Alfonso Reyes.El plano oblicuo.Prólogo de Antonio Colinas.Drácena. Madrid, 2017.
En su colección Singulares, Drácena publica El plano oblicuo, un conjunto de once cuentos y diálogos del mexicano Alfonso Reyes (1889-1959), del que Borges, que mantuvo con él una relación contradictoria, dijo que era un ser absurdo, pero también el mejor prosista de la lengua española en el siglo XX.
Probablemente exageraba, pero la importancia de Alfonso Reyes en la modernización literaria y cultural de Hispanoamérica es indiscutible.
Huido de la Revolución Mexicana, en 1914 se instaló en Madrid y en el ambiente de ebullición literaria de aquellas primeras décadas del siglo terminó su Visión de Anáhuac, que fechó en Madrid en 1915 y es seguramente la cima de su obra en prosa, y los cuentos y diálogos que publicó en 1920 en El plano oblicuo.
Fueron años de penurias económicas y de enorme creatividad de Alfonso Reyes, años en los que alcanzó sus momentos creativos más altos y trabajó en el Centro de Estudios Históricos que dirigía Menéndez Pidal y en la Revista de Filología Española, donde se reveló como uno de los críticos más sutiles y como uno de los filólogos más documentados de la primera mitad del siglo.
Con El plano oblicuo Reyes se convirtió en un precursor del surrealismo y en un adelantado del realismo mágico en un conjunto donde figuran algunos de los mejores relatos de la vanguardia en español.
Escritos entre 1910 y 1914, estos once textos están atravesados por una mirada subjetiva que difumina los límites borrosos de lo real y lo irreal y por una práctica de la elipsis narrativa que alimenta la ambigüedad y el misterio que rodea estas narraciones.
La imaginación y el sueño, la irrealidad y la reinvención mágica de la realidad están en el punto de partida del texto inicial, La cena, quizá el más famoso de los cuentos de El plano oblicuo, que desde su primera línea sitúa el relato en un ambiente de pesadilla: “Tuve que correr a través de calles desconocidas.”
Entre ese texto inicial y La reina perdida, el último que escribió y que cierra la serie con una reinvención mágica de la realidad, hay en estas páginas una muestra constante de la riqueza de la prosa de Alfonso Reyes, de su cercanía al ámbito poético o al del ensayo, como señala Antonio Colinas en el prólogo de esta edición.
Cuentos en los que se funden por encima del tiempo el mundo griego y el latino, como en Lucha de patronos (En los Campos Elíseos), que reúne en un diálogo a Eneas y Odiseo. O en el Diálogo de Aquiles y Elena, que prefigura, con su conjunción intemporal de épocas, países y personajes como Romeo y Calisto, la narrativa de Cunqueiro.
O En las repúblicas del Soconusco (Memorias de un súbdito alemán), un relato en el que el asombroso despliegue erudito sostiene la estructura de una narración sin argumento apenas.
O, para finalizar esta reseña, El Fraile converso (Diálogo mudo), uno de los mejores relatos del libro, que termina con estas líneas que dejan clara la voluntad de estilo y la brillantez de la prosa de Alfonso Reyes:
“Caído acaso de la luna, Shakespeare, a gatas, baja por un tejado en declive; contempla la escena; saca un compás, una brújula, una plomada, un astrolabio y otros instrumentos más insólitos. Hace cálculos sobre la pizarra del techo y concluye que aquella es la prolongación única de las líneas que él dejó trazadas en la última escena de su comedia.”
Santos Domínguez