Por eso se considera a George Méliès como el verdadero inventor, el primero que ve las posibilidades del cinematógrafo para contar historias, para explorar los recursos narrativos, para hacer arte.
Pero eso tampoco es cierto. El inventor no fue Méliès, el inventor del cine fue inventora, una mujer a la que se intentó olvidar: Alice Guy.
El caso es que sus contemporáneos sí valoraron a Alice Guy, era conocida como realizadora y productora de películas en aquellos tiempos en los que el cine más que un arte era una atracción de feria. Pero cuando el cine empieza a ganar prestigio nos olvidamos de Alice y empezamos a escribir la historia del cine en masculino.
La suerte de Gaumont
Gaumont, al igual que los Lumière, solo quería vender cámaras. Alice era inteligente, tenía talento artístico y visión. El cinematógrafo era para Alice una oportunidad para contar historias de una manera nueva.
Se armó de valor y le pidió permiso a su jefe para “escribir un par de escenas y que unos amigos las interpreten”. Gaumont consiente “siempre que el correo no se retrase”. Según la propia Alice declaró al historiador Victor Bachy “si se hubiera previsto el desarrollo que iba a tener este maravilloso invento, es probable que se me hubiera negado el permiso, pero como el futuro todavía era un misterio…”.
Es posible que Alice tuviera suerte de que Gaumont le diera la oportunidad de desarrollar su talento, pero lo que está claro es que Gaumont fue muy afortunado por tener a Guy. Con ella la empresa da un gran salto. Bajo la dirección artística de Guy, de 1900 a 1906 la producción de ficciones pasa del 15% al 80% de la actividad de la compañía.
En 1906 rueda “La vie et la mort du Christ“, que podría considerarse la primera superproducción de la historia. Su duración –34 minutos– supone un récord para la época. Además, utiliza 25 decorados diferentes, la mayoría exteriores en el Bosque de Fontaineblau, donde mueve a más de 300 figurantes.
El sueño americano
En 1907, con 33 años, Alice Guy se convierte en Alice Guy Blaché –como se le suele conocer– al casarse con Herbert Blaché, el representante inglés de Gaumont en Berlín y deciden aceptar la oferta de la compañía de ser sus representantes en Estados Unidos. Se instalan cerca de Nueva York y tienen dos hijos, pero Alice no para, funda su propia productora cinematográfica: Solax Studios.
Está ganando dinero y prestigio, ha levantado su propio estudio en Fort Lee, en ese momento el mayor del país. y sus películas son distribuidas por la MGM.
Pero el sueño americano se tuerce a partir de 1919. Su marido se fuga a Hollywood con una actriz y la pareja se divorcia. Dos años más tarde Alice tiene que vender su estudio de Fort Lee para saldar las deudas que había dejado la mala gestión de Herbert. Divorciada y arruinada coge a sus dos hijos y decide volver a Francia en 1922 con la intención de retomar en su país su carrera cinematográfica.
Sus hallazgos, sus más de 600 películas, muchas de ellas éxitos de taquilla, no le sirven. La cosa se había vuelto un negocio serio y no había hueco para mujeres como Guy.
Poco a poco fue cayendo en el olvido. A sus 50 años se dedica a escribir cuentos infantiles, con 80 escribe sus memorias en un intento de reivindicar su figura –el crédito de algunas de sus películas fue otorgado a otros– sin mucho éxito.
A lo largo de sus más de 600 películas Guy fue la primera en casi todo. La primera en usar efectos especiales, en la cámara lenta y rápida, la superposición de imágenes, en el movimiento hacía atrás, el retoque, el tintado del negativo, en explorar diferentes géneros (del cómico al western o el policíaco), en usar el gramófono al mismo tiempo de las imágenes… Rodó unas 150 phonoscènes, una suerte de videoclips, 30 años antes del sonoro.
Los mejores libros de historia son los que están llenos de tachones, añadidos y notas al margen. Cojan sus libros de historia del cine y actualícenlos: apunten en las primeras páginas que una mujer francesa, Alice Guy, inventó el cine.