Alma de Tuareg

Por Dean

'Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis de todo. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa... en el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!'

Los tuareg han sido siempre, en Europa, un producto de la imaginación popular: jinetes sobre elegantes camellos, viajeros en una tierra infinita, los últimos pueblos libres sobre nuestro planeta. Su conocimiento está teñido de ideas románticas, pero la realidad de estos grupos pastores muestra una difícil adaptación a un medio áspero, frecuentes períodos de hambre y una libertad restringida a las necesidades de pastos para sus rebaños, de los que los tuareg son absolutamente dependientes. La escasez de alimentos les ha obligado a practicar el pillaje como actividad económica, pero en la antigüedad fueron un pueblo poderoso y temido, en guerra permanente contra las ricas ciudades de la cuenca del Níger. En época colonial y, después, con la creación de las naciones africanas, han sostenido luchas desesperadas para mantener su independencia y libertad de movimientos. En la actualidad, su destino es la sedentarización y la necesidad de buscar nuevos medios de vida.

'Me gustaría conservar por siempre la admiración de la primera mirada. Guardar en mí el alma nómada, el corazón Tuareg. No sé por cuánto tiempo seguirán teniendo los jóvenes la oportunidad de descubrir diferentes mundos en una vida. El hecho de crecer en un universo que escapa al tiempo y de explorar acto seguido civilizaciones tan separadas unas de otras posee un inestimable valor.

La vida se enriquece con todas esas diferencias. Sin embargo, nosotros, los nómadas, los hombres libres y sin edad, nos vemos amenazados por el tiempo. Es difícil saber durante cuántos años más podremos sobrevivir en esa tierra sedienta en la que ya no llueve. Nuestros antepasados optaron por el desierto para ser libres, aunque hoy en día pagan con su vida esa libertad. Todos los años, el desierto pierde un poco más de vida, y éste es el porqué de mi lucha para que los niños tuaregs vayan a la escuela, ya que, en el futuro, uno tendrá que ser muy rico para hacer suficiente acopio de agua y alimentos.

Son cada vez más los nómadas que se van al desierto con sus cisternas para matar la sed del ganado. Los pastores de rebaños pequeños carecen de medios para ello. Los niños deben contar con la libertad de elección entre el desierto y la ciudad.

Conseguiremos evolucionar porque poseemos el sentido del compromiso. Si nos implicamos, vencemos. Cuando iba a la escuela, los otros niños nos miraban al cuello para ver si llevábamos colgando alguna suerte de amuleto que les permitiera comprender por qué éramos los mejores. Nuestro único misterio era saber desear.

Sigo estando convencido de que todas las civilizaciones necesitan soñar con una tierra en la que todos los hombres caminen en libertad hacia los amplios horizontes, en la que las vidas se contenten simplemente con abrazar el ritmo de la naturaleza, en la que los seres obtengan su felicidad mediante la belleza, la fe, lo invisible y lo inmaterial. Los nómadas llenan los ensueños de los urbanícolas, e incluso en el caso de que nos alejemos de las tierras que nos vieron nacer, lucharemos todos para que, en el corazón de las ciudades, el alma del nómada siga siendo eterna, y su mirada, siempre virginal.

 
Es Francia la que me ha abierto los ojos, porque las raíces tienen sentido cuando se salen de la tierra y tienden hacia un más allá. La diversidad de paisajes, la sorpresa de los habitantes de las grandes ciudades y su extraña agitación me han hecho comprender hasta qué punto la tierra necesita del desierto, de su belleza, de su silencio y de la fuerza de sus horizontes. 
Ese silencio pone de relieve el ensanchamiento de vuestra vida, a la que añade densidad. Me siento orgulloso de ser un Tuareg y de vivir en Francia. Estadlo vosotros también de ser lo que sois y tened fe en vuestra hermosura.'

Moussa Ag Assarid, "En el desierto no hay atascos."