Alianza impía y cordón sanitario

Publicado el 30 diciembre 2015 por Vigilis @vigilis
La costumbre o moda política española tiene dos características que la hacen rara avis entre los países de su entorno. No soy partidario del manido discurso de pintar una España diferente, pero he de reconocer que debido a nuestra construcción política e historia reciente sí existen dos asuntos que nos hacen un poco diferentes. En los últimos tiempos la gravedad de esto se ha reducido porque, en pocas palabras, la autonomía legislativa de un estado miembro de la UE es escasa, así que nuestra política interna cada vez tiene menos importancia.

La alianza impía

(Tomado de un blog sobre Premín de Iruña).

La primera cosa es que en España los movimientos disgregadores de la unidad nacional utilizan principalmente las referencias estéticas y sentimentales de lo que llamamos izquierda política. Lo que en la historia moderna de Europa se entiende como varias generaciones de movimientos nacionalistas que responden a contextos históricos concretos y definidos (fin del Antiguo Régimen, fin de los imperios centrales de Europa, proceso de descolonización de posguerra y lo que hay ahora que probablemente responda al proceso de construcción europea y a la desaparición de las fronteras) siempre se ha interpretado como la reclamación de las élites periféricas de sus privilegios perdidos (con el sabroso corolario de aquellos lugares donde si no hubo privilegio, se lo inventan, creando así un "pasado glorioso" a la medida).
La reclamación de privilegios de las élites y la búsqueda de la justificación política en un pasado inventado o adornado (por ejemplo, que un trozo de un país actual fuera la propiedad de un señor feudal en la Edad Media o que en los años 60 se pudiera caminar "tranquilamente" por la calle) es a la izquierda política —en cualquiera de sus acepciones, generaciones y facetas— lo que el binomio de Newton a mis zapatillas. Si por algo se ha caracterizado la izquierda política ininterrumpidamente desde su invención hace doscientos años es precisamente por la denuncia de los privilegios de vecindad, labor, renta o nacimiento. Estos privilegios "naturales" eran la base de lo que conocemos como Antiguo Régimen. A mediados del XIX, con el Antiguo Régimen cayendo a trozos, se establece una nueva centralidad y las coordenadas políticas cambian. La nueva izquierda pasará a categorizar a la sociedad política en distintas clases, pero sin recuperar nunca la demanda de privilegios "naturales" (al menos en teoría).

Que levante la mano quien tenga pérdidas de orina.

Pues bien, todavía hace falta explicar cómo es posible que en España lo que entendemos por izquierda —una etiqueta-coartada en la que cabe de todo— tenga más fácil aliarse con quienes reclaman privilegios "naturales" —como los reaccionarios de toda la vida— que con aquellos a los que el asunto de la disgregación les tira de un pie. Ya expliqué en su momento que el centralismo (unitarismo de la nación) es asunto central en la izquierda de todas partes, pero no está de más insistir en ello.
Creo que la cuestión se entiende mejor si se explica que la disgregación es un residuo reaccionario de los procesos de nacionalización de hace ciento cincuenta años. No es casualidad que en la historia del conflicto obrero de Estados Unidos y de la lucha por los derechos civiles, los agentes federales tuvieran el papel de hacer de freno frente al poder local del gobernador de turno. En España la primera ley que vagamente universaliza la educación tuvo que venir "impuesta desde Madrid" y la Guardia Cvil —otra cosa ajena a la costumbre provinciana— fue la que paulatinamente acabó con el bandolerismo en aquella España de guerras civiles entre liberales y reaccionarios.

Como aparece Mahoma hoy la izquierda censuraría esto.

