Algo que ver con el spaghetti-western: 4 balas, 1 revolver. Si te encuentras con Sartana…ruega por tu muerte/Django, Il bastardo/La colina de las botas/El kárate, el colt y el impostor

Publicado el 25 septiembre 2010 por Esbilla

Cambio de estación, cambio de cabecera (la maravillosa Tres aventureros, que era la anterior ocupante, tendrá su reseña más pronto que tarde) y recuperación de ese formato “grandes éxitos” que ya empleé sobre el peplum (Breviario peplumita) y sobre la Hammer de los 70 (Memorabilia Hammer) y que, principalmente, sirve para recopilar reseñas previas que tengo desperdigadas, al tiempo que intento dar un visión global de un género o un movimiento a través de una serie de ejemplares menos célebres pero igualmente aprovechables, que, por si mismos, demuestran la manera de explotar todas las facetas posibles de una misma temática hasta dejarla en los huesos que fue práctica habitual del cinema bis. En esta ocasión una cuarteto de spaghetti-westerns que se mueven desde la irónica autoconsciencia a la decadencia manifiesta, pasando por la gravedad espectral y el simple bulto.

Si te encuentras con Sartana…ruega por tu muerte (Se incontri Sartana prega per la tua morte)

Director: Gianfranco Parolini

1968

Italia/Alemania/Francia

93 min.

Fotografía: Sandro Mancori

Música: Piero Piccioni

Guión: Renato Izzo, Gianfranco Parolini y Werner Hauff

Reparto: Gianni Garko, Klaus Kinski, Fernando Sancho, William Berger, Sydney Chaplin, Gianni Rizzo, Andrea Scotti, Carlo Tamberlani, Franco Pesce, Heidi Fischer

Caprichoso spaghetti-western con el que Gianfranco Parolini presentó su particular concepción circense del mismo e introdujo a Sartana, un personaje que haría fortuna en sucesivas entregas. Cuatro, nada menos, pero curiosamente con dirección de Giuliano Carnimeo en todas las secuelas (Yo soy vuestro verdugo en 1969, Buen funeral amigos, paga Sartana en 1970 y ¡¡Llega Sartana!!, en 1971. A los que hay que añadir Vende la pistola y cómprate la tumba en 1972 con George Hilton heredando el palpel y un buen número de apócrifos de todo pelaje) y cada una más inclinada hacía el nonsense que la anterior.
El personaje, fusión estético-conceptual entre los personajes de Lee Van Cleef y Clint Eastwood en La muerte tenía un precio (Sergio leone, 1965), fue todo un triunfo personal para su estrella, Gianni Garko. Impulsor principal del asunto y actor de cierto empaque que había comenzado su carrera como westerner mediterráneo en un papel de vesánico villano enfrentado al eternamente doliente Anthony Stefen en la nada desdeñable Baño de sangre al salir el sol, firmada en 1967 por Mario Siciliano y Alberto Cardone. Una historia dramática de odios entre hermanos donde el personaje de Garko se llamaba, precisamente, Sartana. Tras unos cuantos trabajos más en el género en cometidos ya heróicos pero siempre violentamente torturados (un poco al estilo de Steffen, ese gran sufridor) entre los que se cuenta El vengador de Sur de Mario Siciliano ya en solitario, Garko se propone recuperar el fantástico nombre, con esa sonoridad tan sugestiva -no en vano el propio Parolini bautizaría a otra delirante creación suya, esta vez para Lee van Cleef como Sabata (Oro Sangriento y Texas 1870 en 1970y 1972, respectivamente)- con la idea de  establecer un nuevo arquetipo más dentro de la ya abigarrada imaginería del género. El resultado es una especie de James Bond en clave eurowestern con los elementos de tebeo exacerbados, Mandrake, el mago fue una de sus reconocidas referencias plásticas, un verdadero fumetto-western. Sombrero y traje negros, camisa blanca, corbata roja a juego con el forro de su largo capote y el delicioso detalle de una pequeña pistola de cuatro cañones que lleva grabados en el tambor los palos de la baraja francesa. Magnético look que será rematado, a partir de la segunda secuela, con un rubio bigote de herradura en lugar de la barba de un mes.

Medio jugador de ventaja, medio mago, con algo diabólico que cristalizará en algunos de los elementos fantásticos más atractivos de la película, como por ejemplo su espléndido clímax nocturno. Un tiroteo punteado por el improvisado reloj de arena en que el protagonista convierte un saco de oro y desarrollado en el escenario de una funeraria alrededor de un ataúd lleno, precisamente, de oro e iluminado y planificado como si de un film gótico se tratara.
Irónica en todo momento, excesivamente caótica, regada de cadáveres al por mayor y lustrada por un estupendo reparto de característicos, con William Berger de villano vicioso, Fernando Sancho en su sempiterna caracterización de mexicano voceras y un genial Klaus Kinski (que reincidiría como villano en al secuela) en un lamentablemente breve papel de elegante asesino con la cartuchera cruzándole el pecho que rellena de espuma de afeitar la campanilla que lleva colgada de sus espuelas para ser todavía más sigiloso.

