(Una colaboración de Sito Padrós para Historias acuícolas) Publicada el 06/08/2015
Alicia era una de esas mujeres todoterreno, de las muchas que existen pero que pocas veces se habla de ellas. Curtida en mil y una historias (acuícolas), a lo largo de sus casi cuarenta y tres años de camino por la vida y más de veinte calzándose cada semana unas botas de agua del 41, Alicia se había pateado medio mundo intentando explicar con más o menos éxito que los peces, a poder ser, estaban mejor dentro del agua que fuera. Esta vez el destino y cómo no, la promesa de un jugoso contrato de asesoramiento la habían llevado a una granja marina de reciente creación. Tras dos horas de vuelo y dos horas más de carreteras infames (la acuicultura se caracteriza curiosamente por desarrollarse muchas veces en donde Sanpitopato perdió las sandalias, es decir,
inthemiddleofnowhere, en versión anglosajona) llegó a las instalaciones de Drunkfish Inc., unos barracones y dos caravanas rodeadas por una valla al final de lo que parecía un antiguo pueblo de pescadores abandonado. Las ventajosas condiciones económicas que el gobierno regional había ofrecido hacía unos años para que se instaurasen granjas marinas en esa zona (créditos del 70% a fondo perdido, tsunami de subvenciones a costa de fondos europeos, promesas de unas infraestructuras logísticas y de comunicación dignas del mejor hub logístico del mundo, tarjeta vip-black para agilizar cualquier trato administrativo....) había atraído a la flor y nata de la economía especulativa y del dinero negro.
Alicia bajó del todoterreno de alquiler y se dirigió a uno de los barracones en donde figuraba un cartel formado por un portafolio de plástico en el que se intuía que decía "oficinas". Dentro del barracón, un par de mesas, dos estanterías para archivadores, una trampa de insectos de esas que te los hacen a la brasa y un hombre entrado en los cincuenta, con aspecto de estar deseando que acabase la jornada laboral.
-Errrr, ¿Atanasio? Espera, que hablo con él . Dijo el hombre.
Bajo el ventilador, el hombre tomó un walkie-talkie y dijo:
- Charlie tres, Charlie tres (con los nombre que hay, ¿por qué siempre cuando se habla por radio la gente se pone de nombre "Charlie"?), ¿me copias?
Tras unos breves segundos de espera y un zumbido, se escuchó:
- Copiado Charlie tres, aquí Atanasio.
Charlie tres (Alicia no le pidió el nombre) le enseño el camino que llevaba al embarcadero y fijó de nuevo los ojos en el Marca del día anterior.
Alicia llegó al embarcadero. Bajó del coche el maletín hermético que era su oficina portátil y se dispuso a esperar a que atracase el catamarán que ya enfilaba la entrada del pequeño puerto. Era un catamarán que se diría muy nuevo si no fuera por la costra de mugre y salitre que ya había empezado a acumular. En el barco, cinco marineros de aspecto hosco la miraron con una cara como de extrañados. En otra tesitura, Alicia se habría puesto la mano en el bolsillo del chaleco donde lleva el espray de pimienta, pero esta vez no lo hizo. De la barca saltó un hombre de unos cuarenta, con barba de tres días y de aspecto el menos hosco de los cinco.
- Menos mal. Se dijo Alicia para sus adentros.
Dijo Atanasio mientras pasaba discretamente su mano sobre su camiseta para aliviase la mugre (la de la mano, se entiende, que la de la camiseta venía ya de serie).
-Sí, soy Alicia, encantada. Dijo ella mientras le estrechaba la mano (no sin antes haber girado la mirada para no ver esa mano).
Crisóstomo, otro de los cuatro barbudos de aspecto hosco del catamarán saltó al muelle casi a regañadientes y sin dejar de mirar a Alicia, pasó las dos cajas a sus compañeros y volvió a subir al barco. Ni tan siquiera amarraron. Con una patada, Crisóstomo apartó la proa del barco lo suficiente para permitir el giro y enfilar la salida del embarcadero. Las jaulas se divisaban en la distancia. Una milla y media es lo que separaba el puerto de las jaulas.
(dijo Atanasio poniendo la mirada al infinito) -Esstoooo...sí... y no verá, es que no sabemos lo que pasa, pero desde hace unas semanas los peces están teniendo un comportamiento muy extraño.
El catamarán llegó a la granja. Cuatro unidades de veinte jaulas y un silo flotante de grandes dimensiones. Si se tiene que hacer, se hace a lo grande. Desembarcan en el silo flotante. Impresiona. Una joya de la ingeniería. Una sala de control donde se distribuye de forma precisa el pienso necesario a cada jaula y en cada momento. Atanasio le enseña los silos. Lo mejor de lo mejor. Utilizan la joya de la corona, el Ultramax Ultimate, lo último en piensos de nueva generación. Pienso ecológico, de altísima digestibilidad. Una delicia, oiga. Un olor particularmente agradable y ligeramente dulzón de grasas no enranciadas y de ingredientes de primera calidad. Si los peces no crecen con esto, no crecen con nada. Atanasio le acerca seis bolsas con muestras del pienso.
