La primera dama de la novela española entra en el Libro de los Records
No hay que decir que si Almudena Grandes es la persona que ha ido a más manifestaciones en lo que va transcurrido del siglo XXI se puede estar seguro de que es quien más veces se ha manifestado en todos los tiempos y lugares. Convencido de que esto es un gran mérito, decido entrevistarla.
Llamo al teléfono que me han facilitado en Casa Eulogio, bar que se ha hecho con un nombre por sus tapas de callos y mollejas, los manjares predilectos de Grandes.
Riiiiin….
Una leve pausa, un chasquido y….
–Residencia de los señores de Montero y Grandes, ¿quién llama?
Me identifico por uno de mis pseudónimos.
–¿Qué desea?
–Quiero hablar con la señora. Soy de la redacción de La Fiera Literaria. Es para entrevistarla.
–Un momento. No se retire.
Larga pausa.
–Oiga.
–Sí, dígame.
–La señora Grandes, de los Grandes de España, desea saber si es usted poseedor de una polla acojonante. Que ella no se ajunta con infradotados.
Decidí mentir, pensando que en ningún caso me iba a exigir que le mostrase mis reservas de petróleo. Recordé que mi novia le llamaba a mi atributo el pirulí –para ser exacto, el pirulí de la Habana–, pero afirmé sin titubeos:
–Como la trompa de un elefante, según mi médica de familia.
Un titubeo sonoro y…:
–Un momento, que a lo mejor se pasa usted unos metros.
–¿Cómo?
–Que tengo que volver a consultar. Yo no soy más que la mucama sitter, pero pienso que una cosa es una polla acojonante y otra un buzón de correos.
–Eso, eso es exactamente: un buzón callejero. Incluso tengo tatuada la trompeta del rey en el pellejo sobrante.
–Oiga ¿y camina usted cómodamente?
–Sólo cuando estoy dormido y sueño que soy Indurain.
–Entonces, ¿cómo va de un lado para otro?
–Verá usted. Es que he hecho un curso de sostenella y no enmendalla…
–Y todo arreglado ¿no?
–Sí, porque, cuando no puedo dominalla me han enseñado a usalla como pértiga.
–¡Qué bien!
–No crea. Un día salté con tanta fuerza que me colé en el despacho de Rajoy por la ventana. ¡Qué lío! Los escoltas del presidente no sabían si era un terrorista o Santiago Matamoros.
–¿Y qué?
–Me dejaron en libertad bajo fianza.
–Sería el juez Garzón ¿me equivoco?
–No se equivoca, pero oiga, advierto que es usted la que me está entrevistando a mí.
–Ay, perdone, pero es que esto de vivir entre entrevistados…
–Le contagia la filoxera literaria ¿no?
–Como lo dice, digo, como lo lee…¡No! Como lo oye. Parto rauda para informar a la señora. Aguarde un minutejo.
–Dese prisa, por favor, que llevo aquí una horeja.
–¿Una oreja?
–Sesenta minutejos.
Ahora la pausa fue tan larga que casi se me desinfló la batería del móvil. Por fin:
–Oigal.
–Digal.
–Que el sábado a las diez a. m., hora de Casagrande.
–De acuerdo.
–Venga desayunado. A madame le molestan los periodistas con cara de hambre.
–De acuerdo.
–Y no olvide traer el Carnet de Identidad, el carnet de la Seguridad Social, el carnet del PSOE y el de socio del Real Madrid, y un Certificado de Buena Conducta expedido por el Arzobispado. Y si el portero le solicita la consigna tiene que decir “Grandes tú eres la más grande”.
–De acuerdo, de acuerdo…
El sábado a las diez menos cinco, estaba yo, como un clavo ardiendo, a la puerta de la residencia Grandes/Montero. El portero apareció detrás de unos cristales que se veía que no habían limpiado desde que Franco era cabo. Abrió en seguida y me indicó la escalera, alegando que
–El ascensor es para las visitas.
Me pregunté cómo me conceptuaba a mí y no me pude responder porque no me lo dijo.
–¿No me pide usted la consigna?
