Leído de forma recopilada, ya sea en la espectacular versión Omnibus publicada por Top Shelf o en la más cómoda en dos volúmenes de Astiberri, la primera impresión que se tiene es un poco decepcionante. Condensar una vida en un único volumen, por grueso que éste sea, es tarea imposible y las idas y venidas de la vida, las tonterías que se hacen día sí y día también, se traducen en la tentadora etiqueta de “irregular”, terrible palabra que en el fondo sólo hace que clasificar la realidad de la existencia como algo necesariamente irregular, habida cuenta de que no todos los días serán iguales, ni para lo bueno, ni para lo malo. Sin embargo, con la distancia del tiempo, esa misma recopilación comienza a tener un valor añadido que va mucho más allá de la lectura de la vida y milagros de Campbell, incluso mucho más allá de las siempre interesantes reflexiones que lanza el autor. Alec se convierte en un gigantesco testimonio de la formación de un artista, desde el camino de la propia autoafirmación como tal hasta el proceso de aprendizaje. Lo primero lo encontraremos en las muchas y sesudas reflexiones del autor, siempre en contraste continuo con las realidades cotidianas que le obligan a poner los pies en tierra. Lo segundo, en comprobar cómo Campbell va aprendiendo y ejercitando su narración gráfica, desde la simplicidad casi torpe de sus inicios a los atrevimientos de los ejercicios formales que encontraremos después. Con esta nueva perspectiva, la lectura es fascinante, se convierte en un ejercicio de metacreación total en la que lector y autor se funden en la reflexión, en un diálogo continuo hacia la propia esencia de lo que es el proceso creativo. Y, también, se constata que el camino de Alec tiene un final, un sentido que se alcanza con esa genialidad que es El destino del artista, una obra que resume y plasma a la perfección todo lo aprendido en una vida de creador, consecuencia lógica de Alec hasta el punto que, visto hoy, creo que son inseparables.
Y uno, al final, se da cuenta de que de obra menor nada. Que Alec es mucho más que una obra: es el andamiaje que aguanta todo lo creado por Eddie Campbell, una mirada al secreto estudio del artista, a las bambalinas de la creación.