Allí abajo…

Publicado el 22 noviembre 2010 por Avellanal

Las páginas que describen el descenso y el recorrido de Jean Valjean por las catacumbas de París son acaso las más extraordinarias que se hayan escrito en el siglo XIX. Considerando que Los miserables es, sin lugar a dudas, la novela romántica francesa por antonomasia, la conjetura aventurada no parece en exceso arriesgada. Como nos refiere Vargas Llosa, (dichas páginas) empiezan siendo nada menos que una exaltación de la materia fecal concebida como abono para rebozar los terrenos cultivables; y desde esa minuciosa descripción científica de las virtudes excrementales, Victor Hugo maneja los hilos narrativos con tal maestría que enseguida, casi sin darnos cuenta, pasa a anegarnos en la radiografía de las cuarenta leguas que componen los “intestinos” de París, ese laberíntico averno diseñado por el hombre para ocultar el motivo primario de su vergüenza, ese veneno que el organismo necesita despedir para no descomponerse, pero que asimismo se transforma en el más grande espejo de la podredumbre que refleja la verdad de la vida. No en vano se nos dice que “la historia de los hombres se refleja en la historia de sus cloacas”, pues la putrefacción que termina siendo alojada en esa red de galerías, pozos y canales diseñada por ingenieros, no es, ni por asomo, meramente física o material, sino moral, metafísica. Narciso Gay, quien en 1863 escribió un curioso estudio crítico sobre la novela de Victor Hugo, sintetiza con brillantez: El sumidero de París ha sido desde mucho tiempo una cosa formidable. Ha sido un sepulcro y un asilo. El crimen, la inteligencia, la protesta social, la libertad de conciencia, el pensamiento, el robo, todo lo que las leyes humanas persiguen o han perseguido, se ha escondido en ese agujero.

Con Marius a cuestas, al que carga casi como una cruz que también sirve para sus propósitos de expiación, Jean Valjean deambula a tientas por esa atroz arquitectura de piedras supurantes, entre sustancias viscosas y corruptas, en el corazón de las excrecencias que expulsa la gran ciudad. Escapa del agente de policía, pero asimismo emprende un viaje espiritual e iniciático. Allí abajo, donde el agua límpida y el aire fresco son apenas evocaciones, el personaje de Victor Hugo recorre el camino de la redención, se emancipa de sus culpas, condenándose a vagar, con el cuerpo exánime de Marius, por la más genuina de las inmundicias, por ese mismísimo presagio del infierno.