La única mujer que ni ha podido rozar
Decían unos amigos que para contar historias ya están las abuelas. Así parecen entenderlo Tamparillas y Marifé Castejón —relatando el primero, ilustrando e invitándonos a releer la segunda—, que dejan atrás la rigidez de un argumento, quizá sabiendo que a fin de cuentas, los argumentos acaban pareciéndose unos a otros, para adentrarnos en el alma del Barrio, el lugar donde todo está perdonado, donde anochece muy pronto y se fracasa con dignidad.Esta apuesta editorial tiene mucho atractivo para los que, como yo, disfrutamos con las distancias cortas: no es fácil encontrar entre las novedades literarias una novela corta, menos aún acompañada del relato que le sirvió de origen —«La mirada del dodo», premio Nocte 2013— y además, ilustrado con desperpajo y total libertad creativa por Marifé Castejón, que con su divino trazo grueso recuerda por momentos a Joel Peter Witkin.
una visión estilizada de la ciudad de nocheLa historia que nos cuenta este libro es tan anecdótica como densa, más descriptiva de sensaciones y ambientes que narrativa, y ofrece una visión estilizada de la ciudad de noche —de una ciudad, insisto, en la que no hay más que noche—. Narrada por el Poeta, cuenta su encuentro con Sotanas, un chulo primario y brutal que vive obsesionado con Alma, la única mujer a la que ni siquiera ha podido rozar con la punta de los dedos.Más un cadencioso medio tiempo que una balada —la amplitud de la mirada del Poeta nos distancia y rehúye la emoción fácil—, Alma y el Poeta es una novela corta que seguramente se coció a fuego lento, y precisamente por ese ritmo voluntariamente moroso, su aroma nos acompaña hasta mucho después de terminar la lectura. A fin de cuentas el Barrio podría ser cualquier barrio.
Sobre todo fermentamos, hervimos a fuego lento, un fuego interior, implacable, que abrasa y moldea sin llama
Dissident tales, 2015Compra en Casa del LibroDavid G. Panadero