Alex Navas: El "síndrome de Abbott" o cuando los funcionarios optan por la medicina privada

Publicado el 27 mayo 2016 por Noblejas

Publica Alex Navas un artículo en Diario de Navarra, en el que cuenta la normalidad del caso de la señora Diane Abbott, política inglesa que defendía la escuela pública pero cuando tuvo que enviar a su hijo al colegio, lo llevó al City of London School, uno de los mejores colegios privados de Inglaterra.

EL   SÍNDROME   DE   ABBOTT

Hace unos días, Francisco Errasti escribió en estas páginas sobre la asistencia sanitaria. Por encima de estériles debates ideológicos, su exposición constituía una bocanada de racionalidad y sensatez. Como buen conocedor del mundo de la salud, hacía ver que el sistema resulta insostenible en sus condiciones actuales y abogaba por una colaboración de lo público y lo privado, imprescindible si buscamos efectivamente la mejor asistencia para nuestros ciudadanos. 

Es de agradecer el talante conciliador de Errasti, que le lleva a declarar que no sabemos cuál de las dos “sanidades”, la pública o la privada, es mejor que la “otra”. Es posible que sea así, es decir, que no dispongamos de informes fiables sobre la respectiva calidad de las prestaciones de una y otra sanidad. Pero hay un dato que me lleva a sospechar que la gente sí que tiene una idea clara sobre lo que es mejor.

Como es sabido, los funcionarios españoles, los de todas las administraciones –central, autonómica, municipal—gozan de un peculiar privilegio: para su atención sanitaria pueden elegir entre acudir a un centro público o a uno privado. ¿Y cuál es su elección? En una mayoría abrumadora del 88 % deciden recibir atención médica en entidades privadas. Y para más inri, parece que ese 12 % restante no es que sea especialmente amigo de la sanidad pública, sino que vive en localidades pequeñas, donde no hay accesibles centros privados. Declaraciones verbales al margen, el voto “con los pies” es siempre de lo más elocuente.

¿Qué motivos llevan a los funcionarios a optar por la medicina privada? A falta de una encuesta que investigue este extremo, los representantes sindicales de los funcionarios podrían decir algo; imagino que ellos estarán al tanto de la situación. Hay que suponer que los empleados públicos conocerán bien la sanidad pública: que no la elijan cuando se ponen enfermos no deja de ser “extraño”. Que el herrero prefiera el cuchillo de palo suscita dudas sobre la calidad de su forja. Pienso también en el refrán alemán que habla de los que predican agua y beben vino.

Me atrevo a denominar el modo de proceder de nuestros funcionarios como “Síndrome de Abbott”.

 Diane Abbott es una política inglesa de raza negra, nacida en 1953 e hija de inmigrantes jamaicanos. Después de cursar estudios en centros tan prestigiosos como el Harrow City Girl’s School y la Universidad de Cambridge, trabajó unos años en la televisión. De 1976 a 1980 fue empleada pública, y de 1982 a 1987, periodista. Adquirió notoriedad cuando en 1987 se convirtió en la primera mujer de raza negra miembro de la Cámara de los Comunes, por el partido laborista. Consciente de su privilegiada posición, Abbott no desaprovechó ocasión para fustigar los vicios del sistema. Su experiencia como periodista le ayudó a hacerse notar, y su condición de mujer, negra e hija de inmigrantes, le proporcionaba todo el respaldo de la corrección política dominante. Por ejemplo, criticó agriamente al entonces primer ministro, Tony Blair, por enviar a sus hijos a un colegio de élite. Esa elección, decía, es impropia de un líder laborista, que debería mostrar mayor cercanía con el pueblo.

Diane Abbott se casó en 1991 con David Thomson. Se divorciaron en 1993, pero de esa unión nacería su hijo James.

Ahí teníamos a Abbott, ejerciendo de apóstol de la ortodoxia de izquierda, hasta que su hijo James alcanzó la edad escolar. Como a todas las madres con hijos pequeños, a Diane se le planteó el problema de elegir colegio para su hijo. Aquí se produjo la sensación: contra todo planteamiento ideológico, Diane decidió matricular a su hijo en el City of London School, uno de los mejores colegios privados de Inglaterra. Muy pocos ingleses pueden pagar el dinero de su matrícula. Como es obvio, las críticas a Abbott llovieron implacables. La incoherencia de su comportamiento era palmaria. Fueron muchas las víctimas de sus anteriores críticas que, deseosas de venganza, la abuchearon. La respuesta de Abbott fue de una sencillez que desarma: “Reconozco que mi conducta es contradictoria. Pero si debo elegir entre la lealtad a mis principios políticos o el bien de mi hijo, elijo lo mejor para mi hijo”. Esa manifiesta incoherencia no ha dañado de modo irreparable la carrera política de Abbott, lo que también ilustra la vigencia de la corrección política: a según qué personas se les perdona casi todo. Por ejemplo, en 2010 de habló de ella como candidata para suceder a Gordon Brown al frente de los laboristas.

Supongo que nuestros funcionarios que eligen la sanidad privada piensan en el fondo como la señora Abbott: está bien la defensa de la sanidad pública en el campo de los principio y del debate ideológico, pero cuando se trata de la salud de uno mismo, se tiende a acudir al médico que más garantías nos da. Va a resultar que lo que realmente defiende el discurso a favor de la sanidad pública no es la salud, sino el empleo.