Alguien con quien hablar

Por Falcaide @falcaide
Ayer dejamos una lista de Libros para Navidades recomendados por las personas que han pasado por la sección del Homenaje a los blogueros (el próximo domingo tendremos a Yolanda González, de Tinta al Sol / @tintaalsol), y hoy os quiero hablar del último libro que he leído. Es Alguien con quien hablar, de Ángel Gabilondo.
Es un libro excelente, lleno de sensibilidad, poesía intelectual, profundidad con estética. De Ángel Gabilondo, actual Ministro de Educación y anteriormente Rector de la UAM de Madrid y Catedrático de Metafísica, ya hablamos hace algún tiempo (merece releer el post Otra mirada de los políticos: Ángel Gabilondo).
Respecto a esta publicación Gabilondo dice: "Todos necesitamos que alguien nos acompañe, que esté cerca, que nos escuche, que nos diga. Pero alguien no es uno o una cualquiera, no nos es indiferente, y dar con él, con ella, resulta decisivo. Tal vez se trate de una capacidad de atender, de escuchar, de estar abierto y dispuesto, no sólo a recibir, sino a entregarse, a darse. No creer que uno lo sabe todo y mejor que los demás, no ser autosuficiente por engreimiento y ser consciente de la propia necesidad, con entereza, constituye un aspecto decisivo para que alguien irrumpa en nuestra vida (…). No siempre deseamos hablar con alguien, nos limitamos a hablarle a él, a ella. Para que se entere, pensamos, y no en todo caso hay espacios de conversación. Y dejar hablar no es un simple gesto de permisividad, es un acto de reconocimiento. Exige crear condiciones de posibilidad para la palabra ajena".
Muchos son los temas que trata Gabilondo. Cito algunos: Reír juntos; Al menos, tu voz; El placer del otro; Besos de palabra; La ternura infrecuente; Lo que no acaba de llegar; Vivir sin ellos; Las yemas de los dedos; Los arañazos de la vida; La pasión razonable; La inteligencia erótica; La soledad tan nuestra; Consultar con la almohada; Los compañeros de trabajo; Quedar para comer… Y así en total 43 reflexiones. Me quedo con la siguiente: Al menos, tu voz. Dice así:
«Puede parecer poco, pero a veces necesitamos sencillamente oír la voz de alguien concreto. Como sea, su voz, ella, al menos. No es tanto la compañía de los argumentos cuanto el cálido articular, entonar, deletrear, sonar, de su singularidad expresiva. Su voz nos serena o, quizá, nos provoca a ser. Es como si al llegar viniera vida. Tantas veces nos alcanza de lejos y todo cobra otro sentido. Si se silencia, nada nos dice nada. Aún resuena en nuestros oídos la de quien, por lo que fuere, no está ya. No recordamos siempre tanto lo que dijo cuanto la mano de su voz que tocaba nuestra alma.
La voz ofrece toda una fisonomía. Ciertamente se teje en un modo de hablar y de decir, pero por sí sola es ya la calma o la zozobra del declinar del día. Parece provenir de algo otro que uno mismo y que le es más interior que cualquier adentro. Empieza por resonar en quien se ve envuelto por lo que oye y que parece provenir de sí. Todo vibra y nos vemos atravesados por un sentir que busca componerse y trata de huir de nosotros hasta alcanzar a alguien. En realidad, la voz conforma y configura nuestro propio rostro y aspira a llegar a ser palabra.
En el silencio tumultuoso de tantas y tantas reuniones, conversaciones y declaraciones se erige en ocasiones una voz, sin por ello encumbrarse. Parece tan firme como dulce, no es implacable pero resulta consistente, no se aterciopela ni se trata de plegar sobre sí misma autosuficiente, como si se oyera decir, y se despliega como un caminante nómada. Se ofrece a la intemperie, con una desnudez tan atractiva que es difícil no desear que venga con nosotros.
No siempre el decir del otro resulta convincente sólo por sus necesarias y buenas razones, como si éstas se impusieran por sí mismas indiscutiblemente. No basta tampoco con alzar la voz o con dejar de hacerlo. La voz ofrece, la voz sintoniza. Y, más aún, es la espiritualización de la corporalidad. La carne se hace verbo en ella volviendo del revés el misterio. Y en nuestro aislamiento atraviesa estancias, países y vidas para alcanzarnos. Y todos sus matices se comportan como afectos, hasta acariciar lo más íntimo de cada cual. Por eso, una vez que una voz es ya parte constitutiva del rumor incesante de nuestra memoria, posee ya un aroma que no sólo es reconocible sino que constituye otra infancia, la conformada por esas voces que son nuestro hogar, una casa poblada de quienes son el murmullo que oímos en cada silencio.
Si no hay mucho que decir, al menos, tu voz. Léeme, si quiera un texto ya dicho. Llama, aunque sea por error para preguntar equivocadamente. Recita, canta o cuenta esa historia que es ya a leyenda de vidas siempre por vivir. Pero dame tu voz, que es poético decir que no necesita remitir a contenido alguno. La voz es en sí misma un sentido singular. Déjame dormir con ella. Y, cuando sea preciso, fallecer al arrullo de su despedida».
De todo lo escrito me quedo con: «La voz es la espiritualización de la corporalidad», y también: «La voz es en sí misma un sentido singular».