Algunos incidentes en la poesía inglesa (o en todas partes cuecen habas)

Por Eduardomoga
Recientemente he tenido noticia de algunos casos curiosos ocurridos en el duro, en el áspero mundo de la poesía inglesa actual. Bajo esta capa de hielo que los ingleses despliegan en sus relaciones sociales y literarias, se esconde un mundo tan volcánico como el de cualquier otro lugar, atravesado por las mismas pasiones, debilidades, odios y anhelos anhelos que se reducen, como los mandamientos del Señor, a uno solo: figurar. Yo ya lo sospechaba, desde luego, pero ha sido reconfortante descubrirlo con pruebas fehacientes. El primer sucedido es un clásico: el plagio. La poesía inglesa cuenta desde hace algunos años con un sabueso implacable, el Dr. Ira Lightman, cuyo nombre y apellido se corresponden pasmosamente con la función que desempeña, que ha desvelado numerosos casos de apropiación de obras literarias por parte de autores que no las habían escrito. Uno de los más sonados ha sido el de Christian Ward, un joven poeta inglés cuyo poema "The Deer at Exmor" ("El ciervo de Exmor"), con el que había ganado un importante certamen poético, era una reproducción casi literal de "The Deer" ("El ciervo"), de su colega Helen Mort. Si uno compara ambos textos, comprobará que, en efecto, las diferencias se reducen al título, una palabra en el primer verso (un cambio transgénico: donde Mort escribe "madre", Ward pone "padre") y los dos versos finales del segundo cuarteto, en el que se modifican los lugares referidos (River Edge y Bossington Beach en lugar de Ullapool y Rannoch Moor) y el pájaro del que se habla, un halcón peregrino en el de Ward y un martín pescador en el de Mort. No hay más alteraciones en los 18 versos de que se compone la pieza. Llama la atención la desvergüenza de la copia: el poema de mentira está prácticamente calcado del de verdad. Ward no se ha preocupado por introducir las mínimos cambios que le permitieran, en caso de necesidad como así ha ocurrido, alegar cercanía, comunidad espiritual o incluso error, y descartar la acusación de plagio. Quizá es que se le acababa el plazo para presentar algo al concurso y no tuvo tiempo de reelaborar el original. Aún sorprende más que la gente se atreva a lanzar desfachateces como esta a un mundo globalizado y digital, donde cualquiera con algo de cultura poética y las armas que proporciona Internet puede descubrir fácilmente la trampa. Para defenderse, Ward alegó lo de siempre: que la copia no había sido intencionada, sino un desliz: estaba utilizando el poema de Mort como base para el suyo propio, pero, por una equivocación en la manipulación de los textos, acabó enviando aquel en lugar de este al concurso. Si la inverosimilitud de la excusa y el reconocimiento de su propia imbecilidad (¿quién, además de Ana Rosa Quintana y Christian Ward, no se da cuenta de que la obra que manda a una competición no ha salido de su mano?) eran ya insuficientes para absolverlo, el engaño se ha hecho más evidente todavía cuando, excitados por este primer hallazgo, lectores e investigadores han destapado una verdadera retahíla de plagios. Al parecer, Ward es un virtuoso de la copia, un plagiador congénito y perseverante. Desde ese fatídico año de 2013, The Yale Journal for Humanities in Medicine, Magma Poetry, Monongahela Review, The Bridport Prize, Readheaded Stepchild y Sixth Finch han retirado poemas de Ward, por ser copias directas, con leves alteraciones textuales, de poemas de otros autores. Ward es, por otra parte, un autor muy presente en revistas, y con varios premios en su haber, pero sin obra conocida. No es extraño que se haya suspendido la aparición del libro que se anunciaba como pendiente de publicación, The Moth House. Es estupendo que la palabra moth, "polilla", aparezca en el título: la polilla se alimenta de la ropa o los enseres almacenados de la gente.

