Después de mucho marear la perdiz, en 2013 elegí un camino muy poco original. Como tantos otros españolitos, de antes y de ahora, hice la maleta y me vine a Alemania. Aterricé hace un par de semanas, coincidiendo con el 80 aniversario del nombramiento de Hitler como canciller, y aquí estaré hasta que la cuenta bancaria me lo permita.
¿Pero esto no era un edén de la ingeniería, donde ataban a los perros con loganizas? ¿Qué diríamos de nosotros mismos si nos pasaran cosas como estas?
Por lo pronto en estas dos semanas he tenido que enterrar algunos tópicos a toda prisa. Estos ojitos que se han de comer la tierra han visto a señoras respetables saltándose los semáforos en rojo, a adolescentes pegando chicles en los asientos del metro y a parejas besándose lujuriosamente sobre los andenes, con un arrojo pasional que ya quisieran los parisinos de Doisneau. Y digo yo que todos no pueden ser turcos.