Estar missing. Sentirse perdido. No hallarse en medio de un mar de gentes que a uno lo bambolean hasta hacerle perder el norte y no saber dónde quedó el sur. No reconocerse en el espejo. Querer que lo trague a uno la tierra. Y, en cierto modo, conseguirlo.
Es lo que Alberto Fuguet (Chile, 1964) refleja en su última novela, Missing (Ed. Alfaguara), la historia real novelada de su tío Carlos, que emigró en busca del sueño americano y se perdió en los vericuetos de esa nebulosa que a los inmigrantes los ciega y los oprime.
—Leo las opiniones que suscita su novela y me hago chiquitita: ¿qué le pasa a uno por el cuerpo cuando le ensalza, por ejemplo, Vargas Llosa?
—Siento que yo, de una extraña manera, me gané el Nobel. La verdad es que es raro porque, uno, no estoy del todo acostumbrado (yo siento que me va mejor con lectores fieles con los que tengo un “lazo” que con la crítica pura y dura) y, dos, quizás por eso mismo, estaba muy preparado para que me dieran duro con Missing: por no ser una novela convencional, por estar ambientada en USA, por tener tanto inglés y spanglish, cosas por las que antes sentí que “había pagado”. Y pasó lo contrario: lo mejor de las buenas críticas es que ayuda a que el libro llegue a más gente. Ya que Vargas Llosa me lea me parece un premio. Que me destruya, también, por lo que, que me ensalce, como dices, es realmente sentirse premiado en todos los sentidos de la palabra.
—Missing es su novela más personal, fundamentalmente porque cuenta una historia que sucedió en su familia. ¿Cómo se supera el pudor a la hora de narrar?
—Es personal sin duda, y cercana pero no sé si es la más personal y por un lado es autobiográfica pero también es la biografía de otro: Carlos. En todo caso, sin duda es un libro cercanísimo y personal. Es raro lo del pudor. Siento que no hizo mucha falta. Quizás Carlos debió enfrentarlo más pero tampoco porque, tal como me lo dijo, “los secretos sólo lo son cuando eres conocido o te conocen…” y Carlos era un ser anónimo. Creo que cuando capté que Missing debía ser un libro y no una novela, ahí fue que sentí que no había mucho del cual avergonzarse o esconder. Que lo que le pasó a mi familia seguro que le pasó a muchas. Y que no estaba traficando con cotilleo. El libro no venía de la república de la venganza. Mucha gente dice: “Te desnudaste”, algo que me llama la atención porque de ser así, en todo caso, tampoco es tan tremendo o espantoso. Una cosa es desnudarse, otra es ser exhibicionista o trabajar en porno. El pudor no fue algo que atajó la escritura. Lo importante fue al revés: la necesidad de no callar, de no perder la historia, de no perderse.
—No sabía de ese término por lo que no sabía que estaba de moda. Acá usamos en término gringo: no-ficción. Pero sí, está por ahí, navegando entre la no-ficción y la crónica y la ficción. Yo la llamo una novela de no-ficción que no es tan nuevo. Pero en este caso mezcla un caso real con un seguimiento detectivesco con unas memorias y todo se trenza en un híbrido que yo denomino “una investigación”. Eso es lo que realmente creo que es: una investigación de muchas cosas. Desde yo mismo a Carlos a lo que es una novela a lo que es ficción y autoficción y no-ficción.
—Viene del mundo del periodismo y se basa en ciertos aspectos básicos de éste para construir sus novelas. ¿Se siente más periodista o más novelista? ¿Puede su yo periodista vivir sin su yo novelista?
—Siento que, tal como soy chileno, o tal como mi lengua es el español pero mi lengua materna es el inglés, lo cierto es que sí: siempre tengo la camiseta del periodista, use cualquier traje encima. Esta novela la veo claramente ligada al periodismo y como la investigué fue más como periodista, aunque yo me engañé pensando que era un detective privado. Sigo ejerciendo el periodismo y si bien a veces lo odio cuando debo entregar algo a tal hora, lo cierto que me sirve muchísimo estar en la calle, reportear, conocer gente y mundos nuevos. ¿Qué me siento? Me siento un director de cine que escribe. A veces me siento un crítico de cine que lee o ve películas. Me siento un novelista que tiene el privilegio de ejercer el periodismo.
