluhi i Vallescá se crea Esquerra Republicana de Catalunya. Las elecciones municipales de abril de 1931, tras la derrota del catalanismo conservador y el arrinconamiento del lerrouxismo en Barcelona, inauguran la hegemonía de ERC en Cataluña. Al mediodía del 14 de abril, Companys proclama la República desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona izando la bandera tricolor. Poco después Maciá declara la República Catalana como estado integrante de la Federación Ibérica y toma posesión de la diputación; sin embargo, el mismo Maciá, tres días más tarde renuncia a la República Catalana a cambio de un poder regional que adopta el nombre de Generalitat. En el gobierno provisional de la Generalitat están presentes, no sólo Acció Catalana sino también el PSOE y el Partido Radical, quedando excluida la Lliga condenada al ostracismo después de haber dirigido el movimiento catalanista durante décadas. Una comisión redacta el Estatuto, es aprobado por la asamblea de representantes de los ayuntamientos y sometido a plebiscito el 2 de agosto de 1931, el 99 por 100 de los participantes en la votación ratifica el proyecto de ley estatuaria. Sin embargo el Estatuto no sería otorgado por la voluntad de los catalanes, sino por la voluntad de las Cortes españolas donde los catalanes eran una pequeña minoría, esta circunstancia numérica supuso cambios y algunas restricciones en el documento original. Implantado el régimen autonómico, en la elecciones de noviembre de 1933 la victoria de las derechas es en Cataluña menos amplia que en el resto de España. El problema grave de la República al igual que de la autonomía catalana, consistía que la derecha republicana, el Partido Radical, era débil y la derecha mayoritaria, la CEDA, era antirrepublicana. El 6 de octubre de 1934, el presidente Companys se declara en rebeldía contra el gobierno Lerroux y anuncia el Estado Catalán dentro de una República Federal Española, fue un voluntarioso brindis al sol, duró apenas diez horas; el gobierno de la Generalitat se rindió al general Batet a primera hora del día 7. En el llamado bienio negro se suspendió el Estatuto de autonomía y se clausuró el Parlament. En la elecciones de febrero de 1936, el Front d´Esquerres (nombre del Frente Popular en Cataluña), ganó en todas las circunscripciones catalanas, obtuvo el 59% de los votos mientras el Front d´Ordre conquistó el 41%. La victoria de la coalición de izquierdas era más amplia en el territorio catalán que en el conjunto de España, donde el Frente Popular sacó el 48% de los sufragios y las derechas el 46,5%. Duró poco la alegría en la casa del pobre; uno de los objetivos esgrimidos, desde el principio, por los militares sublevados en julio de 1936 era la lucha contra la autonomía de Cataluña, la liquidación –según ellos- del separatismo. Curiosamente al inicio de la Guerra Civil la autonomía catalana se amplió de hecho, si bien esto es cierto, la leyenda del individualismo socio-político catalán cae por su propio peso; al único partido independentista, Estat Catalá, se le mantuvo durante la guerra al margen de todos los órganos de gobierno y acabó limitándose a manifestar su apoyo a la Generalitat y a Esquerra Republicana de Catalunya; se suele olvidar que Cataluña envió tropas al centro de España a luchar por la República, algunos de esos soldados defendieron Madrid. En medio del desastre de la Guerra Civil Española, se hundió todo aquello por lo que diversas generaciones de catalanes habían luchado, la mayoría de los cuadros políticos, sindicales e intelectuales de la Cataluña republicana de los años treinta emprendieron el camino del exilio y la clandestinidad. Por más que la propaganda de los resistentes tratase de ocultarlo, la Guerra Civil también había sido entre catalanes con sus vencedores y vencidos. La represión contra los signos de catalanidad se cebó principalmente con el idioma, quedó totalmente prohibido el uso público y escrito del catalán. A pesar del aislamiento del régimen franquista, muy pronto quedó claro que las potencias occidentales vencedoras de la II Guerra Mundial no intervendrían en el derrocamiento de Franco y se desentendían de las reivindicaciones catalanas. La distancia entre los políticos catalanes del exilio y las organizaciones clandestinas del interior se fue ampliando. La gran mayoría de la burguesía catalana adoptó una posición acomodaticia, cada vez más iba dependiendo de la oligarquía financiera franquista; ello explica que puede resultar plausible el papel que, en los años sesenta, reivindicaron comunistas y socialistas catalanes de representar el único catalanismo popular auténtico. A mediados de la década de los cincuenta nace un nuevo movimiento nacionalista de fuerte raigambre católica, opuesto al catalanismo republicano a quien por su anticlericalismo hace corresponsable de la Guerra Civil, el sector más activista estaba encabezado por Jordi Pujol. La creación de una serie de instrumentos culturales, señalan el paso de una etapa de supervivencia a otra de recuperación renovadora; en los años sesenta y setenta el desarrollo de la sociedad civil catalana supone un serio desafío para el régimen franquista: la Nova Canço, el Círculo de Economía, los movimientos estudiantiles, los años de la “Assemblea de Catalunya”, etc. Cataluña y sus reivindicaciones alcanzan un protagonismo destacado en la política española después de la muerte de Franco. El 29 de septiembre de 1977 se decreta la Generalitat provisional y el 23 de octubre Tarradellas llega a Barcelona como presidente. En 1979 el Estatuto es ratificado por los catalanes en referéndum con una participación del 59,6%. La Unió Democrática de Catalunya, los democratacristianos por miedo a ser absorbidos por la UCD se coaligan con CDC, toman las siglas de CiU. Las primeras elecciones autonómicas de 1980 suponen un cambio. Los signos de identidad se reafirman en las últimas décadas, sin embargo, a pesar de todo, la frustración del desarrollo autonómico, más cerca del modelo unitario descentralizado que del modelo federal preferido por el movimiento catalán, ha producido la aparición de un nacionalismo soberanista oficial ajeno a los pequeños grupos extraparlamentarios que lo monopolizaban. La diversidad de minorías nacionales sin estado, carecen de canales políticos que defiendan su singularidad y colmen sus aspiraciones dentro de la Unión Europea. La Europa de las regiones donde podrían encajar los sentimientos de identidad colectiva del pueblo catalán, está por hacer. La democracia formal se ha basado en el Estado nacional y no ha aparecido un proyecto alternativo que le pueda sustituir. Hasta ahora las ideologías uniformistas han estado siempre al servicio de la influencia de una nación, que presentaba sus objetivos como universales. El aquí prietas las filas sufre una decadencia evidente que requiere una profunda renovación, comenzando por aceptar un nuevo marco donde se reconozca la diversidad nacional del pluralismo ideológico.