Quedamos el sábado. Nos volveríamos a ver entonces. Antes de irse me dio lo que fui a buscar. Nuestra relación venía de algo antes, nos presentó una amiga común, que si digo que nadie canta como ella, no le hago suficiente justicia. Ya entonces, los dos eran la semilla de lo que fue, de lo que iba a ser un gran grupo, malogrado por el ego de alguno de sus miembros, arrebatándonos algo que muchos hicimos nuestro, y que compartimos, junto a mi Telecaster colgada en moto por esta provincia de madrugada y cervezas, acompañadas de bocata, en el poliderportivo de pueblos en el quinto pino. Qué época. Aunque el pudiera haber sido abra sus alas y alce el vuelo de vez en cuando, como ahora.
Algunas cosas que estoy recordando habían pasado ya, otras estaban pasando. Otras pasarían, irremediablemente y aunque yo no lo supiera. Me puse en el bosillo lo que me dio antes de que la puerta del ascensor se cerrase y el testigo iluminado hiciera volver mi mirada hacía la moto.
Una vez en casa, tras ducharme, abrí la tapa de la minicadena, dispuesto a escuchar las primeras de innumerables grabaciones musicales en las que la música se empeñaba en ir al revés que yo, cambiando su tonalidad sorprendiéndome sin estar preparado. Pero de eso no me daba cuenta y hoy cuando lo oigo siento unas punzadas de nostalgia. Un ordenador, un micro de todo a 100, había bastado para que el novio de esa amiga común que nos presentó siguiera su apadrinamiento musical conmigo, que venía ya de una vida anterior en Fola Street.
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