Revista Cultura y Ocio

Alejandro Navas: Iglesia y Estado, católicos y partidos políticos

Publicado el 14 noviembre 2013 por Noblejas

Me envía Alejandro el texto del artículo que publica hoy en la página de opinión de Diario de Navarra (€). Y caigo en cuenta de que a veces las comparaciones no son odiosas, sino ilustrativas.

En este caso, al menos, sucede: al referir las palabras y el comportamiento de un Presidente de un gobierno regional alemán, del partido de los Verdes, y las palabras y el comportamiento de la vicesecretaria del partido Socialista español, tratando de cuestiones de la Iglesia y el Estado, de la vida de los católicos y unos partidos políticos.

Y entiendo que resultan más acogedores para la sensatez algunas palabras y algunos comportamientos como los que circulan en esos lugares en los que -por ejemplo, además- un pensamiento como el de Jürgen Habermas puede progresar desde sus conocidos, fuertes y pasados "prejuicios antirreligiosos" para la vida en el ámbito de la esfera pública, hasta sus últimas interevenciones, que afirman proactivamente que las prácticas y perspectivas religiosas son fuentes importantes de valores y nutren la ética de una ciudadanía multicultural, fomentando la solidaridad y el respeto entre todos*.

Zzz010Este es el texto de Alejandro Navas:

Me permito transcribir una cita larga, que merece la pena:

“La Constitución garantiza la libertad religiosa, que debe entenderse de modo dinámico, como ‘libertad activa’. Esto exige pensar un nuevo equilibrio entre Iglesia y Estado. La presencia social de la religión y de las diversas comunidades religiosas no es algo simplemente tolerable, sino rigurosamente imprescindible. Estimular de modo expreso el pluralismo religioso resulta más trabajoso, pero es también más propio de un régimen que posibilita la libertad... Hay que asegurar un lugar en la vida pública a las diversas comunidades religiosas. No entiendo qué ganancia de libertad ofrece un régimen laicista, que separa de modo radical Iglesia y Estado, frente a una actitud de cooperación entre ambas instancias... No es tarea del Estado dar sentido a la vida de las personas, supuesto que no renuncie a su condición de Estado liberal y no se convierta en un régimen totalitario. De modo clásico, la gente encuentra ese significado último en la fe religiosa, que se hace cultura en las iglesias, con su cortejo de comunidades de muy variado carácter. Si se produjera un progresivo olvido religioso, sería especialmente urgente ayudar a las comunidades religiosas para que puedan cumplir ese imprescindible papel, del que la sociedad y el Estado son principales beneficiarios”.

El párrafo está tomada de un discurso pronunciado recientemente por Winfried Kretschmann, Presidente del Gobierno regional de Baden Württemberg. Este Land, uno de los más prósperos de Alemania, ha tenido  gobiernos democristianos (CDU) durante más de medio siglo, pero en las elecciones de 2011 se produjo el cambio. Gobierna ahora una coalición de verdes y socialistas y Kretschmann se ha convertido en el primer verde que está al frente del Ejecutivo de unLand, y además de un Land tan importante como ese.

Kretschmann es católico practicante, y cada domingo canta con entusiasmo –y buena voz— en el coro de su parroquia. Es señal de madurez política que un político de su perfil pueda presidir una coalición de verdes y socialistas, cosa nada fácil. El mismo Kretschmann es consciente de las dificultades: “En mi partido hay diversidad de opiniones y, si no estoy atento, los órganos directivos adoptan decisiones de carácter más bien laicista”. Esos verdes de inclinación  antirreligiosa se ven obligados a reconocer el peso político y el prestigio de Kretschmann y ceden, al menos mientras les asegure el gobierno.

Pensaba, por contraste, en el ambiente enrarecido que parece caracterizar en España la relación entre la Iglesia y los partidos políticos.

Ha bastado que el Gobierno de Mariano Rajoy  anunciara tímidamente su intento de modificar la vigente ley del aborto, tal como prometió en su programa electoral, o que haya modificado la ley –socialista-- de educación, para que la oposición de izquierda haya disparado la artillería pesada. Por ejemplo, Elena Valenciano, vicesecretaria general del PSOE: “Los obispos y el PP se han vuelto a poner de acuerdo para cercenar la libertad de las mujeres… No vamos a consentir que a estas alturas los obispos sigan imponiendo su moral al conjunto de la ciudadanía… Si el Gobierno, de la mano de la Iglesia Católica, modifica la ley del aborto, el Partido Socialista señalará la necesidad de modificar la relación con la Santa Sede”.

Reaparece un anticlericalismo virulento, que creíamos felizmente superado.

Lo pintoresco del caso es que la Iglesia está más bien decepcionada o incluso francamente molesta con la política del Gobierno del PP, al que reprocha incumplimiento de su propio programa y de los acuerdos vigentes con la Santa Sede. Hace falta una notable dosis de prejuicio para ver en el PP la longa manus de la jerarquía católica.

Como es obvio, la Iglesia proclama su doctrina para sus fieles y para todo aquel que quiera escuchar, como hacen tantos otros actores sociales. La libertad de expresión constituye uno de los logros más preciosos del sistema democrático, en especial cuando permite dar voz a los que no piensan como uno.

La doctrina social católica integra un conjunto de enseñanzas sistemático y bien argumentado, que ha encontrado acogida en los más diversos ambientes culturales y políticos. Sería frívolo descalificarla a la ligera, pues pocas instituciones hay en el mundo tan expertas en humanidad como la Iglesia.

Sus pastores no quieren ni pueden imponer nada a nadie: la verdad se ofrece, se propone debidamente argumentada y debe aceptarse con libertad. Es tarea de los ciudadanos y políticos católicos vivir su compromiso cívico de forma coherente con su fe, algo que puede resultar más o menos difícil según las circunstancias. 

Para lograrlo no  resulta imprescindible militar en un partido típicamente “de derechas”, como ilustra el ejemplo de Winfried Kretschmann. Entender estos principios elementales ayudaría a rebajar la excesiva crispación de nuestros debates públicos. Es posible una convivencia entre Iglesia y Estado basada en el respeto.

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(*) Cfr. El poder de la religión en la esfera pública. J. Habermas, Ch. Taylor, J. Butler, C. West, Edición de Eduardo Mendieta y J. Vanantwerpen, Ed. Trotta, Madrid, 2011.


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