Revista Cultura y Ocio

Alejandro Navas y el fracaso de "Bolonia": frenesí regulador y control burocrático inaceptables

Publicado el 28 noviembre 2010 por Noblejas

Bolonia_no_future
Tiene razón Alejandro Navas con su artículo sobre el "Plan Bolonia" : así, tal cual se está llevando a cabo, no tiene futuro. En principio, lo titula más suavemente Bolonia: un balance provisional, quizá para tranquilizar a aquellos que sólo leen titulares. Pero a medida que se avanza en los párrafos, el punto de vista sale a la luz.

Aquí ya se ha hablado en ese sentido a lo largo del tiempo. Por ejemplo, recogiendo y comentando un escrito de Jaime Nubiola, en "Proceso Bolonia" y transformación de los estudios universitarios: peores licenciaturas, mejores posgrados, o (en 2005) tratando específicamente de los estudios de Comunicación, en Comunicación pública, Universidad y "Plan Bologna": armonizar creatividad y gestión, o bien -para abreviar- en Universidad ante los "planes Bolonia": ciencia y no sólo profesiones técnicas.

Rcomiendo vivamente leer el recorrido completo de Alex Navas, que desemboca en los dos últimos párrafos -indispensables- de su artículo:

Viene bien elegir un lugar encantador para un balance sin nada de encanto. Junto al lago de Como, en los Alpes italianos, se ha reunido otro simposio internacional más para examinar la puesta en marcha de la reforma. Los participantes -docentes, políticos, expertos educativos y una sola estudiante- no forman una excepción: en los últimos meses se multiplican las críticas desde los sectores implicados, y algo de agua debe llevar el río hasta el lago cuando quienes se dedican a la Universidad en toda Europa perciben idéntico sonido.

En los países que madrugaron con la implantación de Bolonia, desde Italia a Polonia pasando por Suiza y Alemania, y que ya disponen de algo de experiencia, flota una alarmante unanimidad: consideran que la reforma ha fracasado.

Incluso los propios ministros de Educación de los diversos países lo están aceptando, aunque sea a regañadientes; al fin y al cabo, se trata de su “criatura”. El inicial “reto y oportunidad” de la retórica oficial cedió paso a un “panorama con luces y sombras”, para terminar aceptando la inexcusable realidad del simple fracaso.

El fiasco de la ambiciosa reforma se resume en dos palabras: excesiva burocracia, que dificulta el logro de los objetivos propuestos.

Para las personas ajenas al ambiente universitario resulta difícil hacerse una idea cabal de la explosión burocrática que ha significado “aplicar Bolonia”. Los tecnócratas, en Bruselas y en los gobiernos nacionales y regionales, están en su salsa: teclean sin final normativas, gruesos manuales de instrucciones para su implementación y crean nuevos organismos o agencias, que requieren presupuesto, para su evaluación.

A pesar de los considerables esfuerzos realizados, apenas se ha avanzado en el logro del anunciado Espacio Europeo de Educación Superior. De hecho, la movilidad estudiantil ha disminuido, tanto dentro de cada país como entre las diversas naciones del Continente, en buena medida por el incremento de las trabas burocráticas, no solo por los fantasmas de la crisis.

El afán homogeneizador y regulador, que vive dentro de toda burocracia, alcanza su más reveladora expresión en el “crédito europeo” (ECTS, Sistema Europeo de Transferencia y Acumulación de Créditos).

Pretenden medir y controlar todo lo que hacen los alumnos: horas presenciales en el aula, seminarios, prácticas, trabajos de cualquier tipo, estudio personal, realización de exámenes, etcétera. Basta un mínimo de sentido común para advertir que semejante pretensión resulta sencillamente imposible.Pero las burocracias no se rinden y se multiplican los trámites y papeleos.

Para más inri, las autoridades educativas de los diferentes países discrepan al interpretar esos datos. Esa falta de entendimiento universitario se convierte en un obstáculo más para conquistar la homogeneidad. De modo paradójico, los procesos para el reconocimiento de los títulos extranjeros se han complicado en el marco de Bolonia. En el contexto de un mundo globalizado, el provincialismo florece en Europa.

La puesta en marcha y el seguimiento de la reforma exigen desplegar un monumental aparato controlador, interno y externo a la Universidad: proliferan las agencias de acreditación de toda índole y las empresas de consultoría hacen su agosto. El trabajo que generan es enorme, y su rendimiento, muy poco satisfactorio: incluso los más fervientes partidarios del sistema admiten que los procedimientos de acreditación valoran tan solo procesos formales y dicen muy poco sobre la calidad real de la docencia o la investigación.

El frenesí regulador lleva a determinar las habilidades y competencias que estimulará en los estudiantes cada hora de clase -otra pretensión absurda e imposible-, con el riesgo de tener graduados competentes y habilidosos que no sepan casi nada.

Una vez más, los europeos hemos sucumbido a la lógica tecnocrática: primero se crea la norma estatal -ley y reglamentos-, y luego se encara la tarea de llenarla de vida y espíritu. Admito que la universidad necesita reformas, pero no parece tan complicado decidir qué habría que hacer. Basta fijarse en las universidades excelentes, de las que un buen número se encuentra en Estados Unidos.

También, unas cuantas en Europa, como Oxford, Cambridge o el Politécnico de Zurich -curiosamente, las tres se han negado a aplicar Bolonia-. ¿De qué se trata? El objetivo es tan ambicioso como sencillo de formular: leer con inteligencia, hablar con precisión, escribir con claridad, razonar con lógica, pensar con autonomía, valorar con justicia, trabajar en equipo.

Y todo eso, en un clima de respeto y corrección humana. Por supuesto que, además, se requieren algunas habilidades instrumentales como idiomas o informática. Para conseguir esas metas bastaría con que los estudiantes se lo propusieran -ellos son los primeros responsables de su formación; otra cosa es que estén dispuestos a asumir ese protagonismo en la práctica-, los profesores acompañen y estimulen -en muchos casos no lo hacemos-, y las autoridades educativas no pongan demasiados obstáculos.


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