—Hasta ahora había trabajado mucho el relato corto. ¿Cómo ha resultado la experiencia de embarcarse en una gran novela (en todos los sentidos de la palabra) como Missing?
—Es curioso pero no siento a Missing como una novela sino como el 'making off' de una. Yo siento que el libro es todo aquello que uno tiene antes de hacer una novela. Capté que ese material en bruto era mejor que hacer una novela. Cada día dudo y leo menos grandes novelas y me siento más cercano; aunque haga el día de mañana un libro de 1500 páginas, siento que sería un libro hecho en trozos, digamos. Me gusta lo fragmentado.
—Le comparan con Bolaño. ¿Cómo se le queda el cuerpo?
—No realmente. No lo veo así. Bolaño es Bolaño. Lo que sí compartimos es cierta obsesión al parecer por lo fronterizo, por el tema de los inmigrantes y ciertas coincidencias por ciudades o cultura pop. Bolaño creo que es mucho más literario que yo en todos los sentidos.
—¿Alguna vez se ha sentido missing, perdido en medio de una sociedad en la que no se reconoce?
—Por cierto: y me quedó gustando, digamos. No me interesa estar del todo hallado, encontrado, a gusto. Y escribo y filmo sobre esa gente. Ya no tengo una vida así o me siento así pero mi disco duro se llenó de esa sensación. Creo que en mi novela corta "Aeropuertos", que salió hace poco, están todos un poco perdidos. Y traté de hacer un film que se llamaba "Perdido" pero se perdió.
—¿Y ha sentido la tentación de quemar las naves?
—No realmente. Supongo que lo más parecido fue lanzarme a hacer cine. El mundo literario me hizo una despedida. El perderme en el cine y asumir que quizás dejaba de ser un escritor es lo más parecido a perderme. Y lo que sucedió fue creo al revés: me encontré. "Missing" salió de mi ingreso a realizar pelis, a pensar audiovisualmente. Missing es mi documental por escrito, creo.
—Totalmente. Aprendí mucho más a editar, a la importancia de la elipsis, a empatizar y meterse dentro de un personaje, que es lo que uno hace con un actor. No he sentido ninguna tentación de llevar nada mío al cine. Y desde, no sé, Las películas de mi vida, siento que esos libros se “filmaron”, que no hace falta filmarlos, al menos yo. Sí me encantaría que se filmaran. Obvio. Acepto ofertas. Pero yo no, yo ya viví ese viaje. Me han filmado una novela, Tinta roja, en Perú, con Lombardi a cargo, y yo no participé porque sentí que no venía al caso. Me interesa adaptar a otros escritores, otros libros, eso sí. Sólo me interesaría llevar al cine un cuento mío pero, más que el cuento, es la novela gráfica que salió de ese cuento: se llama Road Story y sería una cinta caminera ambientada en territorio de Bolaño: la frontera tex-mex.
—Dígame, el sueño americano, ¿es sueño de verdad o sólo una pesadilla embadurnada de merengue?
—Depende. Muchos lo logran. Y depende del sueño: puede ser desde ganarse un Oscar hasta simplemente tener un sueldo, un techo, acceso a la educación para tus hijos. Y creo que esas historias se han contado. A veces demasiado y muchas veces caen en el panfleto o lo kitsch. Creo que, de una u otra manera, mi familia cumplió el sueño americano: lograron salir adelante. Pero inmigrar no es para débiles y Carlos ahí fue la víctima. Le tocó vivir la pesadilla americana. Ahora bien, a nivel pop, literario y cinematográfico y hasta musical, creo que Carlos sí logró algo del sueño americano: se transformó en un personaje, casi un vaquero errante, una suerte de Travis de Paris, Texas, o un personaje desolado de Carver o alguien que no estaría fuera de lugar en un tema de Johnny Cash. En ese aspecto, Carlos claramente logró algo, pero el costo sin dudas fue alto. Demasiado alto, creo.
Publicado en Diariocrítico.