Mientras las personas acaudaladas se gastan a diario miles de euros o dólares en la compra de un bolso, unos zapatos, una joya o un viaje en su jet privado o cualquier otro “caprichito”, millones de sus semejantes se acuestan y se levantan cada día sin saber qué comer, mueren por la falta de medicamentos, pierden sus casas o se declaran en quiebra. Este es el mundo tan desigual en el que vivimos, ojalá pensáramos más en ayudar a nuestro prójimo.
Cada día me levanto y le pido a Dios que me ayude a ser lo más humana y solidaria posible con los demás, aprendo cada día a dejar de quejarme por las cosas que no poseo, y le doy gracias por las que tengo y para que me permita compartirla con los demás.
Creo que la verdadera recompensa y felicidad es cuando ayudamos a otros a tener una vida mucho más digna.