Revista Política

Alejandro Navas: Arrogantes, incompetentes tras las elecciones ('el pueblo se ha equivocado')

Publicado el 26 mayo 2011 por Noblejas

Alejandro sigue escribiendo tras las elecciones. Este artículo refleja algunos aspectos y asuntos -no generalizables, necesariamente, gracias a Dios- que sin duda resultan llamativos.

El caso concreto del alcalde -saliente- de Córdoba debe ser lo que ha puesto en marcha la pluma de Alejandro. Aunque no debe ser el único que -sin el suicidio político de decirlo- lo piensa exactamente igual...

Pueblo

Dice un refrán alemán que se miente principalmente en tres situaciones: antes de las elecciones, durante la guerra y después de cazar o de pescar. No voy a analizar las declaraciones que nuestros líderes han hecho durante la campaña, para no hacer sangre. Ahí están, por ejemplo, las palabras de Carme Chacón: “El día 22 será el comienzo de algo maravilloso…”. Prefiero comentar algunos rasgos del discurso de los políticos tras los resultados electorales.

Llama la atención que se siga resaltando la normalidad y la ausencia de incidentes en el desarrollo de la jornada electoral. Esta circunstancia podía ser destacable en las primeras elecciones, a la vista de nuestra desgraciada experiencia histórica con la democracia, pero hoy, adentrados en el siglo XXI,  deja de tener sentido: es normal que no nos sobresalte incidente alguno y, por tanto, ya no debería ser noticia.

Resulta inevitable que en toda elección haya vencedores y vencidos: con los votos se desarrolla un juego de suma cero. De ahí que un recurso clásico de los perdedores haya buscado subrayar la victoria de la democracia cuando no es posible cantar la del propio partido. Triste consuelo. Por lo dicho anteriormente, no debería hacer falta recordarlo: suponemos que la democracia triunfó en los años setenta y desde entonces nadie discute su hegemonía.

En ocasiones, los perdedores pueden atribuir su derrota a la coartada de no haber sabido explicar adecuadamente su mensaje: su programa era excelente y su intención, noble y desinteresada;  lástima que haya fallado la comunicación.

Dando un paso más, se afirma también que es el electorado quien no ha entendido el mensaje. Aquí asoma cierta visión peyorativa del pueblo: el demos no habría estado a la altura. Sería como echar perlas o margaritas a los cerdos. Este paso resulta peligroso, pues culpar a la ciudadanía exime al candidato de toda autocrítica. Se trata de un mecanismo fácilmente humano: las causas de los propios errores o fracasos flotan siempre fuera de uno mismo. En lugar de rectificar la propia conducta, basta con denostar al mundo que no nos comprende.

El punto culminante en esta escala se ha producido en Córdoba, donde Andrés Ocaña, el alcalde derrotado en las  elecciones del 22 M, ha declarado abiertamente que “el pueblo se ha equivocado” y que “no hay que sacralizar todas las decisiones populares” (se supone que tan sólo las que le convienen al exalcalde). Desde luego que ningún electorado es infalible. Y, en buena medida, aquí radica el encanto y casi la esencia de nuestras democracias: mediante el voto enviamos a casa a gobernantes incompetentes y/o corruptos, para poner a otros en su lugar que, al cabo de un tiempo, pueden decepcionarnos igualmente, por lo que los echaremos en las siguientes elecciones, para elegir a otros en su lugar… Se me puede reprochar que esta visión de la democracia parece un tanto rastrera, pero se ha de reconocer que no es logro pequeño relevar sin derramamiento de sangre a gobernantes indeseables. Y es consustancial al sistema que los demagogos y ambiciosos puedan engañar, durante un tiempo al menos, a la opinión pública.

Soy capaz de entender el disgusto y la decepción del alcalde saliente de Córdoba. Ahora bien, ¿cómo sabe que el pueblo se ha equivocado precisamente al votar al candidato rival? No conozco al nuevo alcalde, pero el señor Ocaña demuestra con su mal perder que le venía ancha la magistratura que ha desempeñado durante los últimos años.

Saber encajar con elegancia una derrota es el abecé de la cultura democrática. Enviando a casa a ese mal perdedor, el electorado ha dado muestras de buen sentido político y de anticipación. No es tarea fácil encontrar a las personas más capacitadas para el desempeño de los cargos públicos, pero prescindir de los incompetentes no deja de ser un primer paso en la buena dirección.


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