Alfredo – el jacobino inmoral

Publicado el 31 octubre 2014 por Liberal

En los últimos años, las voces que han ido criticándome por cambiar ciertos enfoques de este blog han ido creciendo – han ido creciendo, eso sí, en la derecha española que hace años comentaba con mucha más frecuencia aquí pero se encontraron con que este espacio está, hoy por hoy, libre de casposos. He perdido muchos lectores derechistas pero también he ganado comentaristas excelentes que me han marcado – esos comentaristas que siempre se han mostrado fiel al blog y me han ofrecido compartir sus pensamientos con total generosidad. La semana pasada recibí la última recriminación de un ex-comentarista. En su correo, me acusaba de haberme dado a conocer y mostrar que soy un “jacobino sin moral”. Como mis lectores habituales habrán podido ver, he tardado esta vez en actualizar este blog por dos motivos: 1) lo chocante que ahora me resulta volver a un Madrid desolado por la crisis y literalmente tomado por cadenas y franquicias cada vez más orientadas a los “guiris”, 2) porque he podido ver que gente que una vez me expresó “apoyo”, ahora no me hablan y me acusan de ser amigo de Pablo Iglesias, entre otras grandes mentiras. Yo ni conozco a Pablo Iglesias, jamás he mantenido ninguna relación con él y soy muy normalito – tan normalito que ni siquiera estoy afiliado a un solo partido español. Si eres de los que me acusan de ser “un progre” o “pijoprogre” como han dicho otros, con total desprecio, puedes irte a la mismísima mierda y no hablarme más. Me importa un bledo que ya no estés a gusto aquí o que me veas como un “comunista”. Si por defender estas ideas te parezco comunista y “sociata”, entonces eres un analfabeto y para mí, el único sitio adecuado para el analfabeto es el colegio o en su defecto, alguna iglesia católica o mezquita musulmana. Si a estas alturas, con toda la información disponible que tenemos sigues yendo a misa, o a la mezquita, entre otros templos de culto, eres un ignorante. ¿Te ofendes? Tus misas también me ofenden y por eso no voy. Si te ofendo, no leas, cotilla masoquista.

Pero vamos a volver al tema de “jacobino”. Me puso a pensar mucho en el tema durante estos días mientras me paseaba por el distrito de Moncloa en Madrid y vi como los antiguos garitos casi todos han sido sustituidos por establecimientos pijo “fashion” que no saben servir una copa en condiciones ni lo sabrán jamás. Hemos pasado del clásico “póngame usted un whisky y cóbreme” a la sonrisita y el “hola, le apetece un zumito natural de tomate con vitaminas”? Piérdete de mi vista. Centrémonos en un concepto: la cuestión de la libertad NO debe centrarse en la esfera política solamente – esto es, limitar la cuestión a comprobar si hay elecciones libres, si los jueces son independientes, si hay prensa libre y se respetan los derechos humanos. La clave real para la libertad reside en las redes “apolíticas” de las relaciones sociales, desde el mercado a la familia. Aquí los cambios exigibles no son reformas políticas sino una transformación de las relaciones sociales de producción que exigirá cierta “revolución” desde abajo y cambio de mentalidad.

El pueblo nunca vota, al menos en este país, sobre quién es dueño de qué o sobre qué relaciones laborales son aceptables entre patrón y trabajador. Todas estas cuestiones se mantienen al margen de la esfera política y es de ilusos pensar que podemos cambiar las cosas “ampliando” la democracia a la esfera económica (por ejemplo, eso que dice Pablo Iglesias de reorganizar la banca para ponerla bajo el control popular). Los cambios radicales emanan desde fuera de los derechos “legales”. En los procedimientos “democráticos”, que por supuesto pueden jugar un papel positivo, no importa qué radical sea nuestro liberalismo democrático, toda solución surge de los mecanismos democráticos que siguen formando parte del aparato de una “casta” política en España que garantiza que al final, “todo siga igual” o en palabras del General Franco, que todo siga “atado y bien atado”. Partiendo de esta realidad indiscutible porque ya se ha cuajado en un hecho para los jóvenes que seguimos la política, el “enemigo” a combatir no es tanto tal o cual sistema económico sino la casta política. Dicho de otra forma, el propio modelo de estado podrido actualmente que ya no sirve nuestros intereses. Los que sigan empeñados en estas “ilusiones” de que solo con votar cambiamos las cosas, impiden cualquier transformación radical necesaria.

Estrechamente relacionado a esta necesidad “anticasta” está la necesidad también de alejarse, por supuesto, de la violencia (por lo menos ahora). Podriamos, no obstante, generar una violencia defensiva: centrarnos en crear espacios libres distanciados del poder de la casta y solo recurrir a la violencia cuando esos intereses ajenos al pueblo usen la violencia para aplastar y subyugar esos espacios libres o zonas liberadas. No obstante, hay que recordar también que la propia existencia del estado español actual está para ejercer la violencia contra el pueblo. Esto ya lo hemos visto en el comportamiento de los antidisturbios durante cualquier manifestación, incluso impidiendo, como si de una dictadura árabe se tratara, acercarse al Congreso de los Diputados. Estamos en un estado de excepción sin declarar. Se han suspendido muchas libertades, el centro de Madrid está literalmente tomado por la policía y la Constitución ya no es está cumpliendo – se está gobernando a decretazos. En ese sentido, toda violencia cometida por parte del ciudadano contra el estado actual de las cosas es defensiva. No reconocer esto es, nolens volens, normalizar lo que ocurre y aceptar su versión de los hechos – esto es, que cuando el estado ejerce la violencia contra el pueblo, esto lo podemos cambiar con elecciones puntuales o reformas. Por eso el lema que oigo muchísimas veces – “la violencia nunca es legítima”, me parece chocante. Desde una perspectiva radical liberal, esta fórmula debe cambiar. Para un pueblo que ha perdido ya sus libertades y gran parte de su democracia a golpe de decretazos, corrupción y mentiras (mentiras gordas, porque no ha habido en la historia de este país en democracia un partido que ha incumplido tanto su programa electoral como el PP actualmente), la violencia puede ser necesaria (necesaria porque la condición que sufren actualmente es el resultado de la violencia que ya ha ejercido la casta contra ellos. Otra cosa es la estrategia – es obvio que hoy por hoy, la violencia no es necesaria porque existen otros mecanismos de resistencia.

