Álex, dilo tú

Por Francescbon @francescbon

Foto cortesía de Llucia Ramis


Voy a abusar un poco de la confianza de Horacio. Voy a contestarle de forma pública a su último correo, y espero no haberme equivocado respecto al libro sobre el cual me interpela. Y lo hago así, y no sé si llegaré al número de caracteres que me sugiere, pero he de aprovechar el sutil efecto de espoleta algo tardía que su correo ha provocado, porque ya ando en lo de analizar mi comportamiento en lo referente a la escritura y cualquier empujón es agradecido y, en fin, no hay que darle más vueltas.Horacio: este es el motivo por el que debes plantearte seriamente leer La broma infinita de David Foster Wallace. Un texto del escritor, no incluido en su libro sino en un artículo publicado en una recopilación póstuma, que ejemplifica varias cosas.
"Has descubierto que disfrutas mucho del hecho de que a la gente le guste tu escritura, y también descubres que tienes muchas ganas de que a la gente le gusten las cosas nuevas que escribes. La motivación de la pura diversión personal empieza a ser suplantada por la motivación de gustar, de que haya gente guapa a la que no conoces que te aprecie y te admire y te considere buen escritor. El onanismo da paso al intento de seducción, como motivación. Ahora bien, el intento de seducción resulta muy trabajoso, y su diversión se ve compensada por un miedo terrible al rechazo. Sea lo que sea el "ego", tu ego acaba de entrar en juego. O tal vez "vanidad" sea una palabra mejor. Porque te das cuenta de que gran parte de tu escritura se ha convertido en puro exhibicionismo, en intentar que la gente te considere bueno. Y es comprensible. Ahora estás poniendo mucho de ti mismo en juego, cuando escribes; y también está en juego tu vanidad. Descubres algo peliagudo que tiene la escritura de narrativa: que para ser capaz de escribirla es necesaria cierta cantidad de vanidad, pero que cualquier cantidad de vanidad por encima de la estrictamente necesaria resulta letal. Llegado este punto, más del noventa por ciento de las cosas que estás escribiendo ya están motivadas e informadas por una necesidad abrumadora de gustar. Y esto genera una narrativa de mierda. Y la obra de mierda debe acabar en la papelera, no tanto por una cuestión de integridad artística como por el simple hecho de que la obra de mierda va a hacer que no gustes. Llegado este punto de la diversión del escritor, la misma cosa que siempre te ha motivado para escribir ahora te está motivando también para tirar lo que escribes a la papelera."
Poco puedo añadir. Un párrafo que explica la actitud del escritor hacia el proceso creativo y que explica con claridad lo que me sucede hace meses. Que es creer que por sentarme ante el teclado con un par de ideas que no son más que pretextos es suficiente, y que las cosas ya fluirán, porque hace años fluían cada día, y que de esa cantidad surgirá alguna chispa, como, me decían y yo lo creía, solía suceder. Peor aún, confieso, paré, temporalmente, de leer justo ese libro cuando comprendí varias cosas. Que no le prestaba la atención merecida ya que estaba pendiente de acabarlo para escribir sobre él. Que esa urgencia de escribir algo original sobre un libro que ya consideraba único me apremiaba. Y que, pasmado ante la calidad de mucho lo que había leído del autor, necesitaba guardar un texto al que recurrir, un seguro de vida para cuando uno se bloquea. Sí, tengo esa manía con mis autores favoritos. Entonces debo pedir la asistencia de Álex Azkona, que sí lo leyó, para que le explique a Horacio esos motivos que yo diría más movido por cierta ceguera o fanatismo. Confío en que Álex se manifieste y acuse algún recibo de esos sutiles comentarios que surgieron a raíz de aquello que Germán bautizó como la cumbre. Apenas un par de horas de tres tipos sentados ante unas bebidas en un bar cualquiera de un barrio de Barcelona, allá por la primera quincena de junio, justo unos días antes de que el calor apareciera. Horacio estuvo en Catalunya con la mejor de las finalidades que nos son preservadas: poder abrazar a sus hijos y a sus nietos. Pero aprovechó esa estancia para fines algo más mundanos. Disfrutó de esa peculiar sensación del paseo por la ciudad ajena que, por lo que se deduce de sus manifestaciones desde entonces, dejó de ser ajena y pasó a echar de menos. Pudimos, junto a Germán, coincidir lo suficiente para apreciar, por mi parte, que pensaba que Horacio estaba más gordo y Germán era más alto, y supongo que ellos se darían cuenta de lo atribulada y caótica que es mi existencia, siempre apremiado por las exigencias familiares. También conoció a Silvia Pérez Cruz. Eso fue muy brillante, Horacio, esos miles de kilómetros de oceáno sobrevolados ya se justificaban lo suficiente, pero encima eso.Así que este post no cumple exactamente la finalidad con el que empezó a ser escrito. Muchas ideas van a quedarse en el aire, pero he de atrapar algunas de ellas. Germán me habló de un proyecto para gestionar un blog de forma colectiva. Fue una conversación muy esquemática pero ya aseguro desde aquí que puede contar conmigo. Otra cuestión: como es absurdo que vuelva a prometer una frecuencia o un esquema determinado que me obligue, he decidido imponerme una curiosa rutina que contiene un guiño que me atrae. Desde hoy, los títulos de los post van a abandonar la estructura numérica imperante en el último periodo. Desde hoy, los títulos se compondrán de una o más palabras, y el título completo contendrá todas las vocales y solo una vez cada una de ellas. La excusa perfecta del título era que, por tratarse de una prueba original, o de un episodio piloto, la primera vez estas vocales aparezcan en su alfabético y cacofónico orden natural. No hablaré de nueva época, de nuevo arranque ni de renacimiento. Ya me he equivocado demasiadas veces.