Alfabeto de cicatrices, por Ana Pérez Cañamares

Publicado el 06 junio 2010 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Editorial Baile del Sol. 110 páginas. Primera edición de 2010.
De la poeta Pérez Cañamares había leído en 2008 su anterior poemario, La alambrada de mi boca, un primer libro que se vertebraba en torno a tres temas principales: la relación de la autora con su madre y su hija, la relación con su pareja, y la relación consigo misma enfrentada a un entorno ante el que siente que no le queda más remedio que tomar el camino de la resistencia.
En Alfabeto de cicatrices, Pérez Cañamares retoma los temas de su anterior poemario, pero se pueden percibir algunas diferencias de tonos y enfoques.
Si en La alambrada de mi boca la mayoría de los poemas eran extensos (casi siempre por encima de una página) y el tono muy directo y narrativo, transmitiendo al lector un impacto inmediato y contundente, en Alfabeto de cicatrices el tono se torna más sosegado, aunque no por ello menos reivindicativo frente a una realidad que no acaba de agradar a la poeta y ante la que de nuevo debe tomar una actitud resistente. Así, por ejemplo, leemos en la página 55: “Pelear no estaba escrito / en mi carácter / -ese guión escrito por otros. // Estas patadas al aire / que llevo dando toda la vida / sólo pretendían desprender / las etiquetas pegadas a las suelas del zapato. // Ahora que lo necesito / tengo al menos / aprendido el gesto.”
En Alfabeto de cicatrices, a diferencia de en La alambrada de mi boca, el poder sugestivo de la metáfora acaba tomando el cuerpo principal de muchos poemas, dotando a los versos de una realidad simbólica, que hace ganar profundidad y belleza a la obra de Pérez Cañamares. Esto se puede observar en poemas como el titulado Al aire, página 63: “Amo tanto mi intimidad / que la arranco de cuajo / y la muestro / la muestro / aun sabiendo que sus raíces / como peces que bucean en el lodo / no aguantarán mucho al aire // si no recuerdo a tiempo / que sólo la alimenta / el aire envenenado de mis galerías / tendré que darle un buen entierro / buscarle plañideras / entre nuestros conocidos // así que la tapo y la guardo deprisa / sin tiempo de mecerla / antes de hundirla en mi vientre // en un parto sin sorpresas / ni alegrías / aquel en que te pares a ti mismo.”
La vida cotidiana y urbana (metros, autobuses, vecindarios, ascensores que conducen a la oficina…) siguen siendo el soporte físico de la geografía poética de Pérez Cañamares, pero en Alfabeto de cicatrices me ha parecido observar una influencia de la poesía oriental más contemplativa y deudora de la naturaleza; y es en esta mezcla de temas antiguos y nuevos donde considero que el poemario alcanza sus mayores logros. Dentro de esta tendencia destacaría el poema Los árboles, en la página 23, uno de mis favoritos del conjunto y que transcribo aquí:
LOS ÁRBOLES
Somos inocentes, gritan los pinos
Adam Zagajewski

El autobús que nos lleva al metro
pasa en su trayecto por un parque.
A cada lado de la carretera
nos escolta una fila de árboles
que cada día asisten a la misma escena:
mi hija desayunando las galletas
yo viendo con la misma tristeza
cómo mi hija desayuna
frente a extraños, en un autobús.
Giro la cabeza y ahí están,
los árboles. Tristes y dignos
como profesores prejubilados
que han de callarse lo que saben.
No conozco sus nombres
ni cómo se llaman los viajeros
con los que coincido cada día.
Sólo sé que los árboles
con su tronco negro por el humo
me están susurrando:
nuestro sitio no es éste.
La poesía de Pérez Cañamares está creciendo, y cada vez se acerca más, desde una perspectiva propia, al trabajo, a la vez íntimo y reivindicativo, de artistas como Sharon Olds; poeta a la que Ana admira. Creo que a diferencia de lo que Pérez Cañamares afirma en un verso de la página 92 de este libro donde escribe que “Ahora el hueco es otra cosa. / Es un vacío conquistado”, su “hueco” se está llenado de hondura y verdad poética.