Voy a comenzar esta nota con una reflexión de Fidel Castro que subraya lo siguiente: “Aún cuando un día mejoraran las relaciones entre Cuba Socialista y el imperio, no por ello cejaría ese imperio en aplastar a la Revolución Cubana…”
Pero, el líder histórico de la mayor de las Antillas dijo más en un discurso por el XXXII aniversario de las Fuerzas Armadas y del desembarco del Granma, celebrado en la habanera Plaza de la Revolución en 1988: el imperio no oculta destruir nuestro proceso revolucionario, lo explican los defensores de su filosofía, acotó.
Fidel, uno de los más grandes conocedores de Estados Unidos en la historia contemporánea, expresó entonces que hay algunos teóricos de la vecina potencia del Norte que han sido partidarios de que Washington realizara cambios en su política hacia Cuba para penetrarla, debilitarla y destruirla, si es posible, incluso, pacíficamente.
Agregó en aquella intervención que otros piensan que mientras más beligerancia se le dé al decano archipiélago caribeño, más activo y efectivo será en sus luchas en el escenario de Nuestra de América y del mundo.
El Comandante en Jefe, como le dirán siempre sus compatriotas y millones de agradecidos en la humanidad, auguró que mientras exista el imperio, el pueblo cubano nunca podrá bajar la guardia, ni descuidar su defensa.
Los hechos confirman lo asegurado por Fidel hace casi tres décadas. El demócrata expresidente norteamericano Barack Obama, y sus cercanos “tanques pensantes”, pretendían destronar a la Revolución Cubana de forma “pacifica”, con cantos de sirena, pero, claro, sin levantar definitivamente el criminal bloqueo que Estados Unidos le impone a la Isla en los últimos casi 60 años.
Ahora, el actual inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, torpe y agresivo como sus “asesores” anticubanos, escogió nuevamente el camino errado y frustrado de la confrontación, con tonos discordantes de los viejos tiempos de la llamada Guerra Fría, y acaba de poner en vigor nuevas medidas que arrecian la guerra económica, comercial y financiera contra la mayor de las Antillas.
El propósito ha sido y será siendo el mismo: ahogar a la Revolución Cubana porque desde su triunfo, el 1 de enero de 1959, representa un paradigma para los pueblos de la Patria Grande y del mundo, y uno de los mayores obstáculos para los intereses hegemónicos de Washington en este hemisferio.
Los sucesivos regímenes de turno de Estados Unidos han pretendido desaparecer de la faz de la tierra el ejemplo solidario, altruista, digno, pacífico, y de resistencia de Cuba, y por supuesto ninguno lo ha conseguido.
Tampoco Trump, y quienes vengan detrás, lo podrán hacer. Por el contrario, pueden estar seguros que el archipiélago caribeño continuará su prolongado batallar frente a las agresiones de Washington, al mismo tiempo de estar dispuesto a dialogar y convivir pacíficamente con su poderoso vecino del norte, siempre y cuando se respete su soberanía, independencia y principios.
De Cuba sí todos podemos esperar con seguridad que nunca claudicará, no así de un honesto y verdadero cambio de la política de Estados Unidos hacia la nación antillana.
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