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CULTURA Y OCIO
Alexandre Lacaze
Publicado el 17 septiembre 2019 por
Malama
© factorymag
Para mí era Alejandro, la pareja de Mercedes Martínez Esperilla, profesora de Educación Secundaria en Arroyo de San Serván (Badajoz), después de pasar por varios destinos en los que ha dejado huella, y antigua alumna mía de Filología Hispánica. Una de las alumnas más brillantes que he tenido. Para mí era Alejandro, a quien nunca vi. De hecho, cuando estuvo en Cáceres, siempre lo
conocí
en aislamiento en un hospital al que acudí para conversar con su pareja —siempre la he llamado Merceditas—, mientras ella salía un rato para desayunar. Yo siempre he creído hasta hoy que Alejandro el de Merceditas era otra persona, un profesor «malagueño» de un instituto de Extremadura —creo que su último destino activo fue el «Santa Eulalia» de Mérida—; y no el músico Alexandre Lacaze. Por eso ayer por la tarde, mientras conducía desde Cáceres hacia el tanatorio de Mérida, me sorprendió tanto que Julio Ruiz, en
Disco grande
(Radio 3), abriese
su programa
con una pieza cantada en francés por el compositor Alexandre Lacaze, una persona de la que hablaba emocionado como buen amigo y que había tenido la misma enfermedad —leucemia—, los mismos padecimientos —mejorías, recaídas, aislamiento, pruebas, un trasplante de médula…—, y que había muerto el mismo día que
mi querido
Alejandro, pareja de Merceditas. No me lo podía creer. Que esa voz que escucho desde hace tantos años, la de Julio Ruiz, estuviese diciéndome en directo y por la radio que yo iba a Mérida a despedir, como un allegado más, a un artista como el Alexandre Lacaze de
L’Avalanche.
A veces —o muchas veces— pierdo la memoria de los detalles, y no recuerdo que mis conversaciones con Mercedes se centrasen en esa dedicación docente y no artística —como si fuesen distantes— de su pareja; por eso me parece tan imponente lo que ha ocurrido hoy. Imponente. Emocionante. Por ejemplo, ver a
Alfonso Domínguez Vinagre
desconsolado —que llegaba de muy lejos de despedirse de su hija y a despedir a su amigo, que venía de la parte del músico, como en las bodas el que viene de parte de la novia o de parte del novio—, con los ojos rutilantes por las lágrimas, y que él no supiese bien qué hacía yo allí. Y yo estuve allí ayer tarde para abrazar a Mercedes, a su madre y su padre —vaya padres— y a algunas de sus compañeras que fueron mis alumnas y que hoy son profesoras —vaya profesoras—, además de otros queridos antiguos alumnos —qué profesores hoy— que no veía hacía años. Y todo por Alejandro. Por un artista tan valorado. Cómo no.
Viniendo
de Merceditas…, ay. Qué emocionante. Qué lástima. Qué pena.