Durante más de seis décadas, la saga Bond ha ido evolucionando y reinventándose a sí misma. Ninguna otra franquicia cinematográfica lleva tanto tiempo seduciendo y entreteniendo al público como la que amparan EON Productions y Danjaq LLC gestionando el legado de Albert R. Broccoli sobre la obra literaria de Ian Fleming. Este registro, por sí mismo, ya es digno de alabanza. Sin embargo, no se había conocido un movimiento tan audaz hasta la etapa de Daniel Craig al frente del personaje. Con la excelente Casino Royale (2006) se hizo evidente que producción, guión, dirección e interpretación se habían conjurado para dotar al nuevo ciclo de un carácter rompedor. Fue una apuesta para recuperar la esencia del personaje, tal como lo concibió Fleming, dejando los gadgets high-tech y los villanos megalómanos en el fondo del armario. Bond volvería a ser el "son of a bitch, bloody killer" de sus inicios novelescos, dentro de un contexto moderno y más realista. Se trataría de explorar facetas diversas de 007, desde la base literaria, manteniendo el canon de entretenimiento y acción.
No todo en esta nueva etapa ha resultado acertado puesto que Quantum of Solace (2008) significó un bajón espectacular respecto a su antecesora. Afortunadamente, fue posible reconducir el camino inicialmente trazado gracias a Skyfall (2012), probablemente el mejor título de la saga. El enorme éxito global de la película también se debió a la incorporación de dos piezas fundamentales: el excelente guionista norteamericano John Logan y, especialmente, el fichaje del ganador del Oscar, Sam Mendes, para la dirección. La asociación entre Mendes y Craig, que ya habían trabajado juntos en Camino a la Perdición (Road to Perdition, 2003), fue algo de lo que se benefició la película. La insistencia del actor fue el factor desequilibrante a la hora de convencer al atareado director para dejar en espera algunos de sus nuevos proyectos teatrales y regresar tras las cámaras con Spectre, convirtiéndose en el primer realizador que dirige dos films Bond consecutivos desde que John Glen hiciera lo propio en los 80.
Volviendo a 2006, es interesante recordar las palabras del propio Sam Mendes cuando le preguntaron qué le parecía la entrada de Daniel Craig en la franquicia. El director declaró que la elección era un error y que Craig no debía aceptar la propuesta. Viéndolo desde la perspectiva actual, estas palabras generan una gran perplejidad que desaparece por completo cuando profundizamos en el contexto de esas declaraciones. Mendes conocía la calidad interpretativa del actor tras haber trabajado con él y consideraba que la deriva que estaba caracterizando a la saga no encajaba con sus prestaciones. No podemos olvidar que Muere otro Día (Die Another Day, 2002), protagonizada por Pierce Brosnan, había sido un festival de superficialidad tecnológica, caracterizada por una grave falta de entidad en los personajes y situaciones. El éxito de taquilla de la misma hacía creer al observador externo que la franquicia iba a continuar por esos derroteros de irrealidad casi patológica que ya se habían apreciado durante la etapa de Roger Moore. Como cualquier cineasta británico que se precie, Sam Mendes era un seguidor más de la saga pero consideraba que su ligereza y falta de solidez argumental siempre le mantendrían alejado en el caso de recibir una oferta de Eon Productions. Este mismo argumento era el que aplicaba en relación a Daniel Craig, actor al que ponía muy por encima de Brosnan en cuanto a capacidad interpretativa. Por tanto, creyó que era una mala decisión del actor el hecho de comprometerse con algo que no estaba a su altura. Sin embargo, con el estreno de Casino Royale, el público vio que la saga había cambiado radicalmente. Bond volvía a sus orígenes literalmente y construía una identidad sólida en el marco de un proyecto capaz de entretener desde planteamientos argumentales más exigentes. Este nuevo rumbo sorprendió a Mendes quien comprendió la razón por la que Craig se había implicado. Después de la apuesta fallida por Marc Forster en Quantum of Solace, Michael G. Wilson y Barbara Broccoli fueron a buscarle para que retomara el rumbo iniciado con Casino Royale. Para Mendes, el trabajo de Martin Campbell, Craig y los guionistas había sido mayúsculo en el film de 2006 y sobre esa base aceptó entrar en el mundo de 007.