–No hace falta. Tiene usted cara de saberla. Son muchos años ¿comprende?
–Comprendo
Me llevó hasta delante de una puerta, a través de la cual se oían los compases del Himno de Riego.
Sin necesidad de que el cancerbero –uniforme azul, botones dorados y gorra de plato hondo—pulsara ningún botón, la puerta se abrió y apareció la que supuse que era la mucama sitter con la que había confraternizado por teléfono.
–¿La documentaçoe? –preguntó en portugués del norte.
Le entregué todo menos el Certificado de Buena Conducta.
–¿Y…?
–Me han dicho que lo puedo sustituir por tres padrenuestros.
–¿Los ha rezado?
–Devotamente.
–Pase.
Me condujo por un pasillo, cuyas paredes estaban llenas de cornucopias doradas muy barrocas, cabezas de toro, cabezas de políticos, cabezas de ajo, fotos del Real Madrid, unas quinientas fotos de doña Almu y otras tantas del camarada Montero, una estantería llena de ejemplares del mismo libro –“Manual del manifestante modesto”, de Almudena Grandes Cabeza de Vaca y Salto de Alvarado–, una foto de la Virgen de Fátima, otra de Jomeini en traje de calle y otra de un señor con cara de antiguo que supuse que era el padre de madame, porque en su parte inferior, decía: Picha de Oro 1961-1963 y la leyenda “El Señor te la conserve, papá”… Y me introdujo en un salón que, más que salón, parecía la catedral de la Almudena o una tienda de muebles.
Por fin apareció doña Almu. Muy mal peinada, vestía un batin de terciopelo morado con lentejuelas verdes. Ligeramente entreabierto, dejaba ver dos muslos como dos quioscos.
–Está usted más gorda, doña Almudena.
–¿Más gorda que cuándo?
–Más gorda que cuando estaba más delgada.
Para en seguida hacerme un tácito reproche:
–Buenos días.
Comprendí que por ahí debería haber empezado yo, por un cortés saludo. Pero, como tenía la vista y la obsesión puestas en la columnata que sostenía a la gloriosa dama, lo que dije fue:
–Buenos jamones, señora.
–¿Cómo?
–Digo que buenos días.
–Bien, pues, usted dirá
–Sí. Como le habrá dicho su mucama sitter, la quiero entrevistar para La Fiera Literaria.
–A mí, en La Fiera Literaria, sin conocerme, me odian.
–No, milady, no, nadie le odia, como le aclaró en su día Mary Luz Bodineau, en célebre misiva. Lo que odiamos son sus espantosas novelas, algo muy diferente.
–Pues a mi padre, el Picha de Oro, le gustan.
–Que san Pedro se las bendiga. Y empiezo: para el modelo Polla Acojonante que usted ha patentado, ¿se ha inspirado en su papá de usted?
–No exactamente.
–¿Entonces?
–Bueno, una ha vivido, ha visto, ha conocido… Los Pollas Acojonantes, en realidad, pertenecen todos a la misma etnia: los Macropollados de Atapuerca, descendietes de los Jodíos Polludos precolombinos.
–Entonces su marido, en contra de lo que se ha dicho en El País, tampoco.
–¡Claro que no! Mi marido es un pichacorta. Yo ya he dejado de discutir con él.
–Lo suponía…
–Pero bueno, antes que nada, anote: yo soy de izquierdas: partidaria de la reforma agraria, de la enseñanza pública, de la expropiación de los bienes de la iglesia, de la nacionalización de la banca, del divorcio, de las bodas gay, de la eutanasia, de las células madre, de la seguridad social, del Quijote de Avellaneda, del Rayo Vallecano, de las mollejas vinagreta, de ponerme encima cuando follo, de Joaquín Sabina… Todo esto me importa tres calabacines, pero soy partidaria y quiero que lo diga.
–Lo diré. Pero ¿qué me dice usted del número de extranjeros por equipo?
–Todos.
–¿Quiere decir que, según usted, los once jugadores de un equipo pueden ser extranjeros?
