Almendro en flor

Por Naturalista
Aquel mes de marzo bullían las abejas sobre las flores del almendro. A pocos pasos, una gran abeja pelirroja, con las patas cargadas de polen, se posó en una vieja viga de madera y entró por un agujero para salir al rato descargada y regresar zumbando a las flores rosadas. Un viaje tras otro, esa abeja solitaria iba haciendo en su túnel una despensa de polen para sus futuras larvas. En una de sus incursiones a la oscuridad de su guarida, coloqué un pequeño frasco en la entrada del agujero y así logré atraparla y verla de cerca: era una Osmia, y su color y dos pequeños "cuernos" sobre la cabeza la delataron como Osmia cornuta. Más tarde aprendí que pocos insectos como esta abeja polinizan las flores del almendro y otros frutales: su espeso pelaje retiene el polen mucho mejor que el de otras abejas, y su afición a esas flores de olor dulzón hace el resto.
¿Qué sería de los almendros sin su Osmia? Producirían menos almendras y a la larga, en la naturaleza, la especie se volvería más escasa, lo cual significaría menos flores de almendro para estas abejas carpinteras. Así, la Osmia del almendro, de un modo completamente inconsciente, favorece que en el futuro su flor favorita se abra en cantidad y, de este modo, su propia supervivencia. En un entorno tan cambiante, tan inestable como la región mediterránea, muchas veces no sobrevive simplemente el organismo más apto, sino el que encuentra un buen aliado. Así que, si queréis muchas almendras, no retiréis la madera muerta...
Arriba: Almendro en flor, de Vincent Van Gogh.