Alfredo Rodríguez.Dragón custodiando el misterio.Chamán Ediciones. Albacete, 2024.
No es empresa fácil reconocer La armonía secreta Una experiencia sónica Cuando tu piel flota en su superficie Haciendo aún vida común con ella Magnetismo animal como en un mantra Cuando te es tan cercano El mundo de los mitos Y toda la belleza de ese mundo
Entonas con tu voz los versos que te muestran Toda la maestría del oficio Que lucen entre cantos y tambores Como antiguos rituales abolidos
Los barcos incendiados en la ciudad de Venus O los hechos antiguos de la lejana Hesperia La rueda de los astros El espesor del tiempo Los enigmas y símbolos que emergen De la nada y que vuelven a la nada Fractales en el reino de las formas Por los laberintos de tu memoria Gotas de láudano en tu corazón
Y aún anhelas vivir Todo lo que te quedase de vida Como un dragón custodiando el misterioSu huella luminosa
Ese poema, ‘La huella luminosa’, cierra el último libro de Alfredo Rodríguez, Dragón custodiando el misterio, que, publicado por Chamán Ediciones, llega hoy a las librerías.
En ese poema final están reunidas las claves de su mundo poético: las epifanías del misterio y las incursiones en lo sagrado, el bosque interior de la conciencia y el fuego de la palabra iluminadora. Esas son algunas de las claves sobre las que se sustenta este Dragón custodiando al misterio, expresión de una ambiciosa poesía del conocimiento, de un ascendente camino de perfección que refleja el “tránsito hacia la luz” del que hablaba Javier Asiáin en el prólogo de su anterior Hierofanías.
De una cita de Clara Janés (“Nada le importa la difusión a la poesía, está en la reserva, dragón custodiando el misterio”) toma su título este libro que culmina una trilogía poética iniciada hace diez años con Alquimia ha de ser y continuada en 2017 con Hierofanías.
Una trilogía que es la expresión doble de un viaje espiritual y una aventura poética. Viaje y aventura que adquieren su sentido profundo con este libro que es menos un cierre que una cima, la meta que justifica y explica un itinerario poético de conocimiento de la realidad y de indagación en la identidad propia. Porque con Alquimia ha de ser Alfredo Rodríguez iniciaba una peregrinación hacia Oriente, que se convertía en el eje de Hierofanías, del que escribíamos entonces que era “un vuelo hacia lo hondo, hacia la esencia del ser, que eleva la poesía de Alfredo Rodríguez hasta la levedad de lo profundo, hasta un espacio espiritual en el que la palabra poética se convierte en ejercicio ascético, en forma de conocimiento de sí mismo y de su lugar en el mundo.”
Diez años después del comienzo de esa intensa peregrinación poética hacia las raíces hondas de la conciencia, Dragón custodiando el misterio es el resultado de la fusión entre tradiciones orientales y occidentales, que muestran aquí sus líneas secantes, sus puntos de intersección y sus confluencias profundas. Y así como Alejandro consultó al oráculo de Amón en el templo del desierto egipcio de Siwa para afirmar su genealogía divina, el poeta pone a dialogar a Brahma y a Orfeo, invoca el mantra yoga y los ritos mistéricos dionisíacos, evoca el corazón de Ulises y el ciclo del Abraxas, el loto fecundado y las gotas de láudano, el toro de Shiva y el sueño de Escipión, los ritos órficos y las Upanishads del hinduismo en la noche iniciática del poema.
Como los cantes de ida y vuelta, la voz poética de Alfredo Rodríguez regresa a su punto de partida, que ya no será el mismo que antes del inicio del viaje, como no lo es el viajero que regresa enriquecido de sabiduría y conocimiento a su Ítaca de origen y destino. Y lo hace después de la enriquecedora experiencia de ese viaje espiritual en busca del centro y del fondo de la identidad, del sentido de la escritura y de la vida, de la conciencia y la existencia, del amor y la muerte, desde la reivindicación del azar y el caos como formas de lo sagrado.
Pero ese viaje iniciático en busca de revelaciones lo hace el poeta incorporándose a una tradición cultural y poética que invoca desde la dedicatoria del libro: “A mis viejos maestros, sin ellos nada de todo esto habría tenido lugar.”
Porque la de Alfredo Rodríguez es “una voz cuyo último deseo -afirma Sonia Betancort en su lúcido epílogo- es dar cuenta de la enseñanza recibida”. Una voz que se sabe parte, por elección y por destino, de una tradición poética que reivindica la palabra como rito de conocimiento de la verdad y de celebración de la vida, la belleza y el despojamiento, como en este espléndido poema, ‘Las puertas Esceas’:
No ser dioses ni sombras proyectadas En la caverna Ni instrumentos del alma Solo el flujo dinámico Del vivir El placer de hacer las cosas Por sí mismas La muerte que entra por los espejos Por las fotografías El vacío esencial De tu mente desnuda de prejuicios
Y abandonarse al desorden instantáneo El descenso a la carne La gracia de lo impuro La flecha del Tiempo La fiesta mística
Organizados en tres partes -El alma en trance, Las estancias de la memoria y Vida pura en vida- que representan las fases progresivas de su itinerario poético y gnoseológico, los poemas de Dragón custodiando el misterio ofician la liturgia de la palabra con la que se articula el rito de la poesía.
Una poesía sostenida también en una mirada recreadora que aspira a ir más allá de la superficie de las cosas, más hacia el fondo de la realidad y la conciencia en su ambición de conocimiento, en su voluntad creadora y en su afirmación de la vida:
Música palabra y danza Todo era Lo mismo Y aún te preguntabas ¿Vida después de la muerte? No, vida ahora
Santos Domínguez