“Era la mujer perfecta. Por su tenacidad, por su resistencia, por su peluquería, por su maquillaje, por su habilidad para combinar prendas y complementos al entrar en su juzgado como si avanzara por una alfombra roja. Abanderada de una feminidad empachosa, su estética empezó a inquietarme mucho antes que su ética. Una madre de familia, con un empleo exigente, cuyo rostro jamás revela el menor signo de cansancio físico a las ocho de la mañana, o no es humana, o no es de fiar.
Ahora ya tenemos indicios contundentes de que Mercedes Alaya no es de fiar“.
Dª Almudena Grandes hace un ejercicio de hipocresía casi tan perfecto como el de los políticos pseudoprogresistas de su misma cuerda ideológica. Critica a la Magistrada por su aspecto, por su indumentaria, cuando tal comentario en boca de alguien contrario a sus ideas políticamente corectas, hubiera supuesto una cascada de descalificaciones por un machismo insoportable en la sociedad actual. La juez Alaya es elegante y no parece que entre en el juzgado como quien pisa una alfombra roja, sino con la seriedad y sencillez que exigen su cargo en el mismo, algo que resulta difícil de entender a al Sra. Grandes porque, en general, tanto su aspecto como su voz, son excesivamente bastos. Parece ser que ahora “nos obliga a pensar” todas las semanas en un programa de radio -como no- en la cadena SER. Estoy esperando que llegue el momento para oir la voz rota, de borracho triste y pendenciero, provocando desde la superioridad de quien está en posesión de la verdad con mayúsculas, y desde la que siga conservando el valor de cuestionar a un juez, simplemente porque no comulga con sus ideas. Por cierto, se le olvidó a la ilustre literata que Garzón dejo escapar dos peligrosos narcotraficantes encarcelados por vencimiento de plazo. Eso, además de ser otra historia, es algo para lo que Dª Almudena tiene poca memoria.