"Sin Casino Royale, nunca habría aceptado entrar en la saga. Para mí, los films de 007 eran un magnífico divertimento pero no encajaban conmigo desde el punto de vista creativo. No obstante, el trabajo de Martin Campbell y Paul Haggis, plasmado por Daniel, cambió el rumbo de la franquicia y, en este contexto, sí que podía aportar algo y sentirme cómodo al mismo tiempo."CIERTOS SPOILERS TRAS EL SALTO
El éxito crítico y comercial de Skyfall fue extraordinario. La British Academy of Film and Television Arts (BAFTA) la premió como mejor película británica de 2012 y los dos Oscar obtenidos la situaron como la cinta más laureada de la franquicia. Con este logro grandioso resultaba difícil presentar un nuevo título pero Mendes aceptó el reto con la intención de no repetirse. Aunque la fórmula de Skyfall había pegado fuerte, el público no podía recibir una película que replicara sus constantes. Durante más de dos años, Mendes y Craig exprimieron a los guionistas para crear una propuesta audaz que mantuviera el tono. Querían insistir en la vertiente realista a través de una trama que siguiera implicando personalmente a Bond, aunque de forma distinta. De alguna manera, deseaban extender la trama serielizada que había caracterizado al periplo de Craig como James Bond. Por primera vez, la franquicia había huido de lo procedimental para crear algo parecido a una antología que ahora podía tener su capítulo conclusivo. John Logan presentó un primer borrador en esta línea que fue complementado por los habituales Neal Purvis & Robert Wade. Sin embargo, a poco de empezar el rodaje, Mendes quiso darle una última vuelta de tuerca y contrató a Jez Butterworth para que acabara de pulir algunos flecos.
Con la recuperación de los derechos sobre la organización criminal que había estado presente en casi todas las películas 007 de los sesenta, Spectre es una película que plantea una historia conducida y dirigida por el propio Bond. No hay órdenes ni pistas marcadas. 007 está solo al mando de su propia investigación y es él quien arrastra a la cúpula del MI-6 tras sus pasos. El críptico mensaje que la antigua M (Judi Dench) le deja como testamento, pone a Bond tras la pista de una organización en la sombra que estaba detrás de los casos más importantes en los que éste había participado: los fondos para el terrorismo de Le Chiffre y la traición de Vesper Lynd, los planes siniestros de Dominic Greene para Quantum, e incluso la venganza de Raoul Silva contra M. Todos ellos, incluso la perversa organización Quantum, eran subsidiarios de alguien más poderoso que no dudaba en financiar operaciones y dotar de recursos a varios subalternos cuya finalidad principal era desestabilizar el orden mundial, en determinados lugares, sobre la base de la extorsión y la intimidación. Con unos intercambios monetarios cada vez más corrompidos, la fuerza de Spectra seguía creciendo mientras dejaba que las caras visibles fueran también las figuras más prescindibles. Como si se tratara de una partida de ajedrez, la organización extendía sus tentáculos sobre el tablero sustituyendo una pieza caída por otra.
No obstante, Bond llega finalmente al centro de esta corporación fantasma, de este gobierno mundial oculto, cuyo poder e influencia resulta una amenaza para la estabilidad política y financiera del mundo. Spectra actúa sin ser vista, destruye y obtiene beneficios mientras las autoridades creen haber neutralizado la amenaza. Y, paradójicamente, su líder está conectado con el pasado de Bond y parece haber disfrutado causando dolor y decepción a 007 a través de las muertes de Vesper y M.
Desde este punto de vista, la película Spectre es un acierto total. Manteniendo las pautas de acción y entretenimiento, es capaz de tejer una trama poderosa en la que Bond actúa por libre mientras en Whitehall se libra una batalla de poder en la que el flamante director del Servicio de Seguridad Conjunto, Max Denbigh (Andrew Scott), realiza los pasos pertinentes para acabar con el factor humano en el campo del espionaje y la inteligencia. Los drones, los robots espía, los super-ordenadores capaces de procesar millones de datos, la asepsia informática en definitiva, están a punto de recibir la bendición del Gobierno para sustituir el anacronismo que los doble cero y su licencia para matar suponen. La subjetividad, la iniciativa individual que compromete a Whitehall, con sus acciones temerarias, quiere dejarse atrás para confiar en un sistema apoyado sobre el "Big Data". Pero... ¿Quién facilita la mayor parte de los datos?, ¿Quién prescinde de barreras éticas para obtener informaciones y vulnerar la privacidad y los derechos de las personas?, ¿Quién está dispuesto a caminar por ese terreno cenagoso?... Otra vez volvemos al hombre en la sombra, el que reparte anillos a sus sicarios y no se siente condicionado por ninguna reglamentación en sus operaciones habituales.
Tratándose de un film de la franquicia Bond, la película plantea una interesante reflexión. ¿Estamos dispuestos a que nuestros derechos sean pisoteados en beneficio de una sensación de seguridad?, ¿La inestabilidad política y bélica no resulta siempre un acicate para recortar libertades?, ¿Por qué los actos de terrorismo global siempre acaban rescatando los planes gubernamentales más polémicos que nunca saldrían a la luz en un marco de estabilidad internacional?