Django, Il bastardo (El bastardo)

Director: Sergio Garrone

Italia

1969

94 min.

Fotografía: Gino Santini

Música: Vasili Kojucharov, Elsio Mancuso

Guión: Antonio De Teffé y Sergio Garrone

Reparto: Anthony Steffen, Paolo Gozlino, Luciano Rossi, Rada Rassimov,Teodoro Corrà, Jean Louis, Carlo Gaddi, Thomas Rudy, Lucia Bomez, Emy Rossi Scotti

Django, Il bastardo es un título de cierto culto, mediocre pero curioso, ambiguamente fantastique que reparte (como el anterior) su autoría entre el director, el bien poco frecuentable Sergio Garrone y su protagonista y co-guionista, Anthony Steffen (o Antonio de Teffé según ocupación). Breve divo de la segunda división del género (donde comparte vestuario con otros como el mismo Gianni Garko, Brett Halsey o el inaguantable Peter Lee Lawrence) especializado en papeles de hierático sufridor vengativo como los que le dieron la fama en el díptico bíblico de Siciliano y ardone, Siete dólares al rojo (1966) y Baño de sangre al salir el sol (1967).  En este caso el actro estiliza al máximo su tipología para encarnar (interpretar sería mucho decir) a un infalible pistolero, directamente,  de ultratumba en coherente prolongación de lo que el Django original de Sergio Corbucci y Franco Nero sugería.

Un tanto zarrapastrosa y en general pobretona se balancea entre una exageración de los manierismos post-leone y un tratamiento formal propio del cine de terror que resulta de largo lo más sugerente; con un creativo uso de las sombras y la iluminación tenebrista que se suma a una nada desdeñable capacidad para inquietar desde la planificación y que dota al pistolero protagonista de unos atributos sobrenaturales a los que casi benefician las paupérrimas capacidades de Steffen. Impasible por igual ante la violencia, los arrumacos eróticos de la turbia Rada Rassimov (hermana del gran característico Ivan Rassimov) o la seducción del dinero. Un personaje que plantea un vaciado total del personaje del pistolero del western all’italiana, en base a reducirlo a la bala y la venganza, la herramienta y la motivación primigenias del género. Sin mayores atributos dramáticos, dotándolo de una extraña fuerza conceptual y encontrando al excusa perfecta para alejarse de cualquier lógica física, espacial o temporal. Así y todo, nunca llega a los límites de la obra maestra de Antonio Margheriti, …Y Dios dijo a Cain, una pieza gótica de absorbente irrealidad, de obsesiva nocturnidad en el que Klaus Kinski volvía para cumplir su venganza por una sola noche de viento y muerte.

Más allá de esto y de gustosos detalles tétricos (las cruces inscritas que el anti-héroe presenta a sus futuros ejecutados o la estupenda escena del intento de ahorcamiento en la iglesia, de una tensión verdaderamente conseguida) que se alternan con unos flashbacks ridículos por completo, permanece la genialoide performance del siempre tortuoso Luciano Rossi como psicópata macilento, epiléptico y sádico, la decrépita imagen mortuoria del pueblo vacío, explicitando (sin querer) su condición de decorado para títeres o la constatación sorprendente de como un film de un imitador de Eastwood acabó por influenciar a este en trabajos como Infierno de cobardes (1972) o, incluso, El jinete pálido (1985) en la planificación del tiroteo final.

La colina de las botas (La collina degli stivali)

Director: Giuseppe Colizzi

1969

Italia

91 min.

Fotografía: Marcello Masciocchi

Música: Carlo Rustichelli

Guión: Giuseppe Colizzi

Reparto: Terence Hill, Bud Spencer, Woody Strode, Victor Buono, Lionel Stander Edward Ciannelli, George Eastman, Glauco Onorato, Alberto Dell’Acqua, Neno Zamperla

La  originalidad de ambientarse principalmente en un circo ambulante de La colina de las botas (título tomado prestado de uno de los que Leone manejó para La muerte tenía un precio) se diluye demasiado rápidamente al languidecer el film hacia una especie de remedo de Los siete magníficos (John Sturges, 1960) directamente olvidable, por vulgar y por desaprovechar una idea de partida con tantas posibilidades escenográficas. Protagonizada por Terence Hill  cuando hacía de Franco Nero, en lugar de Franco Nero, emparejado ya con su inseparable Bud Spencer en un rol secundario de bruto noble pero malcarado (toda una novedad, efectivamente), pero previo a la inminente introducción del slapstick en el costroso universo del spaghetti-western. Se beneficia principalmente del co-protagonismo del rotundo Woody Strode y de la agradable presencia de (desaprovechados) secundarios como el blacklisted Lionel Stander, como dueño del circo, del entrañable George Eastman (acreditado como Luca Montefiori, aunque en realidad se llame Luiggi)  o el excelente Victor Buono, actor de la estirpe del gran Peter Ustinov especializado (como aquí) en villanos viscosos y zalameros.

