Alfredo Landa's Tribute

Publicado el 12 mayo 2013 por Mariocrespo @1MarioCrespo

Debió suceder en el año 2004. Por entonces residía yo en Salamanca, donde cursaba estudios universitarios. Una noche de jueves fui invitado a un botellón que se celebraba en un piso del centro. Al salir de la casa en busca de locales nocturnos donde continuar a fiesta, ya bastante perjudicado por la ingesta de alcohol, tuve de repente una visión; frente a mí se materializó un mito, una leyenda, uno de esos entes que sólo existen a través de las pantallas y que no te imaginas que sean reales; se trataba del mismísimo Alfredo Landa, que estaba acompañado por un grupo de personas que formaban un corro y entre las que se encontraba la también actriz María Garralón. Nada más reconocerlo y corroborar que lo que estaba viviendo no era una alucinación etílica, me dirigí a él y, totalmente desinhibido por los efectos del alcohol, aunque con mucho respeto, le estreché la mano y le dije muy serio: “Eres un grande, Alfredo, has hecho infinidad de papeles que ya son legendarios, pero en mi opinión tu mejor papel ha sido en una serie de televisión;Lleno por favor.” Entonces rompió a reír y dijo algo así como: “Sí, sí, ese papel gustó mucho”. Justo en ese momento, alertados por mi charla con el padre del landismo, varios viandantes, entre ellos algunos de mis compinches, también bastante borrachos, se acercaron en masa a saludar al mito, hecho que provocó que el grupo de amigos de Landa al completo iniciara la marcha en dirección a la Plaza Mayor a fin de zafarse de las hordas de universitarios borrachos que le abordaban. Alfredo fue estrechando las manos de todos y cada uno de sus admiradores, e incluso les obligó a reparar en la presencia de María Garralón (Verano azul,Farmacia de guardia), que en ese momento estaba soportando mi charla-chapa. Ya no recuerdo qué sucedió después ni cómo me despedí de María y Alfredo. Lo que sí recuerdo es que, aún deslumbrado por el destello que emiten las estrellas cuando las ves de cerca, entré en un garito, me dirigí a la barra, y, tras pedir un whisky-cola, le dije a la camarera guiñándole un ojo: “lleno, por favor”.