El PP ha desplegado en Cataluña una política contradictoria y decepcionante, pues decía una cosa y después hacía otra. Alicia Sánchez Camacho ha luchado mucho, pero ha sido abrasada por su propio partido, que dice defender España pero le da a los separatistas todo lo que piden y que ha demostrado, llenándose de vergüenza, que ni siquiera es capaz de hacer cumplir la ley y la Constitución en tierras catalanas.
Hay cientos de miles de catalanes contrarios a la independencia y adversarios de la arrogancia y la mentira del nacionalismo corrupto catalán, deseosos de poder votar a un partido que de verdad sepa defender la unidad de España. El PP no ha sido hasta ahora ese partido, pero Ciudadanos ha demostrado en Cataluña que sebe plantarle cara a los dementes y obtusos que capitanea Artur Mas y que conducen a los catalanes hacia un mundo de parias: arruinados, divididos, enfrentados, sin mercados, con las empresas en retirada, sin euro y expulsados de Europa.
El mayor pecado del PP es la arrogancia, una postura que le ha llevado a gobernar mintiendo, engañando y sin tener en cuenta los deseos y anhelos de los ciudadanos. En Cataluña, esa política ha sido especialmente cruenta, pues sus coqueteos con el nacionalismo, su debilidad congénita, su ambiguedad ante la ley y la Constitución y su eterna predisposición a negociar con el adversario, siempre que esa negociación le aporte poder y votos, ha dejado sin protección y sin bandera a millones de catalanes que se sentían españoles.
Albiol, aunque, como él afirma, siempre ha derrotado a los nacionalistas y a los socialistas, se encuentra ahora librando una batalla que él no controla porque la campaña se la va a hacer un Rajoy que quiere hacer pasar su falta de principios, cobardía, indecisión y mediocridad por prudencia y sentido de Estado.
La batalla de Cataluña está en su apogeo y no es ya tiempo de medias tintas, Es hasta probable que el gobierno tenga que suspender la autonomía, aplicando la norma mas rigurosa y dura de la Constitución, lo que indica que las medias tintas y blanduras de Mariano Rajoy representan siempre una sangría de votos que buscan fortaleza, decisión y firmeza frente a una tribu nacionalista que se alimenta del odio a España y de sembrar rencor y división por doquier.