–¿Por qué no? Si están vacunados y pagan los impuestos…. No olvide que España no hay más que una.
–Vale. Pero la razón principal de mi entrevista es lo que ha sido noticia toda la semana: va a entrar usted en el libro Guinnes de los records…
–Eso me han dicho.
–…como la persona que a más manifestaciones ha asistido de la historia.
–Sí. Es que yo me manifiesto en las manifestaciones. En realidad, nací manifestada.
–Se dice que usted asistió una vez a una manifestación contra la sequía y, al día siguiente, a otra contra las inundaciones.
–Es que soy global.
–Y que otra vez se manifestó usted en Madrid, en la Puerta del Sol, y, a la misma hora, en la Plaza Mayor de Salamanca.
–¿Me está llamando usted ubicua?
–Yo no la llamo nada. Le hablo de lo que he leído.
–Es que, si empezamos con los insultos, yo le llamo a usted gutapercha o cara de conejo y estamos en paz.
–Llámeme usted lo que quiera, madame Salto.
–¿Le importa si le llamo caraculo?
–En absoluto. Pero, si le soy sincero, es el mote que yo había pensado para usted.
–¿Es que yo tengo cara de culo?
–No. Más bien es el culo el que tiene cara de usted.
–¿Se las da de entendido en culos?
–Sí. Porque hice un curso intitulado “No sólo sirve para sentarse”.
–¿Interesante?
–Satisfactorio.
–Es lo bueno que tiene esta época: que hay cursos para todo y a todas horas. Yo empiezo pasado mañana uno sobre “Cómo escribir una novela en diez días sin matar a nadie de un disgusto”.
–¿De qué va su próxima novela?
–Resucito al personaje de la polla acojonante y lo llevo al conservatorio, de donde sale convertido en director de orquesta y en hombre anuncio. Lo malo es que, ya actúe como lo uno ya actúe como lo otro, ronca por las noches.
–Interesante conflicto existencial.
–Eso pienso yo.
–Y dígame, volviendo a nuestro tema: ¿cuál fue la última manifestación a la que asistió?
–Fueron dos, el mismo día: una solicitando un aumento de sueldo para los mineros de Ukrania, y otra pidiendo que se lo bajen a los asesores de Obama..
–Excelente política. ¿Y próximamente?
–La semana que viene tengo nueve. Menos mal que dos ellas las han puesto por la noche. ¿Le digo sus demandas?
–No, porque se me van a olvidar. Oiga, se sentirá usted desorientada cuando no tenga ninguna.
–Cuando no tengo ninguna la organizo aquí, en casa, y le demando a mi marido aunque sea un par de euros para condones.
–Buena idea. Una manifestación doméstica desengrasa.
–Yo creo que más bien engrasa.
–Pues así será. Usted es la experta. ¿Alguna novedad en el mundo manifesteril?
–Bueno, pues que entre Joaquin Sabina y yo queremos crear las manifestaciones musicales. Esta mañana íbamos a ensayar, pero se me ha hecho una carrera en la media y hemos tenido que dejarlo.
–¿Es usted partidaria de La Roja?
–Soy partidaria de los rojos.
–A pesar de eso. Lo del otro día no fue penalty.
–Nunca opino sobre los árbitros.
–Pues el del otro día no debió expulsar a Kikez.
–¡Qué pesado es usted! ¿No le dije que soy de izquierdas? –y en un arrebato:– ¡Ayon sanfán de la patiguie, le yug de gluag e taguivé, contre nu de la tiganíe…!
–¡Vale, vale! La creo. Pero, doña Almu, ¿puedo hacerle un pregunta personal?
–Hágala.
–¿Se le ha escapado a usted un gas?
–¿Por qué? ¿Ha oído usted algo?
–No, no he oído nada. Pero esos son los peores.
–Estaría distraída. Disculpe.
–Ha sido un placer.
–Gracias.
–Y una última pregunta, doña Salto.
–Digal.
–¿Entra entre sus proyectos aprender a escribir?
–Esa pregunta hágasela usted a la Maruja Torres. O a su padre de usted, que en paz descanse.
Isidoro Merino