Volvieron a subir al catamarán y se plantaron en la D17. Amarraron el barco y Crisóstomo bajo las cajas con el material a una pequeña plataforma de operaciones. Alicia bajó a la plataforma.
-¿Aviso a los buzos para que le suban peces? Preguntó Atanasio.
Desamarraron y se alejaron mientras Alicia abría las cajas y descargaba las sondas, las botellas de muestreo, los botes de muestras, el secchi...
Una vez tuvo todo el instrumental preparado, Alicia miró hacia la sección A de las jaulas para ver si volvía el catamarán, pero para su sorpresa, vio que el catamarán ponía proa no hacia ella sino hacia tierra.
Alicia se tomó su tiempo para recoger los datos del agua y las muestras. Lo empaquetó cuidadosamente como siempre hacía y lo puso ya dentro de las jaulas. Miró de nuevo hacia tierra buscando el catamarán. Nada. No se veía nada.
El pié izquierdo de Alicia empezó a moverse agitadamente. Solía pasarle cuando la mosca se le subía a la nariz. Pasó media hora. El cabreo empezaba a ser importante. Alicia sacó su Smartphone.
El sol empezaba a bajar y Alicia empezaba a soltar improperios de todo tipo. La temperatura no era mala, pero esos escasos tres metros cuadrados de la plataforma de operaciones empezaban a ser escasos.
-¡Me van a oír, vaya si me van a oír! Refunfuñó de nuevo
Las ocho y media, el sol ya claramente en el horizonte. Sin noticias del catamarán.
Alicia tenía la manía de que cuando se ponía nerviosa, necesitaba imperiosamente comer quicos. Sí, siempre llevaba en su maleta medio kilo de quicos tostados para una emergencia, pero esta vez se los había dejado en el coche. Demasiada ansiedad y ella sin su medicación...Vio las bolsas con el pienso. Su amigo Adolfo, de la casa de piensos, le había dicho que ese pienso era incluso mejor que los ingredientes que se daban para las barritas dietéticas, que los de calidad le habían dicho que hasta era mejor que los danacoles.
Los primeros gránulos sabían extraños. El olor era bueno, pero había algo además agradable. Al los primeros les siguieron unos cuantos más. El tacto entre los dientes era aceptablemente parecido a los quicos y el sabor, ligeramente saladito era agradable. Por suerte llevaba una botella de agua entera. La sed no sería problema. Cayeron las dos bolsas de gránulos del 3,5 y del 4. Como si nada. Casi sin darse cuenta, prácticamente solo quedaba luz crepuscular. Miró de nuevo hacia tierra. Tampoco sin noticias del catamarán. Sin cobertura.
Alicia creía que entraría en pánico, a pesar de estar curtida en tantas historias (acuícolas), pero esta vez tuvo una agradable sensación de autocontrol. Se sentó en una de las cajas, cuando escuchó:
Alicia se giró. Pensó que el catamarán había llegado desde el otro lado sin darse cuenta ella, pero no... no había nada ni nadie.
Volvió a escuchar. Se giró, miró y siguió sin ver nada.
Alicia siguió la voz y para su incredulidad vio cientos, miles de lubinas asomando la cabecita en la superficie del tanque.
- Hola, ¿Qué haces? Dijeron las lubinas
Alicia no podía dar crédito a lo que veía. ¡Lubinas hablándole! No, no podía ser... Sí, sabía que el cuento de Policarpito y la jofaina maravillosa habían hecho estragos en su infancia, pero no podía ser... Pero era. Nítidamente podía ver como esas lubinas articulaban una bienvenida en un correctísimo español. Se resistió, pero Alicia acabó respondiendo.
Y fue así como Alicia empezó la más asombrosa de las conversaciones que nunca ningún acuicultor ha tenido con peces. Ella, solamente ella, tenía el privilegio de ahondar en el corazón de un pez. Solo ella podía tener acceso a lo que pensaban y sentían. Una larga y deliciosa velada le esperaría. Pero eso, amigos míos, eso ya será otra historia (acuícola).
Sonó el teléfono de Adolfo, el amigo de Alicia.
Era la voz de José Antonio, el responsable de producción de la empresa Munch, la líder de producción de piensos para peces y productora del Ultramax Ultimate.
- José Antonio ¿Te has vuelto loco? ¿Sabes qué horas son estas?
-Pues tenemos a toda la guardia civil del país metidos en la fábrica precintándolo todo y metiendo a la gente en los coches patrulla. ¡¡¡¡¡Nos acusan de tener el alijo de resina de cannabis más grande de toda Europa!!!!! Adolfo, por dios, ¡haz algo! ¿Adolfo? ¿Adolfo? ¡¡¡Adolfoooooo, responde!!!
Veamos si con este cuarteto
de fácil trato y mucha dicha
también hombre de chicha.
su origen y prócer pescatero
no me lo dejo en el tintero.
Y a pesar de su indumentaria
estudió en la UAB veterinaria
y se labró un cierto prestigio
apenas un vago vestigio.
Imposible describir con versos
lo que abarcan sus universos
aunque lo importante con creces
es que és "médico de peces".