Más o menos cuenta el enfrentamiento entre una troupe circense que socorrerá al zarrapastroso héroe después de haber sido herido, contra los desmanes de una pérfida corporación que oprime a un campamento de mineros (conciencia social y todo). El guión bandea sin criterio por una historia que surge así como así  con una total ausencia de construcción de personajes más allá del carisma de los actores a los que ni siquiera se une una dirección adocenada que, si bien cuenta con algún acierto de puesta en escena, abusa del zoom y el reencuadre (encima el score de Rustichelli es espantoso), y desperdicia sus posibilidades (tampoco muchas, no nos engañemos). Aún así deja apuntes simpáticos y no carece de interés histórico al formar parte de esa especie de tríptico (junto a esta, que es la tercera, hay que consignar: Tú perdonas..yo no en 1967 y Los cuatro truhanes en 1968 con Elli Wallach) con el que Giuseppe Colizzi intuyó el futuro potencial de la pareja Hill-Spencer que ya repetía similar caracterización en las tres y prefiguraba el cambio que vendría, careciendo completamente del toque sádico y turbulento propio del género, siendo este sustituido por un tono más blanco y humorístico por momentos. Y sí, efectivamente, Spencer luce su inimitable técnica de golpeo en un breve festival de sopapos.

El kárate, el colt y el impostor (Là dove non batte il sole)

Director: Antonio Margheriti

1975

Italia/España/Hong Kong

100 min.

Guión: Miguel De Echarri y Barth Jules Sussman

Fotografía: Alejandro Ulloa

Música: Carlo Savina

Reparto: Lee Van Cleef, Lo Lieh, Patty Shepard, Julián Ugarte, Ricardo Palacios, Manuel de Blas, Goyo Peralta, Jorge Rigaud

Inconsistente pero finalmente divertido soja-western (sí, efectivamente todo tiene nombre) nacido del aguzado ingenio industrial de los Shaw Brothers, entonces en plena expansión mundial (por cierto no sería nada descabellado trazar un paralelismo historiográfico entre la evolución, naturaleza, referentes y decadencia del cine marcial honkonés de los 60 y 70 y el spaghetti-western) y Carlo Ponti que fue encargado al reivindicable Antonio Margheriti, autor de un clásico mayor del género como la ya mencionada …Y Dios dijo a Cain, y maestro del gótico que nunca se encontró demasiado cómodo entre pistolas y caballos, a excepción de cuando los pudo llevar a su propio terreno, como en ese título espectral con Kinski.

Realizada sin mayor aspiración que sobrevivir ratando un poco de la moda de las artes marciales, no solo las producciones de la Shaw o el mito Bruce Lee, también el exitazo televisivo del Kung-Fu que protagonizaba David Carradine y que ya colocaba “lo oriental” en medio de un contexto western, forma part de la escasa (por fortuna) nómina de colaboraciones. itercinematográficas, abierta por la (relativamente) célebre Mi nombre es Shangai Joe, sanguinolenta a más no poder y dirigida por Mario Cainao en 1972 con Kiski otra vez de malvado enfrentándose al ignoto Chen Lee -y tan exitosa que hasta conoción una especie de secuela en 1975 con el título de El regreso de Shangai Joe, perpetrada por Bitto Albertini, con un Kinski reincidente y Chen Lee cambiado por Chen Lie (sic.)-  . Además cabe recordar que esta fiebre no solo atacó a Italia, también la Hammer entró en terreno de la coproducción con dos realizaciones en 1974, la gustosa Kung Fú contra los 7 vampiros de oro, dirigida por otro competente artesano como fue Roy Ward Baker y la poco vista (yo al menos no la he padecido) Mercenario del crimen,  una cinta de acción y espionaje con el ajado Stuart Withman a la cabeza del reparto y completada por Michael Carreras tras la deserción de Monte Hellman.

Margheriti acoge el mandado con oficio y lo resuelve aplicando distancia y cierto gusto en la composición (a lo que no es ajeno al presencia del operador Alejandro Ulloa en la fotografía), además de potenciar los elementos tebeísticos del invento, especialmente el  impagable villano que compone una actor tan extravagante como el español Julián Ugarte, un predicador enloquecido vestido con una especie de sotana de cuero y que viaja con su propia iglesia a cuestas, campanario incluido.

El resultado es una comedia picaresca y aventurera saturada de humor burdo y malas escenas marciales -los directores orientales no parecen entender el estilo único que requieren esto interludios, rodadas en la mayoría títulos orientales con una estética totalmente diferente, una planificación dirigida a que luzca la coreografía al modo irreal de los musicales-, construida sobre un argumento demencial y simpatiquísimo: un ladrón americano (la ya estrella Lee Van Cleef pasándolo bien a base de parodiar su propia tipología estoica y elegante) y un espabilado chino (el “kungfuteca”, Lo Lieh en una interpretación más distendida de lo que era habitual en un actor especializado, casi, en malvados y antagonistas) buscando el tesoro escondido del tío de este. Para conseguirlo tendrán que arreglárselas para recomponer las pistas que dejó escritas en las mollares posaderas de cuatro beldades, entre las que se encuentra la eternamente desaprovechada Patty Shepard en un doble papel, en un detalle tan descabelladamente rijoso que no puede menos que seducir.