Además de este interesante planteamiento de carácter político, Spectre es también un gran film de acción en el que Daniel Craig continúa brillando como un excelente 007. La película incorpora acertadas notas de humor dentro de un marco elegante y serio. El contrapeso dramático funciona bien y, dentro de este esquema, Craig se siente enormemente cómodo para desarrollar el personaje. A su dureza habitual, añade cada vez más ironía y no cabe duda que tiene una credibilidad como Bond que hace palidecer a algunos de sus antecesores. No sabemos si continuará en la saga con una película más (el que estas líneas escribe espera que vuelva) pero si finalmente ésta ha sido su última participación, la saga cierra un capítulo caracterizado por una clara unidad formal y de contenido. Algo que ha sucedido por primera vez en la historia de la longeva franquicia. Durante estos últimos años nos hemos olvidado de esas estúpidas conclusiones en las que Bond desaparecía con la chica de turno provocando la vergüenza o la perplejidad de sus superiores. También hemos visto a 007 manteniendo relaciones realistas con las mujeres e implicándose contundentemente en la lucha contra sus enemigos. Hemos contemplado al mejor 007 en el cuerpo a cuerpo y a alguien capaz de expresar emociones internas, que le implican de verdad sin por ello caer en la vulnerabilidad de Brosnan. El Bond de Craig ha sido intimidante, un asesino creíble cuya fidelidad inquebrantable con la corona se afianza en cada una de sus acciones. Ha sido una apisonadora que, poco a poco, ha sabido disfrutar más de su trabajo hasta crear un clima que inspira confianza entre los que le rodean y no solamente lealtad de página de guión. Pero insisto, la propuesta cierra un ciclo aunque admite el regreso. En cualquier caso, a día de hoy, espero que si entra un nuevo actor en los próximos años se mantenga el tono que ha marcado la etapa reciente.
El mayor problema de Spectre es inevitable y estructural: ha venido después de Skyfall. El listón tan alto de su predecesora hacía imposible que el siguiente proyecto pudiera igualarla. En este sentido, la nueva apuesta de Mendes trata de englobar tantas situaciones de impacto que a veces sufre por ello. El enfrentamiento entre el nuevo M (Ralph Fiennes) y Denbigh es de alto nivel, al igual que las trazas que llevan a Bond hacia Spectra. Pero la presencia de Oberhauser (Christoph Waltz) es algo más reducida de lo necesario y resulta más amenazante por lo realizado anteriormente que por los actos propios de este film. En este sentido, Denbigh transmite, por momentos, una sensación de peligro más acusada que su socio criminal. Sin embargo, no es un elemento que deba ser juzgado con dureza porque el resto compensa la flaqueza. Las presencias de Q (Ben Whishaw) y Moneypenny (Naomie Harris) son acertadas y muestran la clara evolución de los tiempos. También es interesante la Lucia Sciarra que Monica Bellucci compone en un breve lapso de tiempo. No importa el minutaje cuando la presencia es importante en la trama y eso es lo que sucede en este caso. Interesante también la conexión entre Mr. White (Jesper Christensen) y Madeleine Swann, interpretada por una solvente Léa Seydoux. Una mujer Bond, no una chica. Alguien con las ideas claras que en ocasiones recuerda la forma en que Vesper Lynd conquistó a James desde la inteligencia y la profundidad.
Esta es una película que incorpora, además, referencias veladas al mejor Bond de Connery a través de secuencias como la del enfrentamiento en el tren (recuerda a Connery y Robert Shaw en Desde Rusia con Amor). Y la presencia final del Aston Martin DB5, con matrícula original de Goldfinger, es un guiño para encandilar a los más bondianos desde la elegancia y la distinción. También subyacen situaciones que recuerdan a buenos momentos de Al Servicio Secreto de su Majestad (On Her Majesty's Secret Service, 1969), sobretodo en lo concerniente a los escenarios nevados y a la clínica en la que trabaja Madeleine. De igual forma, el entendimiento y compatibilidad entre Bond y Swann es altísimo y recuerda a la conexión que se establecía entre Tracy De Vicenzo y 007 en la película de 1969. Y no olvidemos que tanto Madeleine como Tracy son hijas de hombres cuya trayectoria es más que oscura.
El plano secuencia que abre el film, durante el desfile del día de los muertos en Mexico D.F., es un hito técnico en la franquicia y una excelente aportación de Mendes. Empezar con esa secuencia inicial marca un alto nivel y nos introduce en un tema clave de la película: los muertos viven. Esta sentencia es más cierta que nunca para Bond ya que tendrá un cara a cara con alguien a quien creía sepultado bajo las nieves alpinas.
Spectre es una de los mejores películas de la saga y creo fervientemente que supera algunas flaquezas lógicas para generar un espectáculo capaz de seducir a aquellos que estén dispuestos a dejar al margen las advertencias de ciertos sectores de la crítica. Algunos creen que pueden seguir marcando opinión mientras defienden un ideal Bond desfasado y enterrado. Esperemos que, en este caso, nunca pueda resucitar.