El problema aparece al mismo tiempo que nuestra diferencia de horarios y nuestra alta tasa de vivienda en propiedad, es decir, con la guerra civil. En este conflicto se ve muy claramente cómo los principales movimientos nacionalistas que reclamaban privilegios perdidos frente a la modernidad, se arriman en todo momento al árbol que más sombra da: basta buscar quiénes financiaron a los militares golpistas y la facilidad con la que se adaptaron a la nueva situación una vez terminada la guerra. Ciertamente existían otros movimientos nacionalistas en aquella época que encontraron aliados en las filas comunistas por la coincidencia de querer derribar al "estado burgués". Esto no se entiende si se ignora que aquel estado burgués era la España republicana, culpable en todo caso de seguir siendo España. A este caldo le podemos espolvorear cierta tradición republicana que tiene que ver con la mala interpretación del federalismo que venía de América: así, nuestros primeros intentos republicanos por aprobar una cosa "federal" o cantonal —véase el Sexenio Democrático— que era y sigue siendo lo menos federal del mundo (el federalismo americano se fundamenta en el gobierno federal fuerte y la inexistencia de privilegios territoriales, que es lo contrario de lo que pasó y pasa aquí).
El cordón sanitario
La segunda cosa que nos hace diferentes y quería comentar se apunta en este artículo. El conocido como "cordón sanitario" que la mayoría de partidos políticos importantes le hacen al Partido Popular. Esa palometa constante a un partido político que ha gobernado varias veces este país y que gobierna la mayoría de sus administraciones. Un ostracismo impostado que se queda a medio gas pues en ocasiones por motivos de avidez de poder inmediata ni PSOE ni IU han tenido reparos en buscar su apoyo. Un apoyo que por cierto el PP no rechaza (el ostracismo no existe en la otra dirección).

Entrevista en ElMundo a Agarzón (4-V-15). «Yo soy partidario de las mesas porque creo en las mesas» (la entrevistadora tampoco estuvo fina).

Esta marginación se plasma en el sorprendente y vergonzoso hecho de que a algunos partidos les baste llevar en su programa electoral la frase "que no gobierne el PP", arrebatando así al ciudadano su derecho a que exista un debate informado sobre las cuestiones que afectan a la vida pública y a la marcha del país y sus instituciones en general. Este "hurto del debate" con la excusa del ostracismo al PP es una cuestión que yo considero que afecta negativamente a la calidad de nuestra vida institucional: mientras un barón socialista random dice "que no gobierne el PP" y le sacan fotos, los ciudadanos no sabemos cuál es la alternativa política o qué pruebas tenemos de la honradez de la alternativa. La fe, supongo. La fe mueve montañas.
La antidemocrática respetabilidad de este "cordón sanitario" tiene derivadas que se dejan notar en los medios de comunicación. Así, se aceptan con normalidad las notas de humor que en prensa y televisión dedican a miembros del PP. Cosas que serían inaceptables aplicarlas a miembros de otros partidos o de otras profesiones se pueden aplicar a miembros del PP bajo la excusa de la aceptación de este ostracismo público: meterse con defectos físicos (como pueden ser defectos en el habla), reírse de atentados terroristas sufridos (como el atentado que sufrió el ex-presidente Aznar), hacer chistes sobre accidentes fortuitos (como aquel aparatoso accidente de helicóptero) y dedicar hasta espacios fijos al PP en programas diarios de entretenimiento mostrando cualquier comentario de cualquier concejal de pueblo como un asunto de gran importancia que por sinécdoque se extiende a todos los miembros de ese partido.

"We do hate race mixing". Peñistas del Athletic de Bilbao.

Lo paradójico del caso es que el cordón sanitario en política es un instrumento que tiene sentido cuando el afectado es alguien que se quiere cargar el sistema democrático. Así los socialistas franceses pidiendo el voto para los conservadores en segunda vuelta para impedir a los populistas ganar poder o aquella ley de partidos que en España logró durante un tiempo que los altavoces políticos de un grupo terrorista accedieran a las instituciones. Aplicar un cordón sanitario al PP está enviando el mensaje de que el PP es un partido "ajeno" al sistema, extremista, cuando por inercia política y arquitectura institucional el PP es un partido básicamente moderado en las cuestiones cuantitativas y temeroso en las cualitativas.
Reformas higiénicas

Hace mucho que no pasáis por Lugo.

Me sumo como otros muchos a la idea de que nuestra vida pública mejoraría con ciertas reformas: la despolitización de la justicia, la revisión de los mecanismos de concesión de obra pública, la autonomía educativa, etc. A estas reformas, que son comunes encontrarlas de vez en cuando en el debate público, hay que empezar a sumar estas dos particularidades de nuestro sistema político: hay que empezar a dejar de catalogar de izquierda a quienes aceptan principios reaccionarios y defienden los privilegios "naturales" o de cuna y hay que rechazar a quienes impiden el normal funcionamiento de las instituciones con cordones sanitarios a partidos que defienden el sistema.
Desterrar estos dos vicios de nuestra vida pública no impedirá que izquierdas y reaccionarios puedan pactar donde les venga en gana y que continúen existiendo motivos de peso (motivos políticos, no de fe) para no llegar a acuerdos con el PP. Pero al menos las razones para hacer estas cosas tendrán más sentido para los adultos, escaso grupo de electores en los que algún día habrá que pensar.