Mis más sinceras condolencias por el atentado al Charlie Hebdo. Mi más sentido pésame. Es difícil de encajar un ataque tan flagrante contra la libertad de expresión, contra la pluralidad de ideas. Es difícil comprender el odio, pero aunque suene muy cristano -y no lo soy- el odio no se vence con odio, sino con amor. Como dijo Françoise Sagan, "amar no es solamente querer, es sobre todo comprender". Y para combatir el odio, para comprenderlo, hace falta únicamente ser persona (ojo, comprender no significa justificar).
El crimen del Charlie Hebdo no es culpa del islam, ni del choque de civilizaciones, ni de la inmigración, sino del odio. Y, nos guste o no, el odio forma parte de la esencia del ser humano, igual que el temor a lo desconocido. La islamofobia es el mayor ejemplo: henchirse de odio para combatir el odio, henchirse de temor para combatir lo desconocido. No tiene sentido.
Los musulmanes no son, per sé, enemigos de Europa. Son diferentes, eso sí, pero la diversidad cultural no atenta contra nadie. Lo que hay que combatir no es el islam, sino el fundamentalismo, reconociendo que fanáticos hay en todas partes y que el fanatismo no es producto de la religión, sino de la naturaleza humana. También el ansia de poder genera odio y fundamentalismo, y se hace necesaria una mirada crítica para no convertirse en marioneta del poder, en marioneta del odio.
En el mundo hay más de 1.000 millones de musulmanes, pero no todos anhelan aniquilar a Occidente. En Israel hay 8 millones de judíos, pero no todos esquilman al pueblo palestino. En España hay cientos de miles de seguidores del Atlético de Madrid, pero no todos tiran al Manzanares a aficionados del Deportivo de la Coruña. En País Vasco hay 2 millones de habitantes, pero no todos simpatizan con ETA. Huyamos de los argumentos vacuos, huyamos de la incriminación generalista. El odio no tiene raza, ni color, ni idioma, ni religión. El odio tiene rostro humano. Fin.