Viajamos durante días, atravesando lugares inhóspitos y paisajes extraños. Todo era nuevo para mí, y disfrutaba cada ligero cambio a nuestro alrededor, imaginando aventuras imposibles para un joven bloque como yo. Pero lo que vi al llegar a nuestro destino sobrepasó con creces todo lo que mi mente había podido crear hasta el momento.
Jamás había visto a tantos bloques juntos. Amarillos, azules, verdes e incluso unos cuantos grises, amén de unos cuantos rojos, como nosotros mismos. Todos colocados en fila, en perfecta formación, aunque relajados, intercambiando experiencias y opiniones. En ese momento me sentí muy orgulloso de formar parte de todo esto. Después de muchos problemas a lo largo de la historia, volvíamos a ser un pueblo fuerte y numeroso, y a pesar de que padre nunca dejaba de repetirlo, no lo comprendí del todo hasta llegar allí.
Pasaron unas cuantas horas, y el bullicio continuaba. No me separaba de padre ni un momento, ya que temía perderme entre todos esos bloques. Escuchaba cómo hablaba con otros de su edad, como se saludaban de forma efusiva y recordaban antiguas experiencias. Padre jamás hablaba de esto en casa, pero por lo que pude descubrir escuchando, era un tipo importante.
Comenzaba ya a anochecer cuando alguien dio la señal de alarma. El murmullo desapareció de inmediato, y los bloques de mi alrededor perdieron su actitud relajada para afirmarse uno junto al otro. Padre apretó mi mano con fuerza.
- No te separes de mí.
- ¿Qué pasa?
- Ha llegado el día. Tenemos que aguantar.
Forcejeé de forma istintiva, intentando liberarme de la presa de padre. No entendía qué pasaba, y siempre había sido un chiquillo curioso. Alcé la cabeza para mirar hacia delante por encima de todos los bloques, y entonces lo ví.
Aunque de lejos podía confundirse con uno de nosotros, ciertos detalles lo distinguían con claridad. Era algo más alargado, con varios colores y sus bordes eran redondeados. Estaba sólo, a cierta distancia del grupo, y se movía de forma horizontal. Y llevaba una gran bola que emitía una luz antinatural.
- ¿Qué es esa bola padre?
- Es su arma. Intenta que no te toque.
- ¿Qué vamos a hacer? Somos muchos, podemos vencerle.
- Tenemos que aguantar. Por todos los demás. Se valiente.
Cuando padre terminó de hablar, el desconocido lanzó su bola, por primera vez. Su giro era hipnótico, y describía trayectorias rectas, rebotando en los objetos que encontraba en su camino. Incluso los bloques. Pronto cayó el primero, estallando en mil pedazos con un grito sordo. Padre me apretó más fuerte cuando comencé a temblar.
- Pase lo que pase, aguanta.
La bola siguió rebotando, acabando con todos los bloques que encontraba en su camino. El desconocido la golpeaba cuando volvía a su lado, y hacía que la trayectoria cambiara. Todos los bloques que recibían un golpe desaparecían, y pronto empezaron a notarse agujeros entre nuestras filas. Sin embargo, nadie se movía. Nadie huía. Sentí una especie de orgullo estúpido por esto, a pesar de que el miedo atenazaba cada uno de mis músculos.
Íbamos cayendo, de una forma pausada y honorable, y la bola iba acelerando, rebotando con más fuerza cada vez en todos los rincones. Pasó cerca unas cuantas veces, y algunos de los bloques cercanos desaparecieron de la misma forma que los otros. Poco a poco dejó de importarme. La mente se acostumbra hasta a los mayores horrores dicen. Lo estaba comprendiendo en ese preciso momento.
Un atisbo de esperanza surgió cuando comencé a observar que al desconocido le costaba cada vez más hacer rebotar la bola, que giraba ya con una velocidad endiablada. No acababa de comprender por qué sólo podía moverse de forma horizontal, por qué no simplemente venía a por nosotros y acababa el maldito trabajo. Ya no éramos muchos, y podía sentir el miedo de mis compañeros, y el mío propio.
De repente pasó. La bola pasó por la espalda de nuestro enemigo, y los bloques que quedaban se atrevieron a emitir vítores y cánticos de alegría. Padre, sin embargo, permaneció impasible.
- ¿Hemos ganado padre?
- No hijo. Todavía tiene dos vidas.
Como siempre, tenía razón. Otra bola surgió de la nada, y el desconocido la lanzó, con exactitud calculada, hacia nuestra posición. Cerré los ojos, contuve la respiración y recé como nunca lo había hecho. Los instantes se hicieron horas en mi cabeza mientras pensaba si la explosión que había visto en otros bloques dolería o simplemente significará el fin. Sin embargo, no pude comprobarlo. De repente, la presión que ejercía padre en mi mano desapareció. Le habían dado.
No dijo una palabra. Ni una última frase, un consejo final o un simple adios. Desapareció como si nunca hubiera estado a mi lado. Como si jamás hubiera existido. Comprendí que todos estábamos ya muertos, que era cuestión de tiempo que la bola acabara con todos, y que era ese tiempo lo que teníamos que conseguir, para salvar al resto. A pesar de que todo mi cuerpo batallaba por dar media vuelta y huir, permanecí firme. Si quería pasar, tendría que darme.
Poco recuerdo del resto, salvo que pronto me quedé sólo, en mitad de la nada. Todos los bloques habían caido, hasta los grises, capaces de aguantar varios impactos. Éramos él y yo, jugando una partida desigualada en la que sólo la paciencia importaba. La bola seguía acelerando, y mi única esperanza era verlo fallar. Dos veces. En realidad no había esperanza.
Aunque me cueste reconocerlo, comencé a sentir cierta empatía por mi enemigo, aunque no conocía sus motivaciones ni por qué había decidido masacrarnos a todos. Notaba como se esforzaba, cómo perseguía la bola con dificultad, y como intentaba cuadrar los rebotes de esta para impactarme. Me miraba de vez en cuando, con una expresión extraña. No sabía qué quería, pero todo mi mundo giraba ahora mismo alrededor suyo. Estaba en sus manos.
La bola pasaba muy cerca, muy deprisa. Muchas veces creí que iba a morir, para luego abrir los ojos y ver que todo seguía exactamente igual. No recuerdo si el desconocido perdió otra vida o no antes del final, sólo recuerdo que sentí cierto alivio cuando ocurrió.
Finalmente, la bola rebotó en el lugar exacto, produciendo la trayectoria deseada. Mientras se acercaba por la izquierda comprendí que todo había terminado. No cerré los ojos, como en anteriores ocasiones. Observé como se acercaba hacia mí, y me concentré en sentir todo el impacto cuando este se produjo. No dolió, y, en cierta parte, fue liberador. Mientras desaparecía, observé que el desconocido por fin avanzaba, mientras en el cielo se formaban unas extrañas palabras. Me despedí del mundo mientras las leía, y al final, lo comprendí todo.
- ¡Fase superada!.