El segundo caso que quiero referir es el de un poema, "Gatwick", publicado hace algunos días por Craig Raine en la prestigiosa London Review of Books. El poema se limita a contar que el protagonista se encuentra, en el control de pasaportes del aeropuerto de Gatwick, a una agente de inmigración que ha estudiado su obra en la universidad, y que después, en el autobús que lo lleva desde el aeropuerto a Oxford, disfruta con la contemplación de una joven sueca de pecho abundante, que viaja con su madre, a la que sospecha que acabará pareciéndose con los años. El poema es malo de solemnidad, propio del peor poeta de la experiencia español. Pero la tormenta que ha desatado en las redes sociales no se ha debido a su calidad, inexistente, sino a la naturaleza de lo expresado: que un hombre mayor Raine tiene 69 años explicite su agrado por las mujeres jóvenes, y especialmente por el pecho de las mujeres jóvenes, le ha valido una catarata de insultos, en el que "viejo verde" ha sido lo más suave que ha tenido que leer. La ferocidad de los comentarios habitual en ese patio de vecinos anónimos que es twitter oculta una tendencia muy preocupante en las sociedades occidentales, que se agrava, a mi juicio, cada día que pasa: la imposición de censuras ideológicas en la expresión artística, que quizá sea paralela a la que se da también en el ámbito político-cultural. Que un hombre elogie las tetas de una mujer es una grosería inaceptable, que ofende a muchas personas y que, en consecuencia, no se puede permitir que se diga, al igual que afirmar que Mahoma era un caudillo cruel y un misógino contumaz, cuya pugnacidad inspira hoy la de sus sangrientos herederos, hiere a millones de creyentes, y, por lo tanto, ha de ser prohibido. Yo no concibo la literatura sino como el lugar de la libertad absoluta. En la literatura, y en cualquiera de las artes, y también en la confrontación de las ideas, en el debate diario sobre cómo queremos que sean nuestras sociedades, la libertad no debe tener límites: para escribir malos poemas, como el de Raine; para decir lo que se cree, lo que se siente, aunque sea ofensivo o blasfemo para otros (e incluso para uno mismo); para elevarnos, pero también bucear en lo más oscuro del ser, en lo más fangoso de cuanto nos constituye. La vida está llena de restricciones, y está bien que sea así: sin ellas no podríamos convivir. Por eso el arte, el espacio singular del arte, ha de darnos la posibilidad de romperlas todas: de gritar, y confesar, y escupir, y llorar. Lo cual significa, entre otras cosas, que también hemos de estar dispuestos a que nos griten a nosotros, a que nos escupan a nosotros, a que nos salpiquen de barro, a que blasfemen contra lo que nosotros tenemos por sagrado. Nuestra salvación depende de que aceptemos la salvación de los demás, aunque nos repela. Como he dicho, el poema de Raine es lamentable. Pero no lo es que reconozca la pasión carnal que todavía lo mueve, ni la belleza de un pecho femenino, ni el futuro más bien sombrío para la joven y para él mismo que le hace imaginar. Si a alguien no le gusta lo que ha dicho, lo que debe hacer es escribir una poesía distinta o un ensayo en el que lo critique o razone su disgusto. Y si una poeta mayor elogia en un poema el culo o el paquete de un joven, lo leeré con mucho interés.

Por último, un caso personal. Una poeta inglesa, y ya examiga, se ha molestado mucho con una entrada que le he dedicado en este blog, y recogido en la selección recientemente publicada en forma de libro, Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres (con algunas estancias en España). El hecho de que le haya regalado un ejemplar, cariñosamente dedicado, no le ha hecho pensar que mis intenciones al escribirla no podían ser malas, salvo que yo fuese un hipócrita redomado. En el correo con el que ha cortado relaciones conmigo expresaba su malestar porque yo no hubiera mostrado el debido respeto por un I have to say, generally considered rather distinguished literary track record ("currículo de publicaciones literarias que se considera, en general, he de decir,más bien distinguido"). Obsérvese el understatement, formulado con la mejor sintaxis oxoniense, que esconde, en realidad y a eso iba, un overstatement: el de su obra insuperable, el de su calidad impar. El incidente en sí no tiene ninguna importancia: un episodio más de las eternas peleas entre poetas, que se diluirá que se ha diluido ya, en lo que a mí concierne en la nada de la intrahistoria literaria, pero sí es revelador de algo que nos aqueja a todos los que nos dedicamos porque no podemos hacer otra cosa: porque estamos enfermos a esta tarea agotadora de escribir: una desesperada necesidad de reconocimiento, una vanidad aplastante.