Lo que quiero decir con todo esto es que no podemos siempre condenar toda violencia. Los estados han utilizado violencia para bien y para mal, lo mismo que los pueblos. Todo depende de tus fines. Si alguien cree por ejemplo que el gobierno de Thatcher no usó la violencia contra los mineros huelguistas en 1984, es que es un ignorante. Pero en ese caso Thatcher tuvo razón – no puede ser que unos sindicatos NO ELEGIDOS por nadie tomen el control de un país con total impunidad. El estado también ha usado la violencia contra terroristas. Bien por ellos. Pero también ha usado la violencia – la usa, contra los que quieren más democracia. Mal. Muy mal.

La verdad es el arma más poderosa. El liberalismo que aquí se defiende tiene tantos enemigos porque la gente lo percibe como la verdad, como el liberalismo real. Saben que aquí no se miente, que aquí yo por ejemplo doy la cara. Que si alguien me escribe y me dice, Alfredo, a tal y tal hora en tal y tal plaza nos vemos a ver si de verdad existes y defiendes todo eso, pueden contar conmigo. Saben que eso no lo pueden hacer con otros, con liberales del “establishment” como Juan Ramón Rallo que vive de ejercer violencia verbal desde su cómoda posición financiada por los impuestos de esa gente “parásita” (Sus palabras, no mías) que él cree destruyen la riqueza.

Volviendo al tema “jacobino”, en la historia del liberalismo radical, la violencia a menudo se asocia con el legado “jacobino” de Francia y por ese motivo, se rechaza cualquier radicalismo en el liberalismo. Muchos liberales se avergüenzan del terror centralizado del estado jacobino.

A mí me gusta algo que comentaba Robespierre – la verdad no solo se limita a los números; también podemos sentirla en solitario. Los que proclamen una verdad no deben ser tachados de sectarios, sino como gente sensible, con coraje. “La minoría tiene donde quiera un derecho eterno – decir la verdad”. Llama la atención como Robespierre dijo eso en la Asamblea con respecto al juicio contra el rey. Los girondinos habían propuesto una solución “democrática” – en un caso tan difícil, era necesario “apelar al pueblo”, para convocar asambleas locales en toda Francia y pedirles que votaran sobre cómo finalmente acabar con el rey. Únicamente de esa manera, el juicio contra el rey tendría legitimidad. Robespierre respondió que hacerlo de esa manera, apelar al pueblo así, efectivamente anularía la voluntad soberana del pueblo que a través de la revolución ya se había pronunciado y cambió por completo la naturaleza del estado francés, con el nacimiento de la república. Lo que los girondinos insinuaban era que la insurrección revolucionaria solo era un acto de una minoría, de una facción nada más del pueblo y que era importante contar con la mayoría silenciosa. En resumen, que la revolución ya había decidido sobre la cuestión, el hecho mismo de la revolución ya criminaliza al rey, ya afirma que es culpable y pedir votos para consultar sobre su culpabilidad significaría cuestionar también y poner en duda la revolución misma. Cuando estamos lidiando con “les verités fortes” (verdades fuertes), afirmarlas conlleva violencia.

Cuando la patria está en peligro, uno debe afirmar sin miedo que la nación ha sido traicionada. El reino de la verdad debe comenzar. En situaciones así, no cabe la neutralidad. Como dijo Henri Grégoire, “hay gente tan buena, que carecen de valor, que son inútiles; y en una revolución de la lucha por la libertad contra el déspota, el hombre neutral es un pervertido que sin dudarlo espera por el resultado de la batalla para decidir en qué bando estar”. Antes de llamar “totalitaria” esa declaración, recordad el año 1940 cuando Francia volvía a estar en peligro – nada más y nada menos que de Gaulle, en su famoso discurso en la radio desde Londres, anunció una “fuerte verdad” al pueblo francés: Francia está derrotada, pero la guerra no ha terminado; contra los colaboradores nazis, la lucha continúa”. Es necesario recordar esto, porque todos sabemos según los datos históricos, que de celebrar elecciones en 1940, el 90% hubiése votado por el criminal Pétain. De Gaulle se negó a ceder y prometió resistencia perpetua, solo él, no el régimen de Vichy podía hablar en nombre de la Francia verdadera. Esto es, repito, en el nombre de Francia como tal, no en el nombre de “la mayoría de franceses”. Claro que, “democráticamente” hablando, no tenía legitimidad y de hecho iba contra la mayoría. Lo mismo podemos decir de Alemania – los que resistieron contra Hitler solo eran una pequeñísima minoría, no los oportunistas ni los “apolíticos”. Así que piensen ustedes sobre lo que está en juego, antes de defender o proteger a ciertos indeseables. Advertidos quedan.